Juan R. Menéndez Rodríguez
El poder arbitrario constituye una tentación natural para un príncipe, como el vino o las mujeres para un hombre joven, o el soborno para un juez, o la avaricia para el viejo, o la vanidad para la mujer.-
Jonathan Swift
En las luchas políticas de poder, amable y estimado lector, el pueblo es el que más pierde.
Mucha campaña, mucha diplomacia, muchas promesas. Muchas buenas intenciones, caras y gestos amables que se esfuman en la mayoría de los funcionarios públicos cuando piensan que el poder se les escapa de las manos y, entonces, enconan un combate que pasa por encima del bienestar público, del progreso de todos y, por ende, de la nación, de sus habitantes.
Ganar es la consigna. A costa de cualquier precio. Ya lo hemos visto, hasta matar si fuese necesario. No importa lo que cueste o si la factura final se endosa a los ciudadanos. Qué más da; a quién le puede importar unos cuantos pobres más en nuestro país.
Y qué hay de los que sí llegan a un puesto de poder. Los que, en el mejor de los casos, aprobaron un examen para ocupar un cargo público o fueron votados por las mayorías pensando que ellos sí se preocuparían por el bienestar de la comunidad.
A muchos de éstos, también se les desvanece el rostro amable y sonriente, cuando sienten que por su nueva posición lo merecen todo. De pronto, piensan que los otros deben acatar sus voluntades.
La lucha "por" el poder se transforma, ahora, en una lucha "de" poderes. Porque no todos los que llegan a una posición pertenecen al mismo partido político, y entonces, hay que demostrar que su congregación es mejor que las otras. Hay que pugnar por posicionar un partido en la mente de los futuros votantes, hay que convencerlos de que ellos son por los que siempre deberían votar. Y cuando la capacidad intelectual no abunda, para lograr ese objetivo se intenta manipular a la gente como si ésta no se diera cuenta de quién trabaja en realidad y se esfuerza junto con ellos para lograr sus metas de vida, y quién se para frente a un podium sólo para decir discursos superfluos, en cuyo contenido abundan las frases sin sustento y sin sentido.
Y entonces, los foros públicos que deben ser recintos honorables y al mismo tiempo festivos, y cuyo propósito es informar con veracidad a la población sobre la apertura o culminación de un período de esfuerzo, de un nuevo logro que marque el inicio de algo que favorecerá su modo de vida, son utilizados para alabar a su propio partido, a sus jefes. Claro, siempre que éstos pertenezcan a su mismo partido.
¿Es eso hacer política? ¿Cuál es el siguiente puesto público que persiguen adulando a quienes ni siquiera pueden oírlos? ¿Confiarán en que alguien les pase el recadito de su lambisconería?
Aquellos que se paran ante un micrófono en una comunidad alejada, no de la mano de Dios, sino de las de sus gobernantes y conciudadanos, y dicen a sus oyentes que hace unos días estuvieron con el Presidente y que éste les manda un afectuoso saludo a cada uno de ellos, provocan en los pobres -lo digo en sentido literal- una burla interna, aun cuando permanezcan callados, sorprendidos de que alguien sea capaz de mentir con tanta desvergüenza.
Después inicia la danza de los millones que, según dicen, han invertido en ellos y en mejorar sus condiciones de vida, cuando siguen sus calles sin pavimento, sus casas sin energía eléctrica, sin drenaje y sobre tierras ajenas, y cuando sus cajones, cocinas y estómagos permanecen vacíos.
La gente sabe quién sí ha trabajado hombro a hombro con y para ellos. Quién se ha sentado en su mesa para discutir en conjunto alternativas de cómo resolver sus problemáticas vecinales, familiares y personales. Quién le ha enseñado un oficio, quién les ha desarrollado una habilidad o mostrado una nueva forma de vida, libre de adicciones o de violencia.
