León Bendesky
Las condiciones de la guerra en Irak son motivo de fuertes y crecientes tensiones para el gobierno del presidente George W. Bush. Por todas partes surgen críticas a causa de los pobres resultados para imponer las mínimas condiciones de seguridad, no sólo en la capital, Bagdad, sino en todo el país. Han sido igualmente ineficaces las medidas para crear un gobierno nacional con capacidad de controlar lo que es un estado de extrema confrontación política y étnica, que puede acabar siendo una abierta guerra civil.
Como quiera que se le vea, la caída de la tiranía de Saddam Hussein y la lucha emprendida contra el terrorismo, primero en Afganistán y luego en Irak, se aproxima cada vez más a ser un fiasco. La fragilidad de la situación política se extiende por toda la región de Medio Oriente con cada vez mayor gravedad desde Irán hasta Turquía, desde Siria hasta Egipto.
Y por un fiasco han perdido la vida cientos de miles, otros han perdido la razón o bien algún miembro de su anatomía, y por un fiasco el peligro se incrementa hacia una guerra todavía de mayores proporciones. No puede quedarnos duda de que en los gobiernos está la gente más bruta del planeta, y claro, es que ahí llega por lo general la gente que quiere poder por el poder, y quiere poder porque en el fondo se siente un mequetrefe que no deja de serlo aunque adquiera poder. En conclusión