Los pobres distinguen con claridad a los funcionarios honestos, comprometidos, que no hacen política desde un escritorio o sobre un podium, sino por medio de un trabajo arduo, eficiente y honrado. Y es a éstos, a los que los otros deberían sumárseles sin importar el color del partido porque se necesita, urgentemente, continuidad en las acciones que faciliten el progreso.
Hay que poner un alto a los burócratas ineptos. A los que ni siquiera repasan la historia reciente para ver qué se ha hecho y qué de esto ha funcionado. No hay tiempo qué perder, ni el país puede darse el lujo de empezar de cero cada tres o seis años cuando ya existía un camino bien andado durante cuatro décadas -época gobernada por auténticos varones y profesionales de la política-, que además, logró resultados verdaderamente envidiables, tanto así, que a México se le respetaba y admiraba en el concierto de las naciones.
El poder no debe ser usado para lograr una identidad pública, sino para ayudar a todos los ciudadanos y para transformar nuestro mundo en un mejor lugar para ser habitado.
Y, finalmente, amable y estimado lector, la buena gramática créame que se agota, esa que obliga a poner todos los puntos y acentos para así lograr el equilibrio indispensable en la vida del ser humano y su comunidad; se acaba, también, la fuerza en los pies y se dificulta, entonces, poder mantener el paso firme en el camino ante las ráfagas por doquier de viento enrarecido; pero sabemos que existen y que podemos construir molinos macizos que orienten hacia un sano Clima y Ambiente, como aquel que inmortalizara don Mario Menéndez-Romero, el genial y eterno Caballero de punta en blanco...
Addenda: todos educan
Detener, por unos momentos, el paso en la marcha para mirar mejor dónde estamos; cuánto hemos avanzado en el camino pretendido; qué resultado apreciamos y aprecian otros del esfuerzo cumplido al avanzar, resulta siempre un ejercicio positivo. Más valioso cuando la jornada por esclarecer es la que cumplen maestros, padres de familia, alumnos y sociedad en la escuela y fuera de ésta. Educar es un proceso permanente de doble vía. Desde los demás y para los demás, en el que todos damos y recibimos para nuestra realización y mejor existencia.
Vale la pena insistir en esta doble situación educativa: una, dada en la escuela, en el aula, y otra en la calle, en el hogar y desde el barrio, en todo el ámbito en el que se mueven agentes sin rostro pero capaces de crear ambientes de evidencia, actitudes, conocimientos e inducir conductas. Existen mapas claros que nos indican rutas a seguir en la tarea educativa del aula, del hogar. No hay ninguno para llegar a lo mejor, en ese denso y complejo espacio social, donde la sociedad de masas se despliega sin dar marcha atrás, bajo la influencia determinante de los medios de comunicación.
En la escuela, en el hogar, quienes educan buscan, de alguna manera, crear las condiciones óptimas para un encuentro positivo donde quienes educan dan saberes, sentido de responsabilidad, conocimientos, habilidades y dan cuenta, también, de la orientación ética y cívica en las que se orientan la sociedad y las creaciones artísticas. En el amplio y heterogéneo espacio fuera de la escuela, el encuentro se da cruzando entre propuestas complementarias, divergentes, antagónicas y diferentes a las dimensiones abiertas en las aulas. Es un ámbito en el que todos enseñan y pocos educan; donde no hay responsabilidad, al menos no se siente la responsabilidad colectiva para educar.
En un México menos complejo, alfabetizaba a otro, el que ya sabía leer y escribir. En el del siglo 21 habrá que movilizar instituciones, organismos y grupos a favor de promover esta conciencia para la responsabilidad común en la tarea educativa y desde la escuela, profundizar en programas y textos, contenidos cívicos, éticos en el propósito de educar para la ciudadanía. La vida de un niño, la de los jóvenes, se desenvuelve entre ciudadanos cuyas convicciones y valores reconocen la dignidad y respeto a toda persona y a la pluralidad cultural; y el derecho a ser capacitados para participar en las actividades económicas, en las sociales y políticas.
jrmenrod@hotmail.com
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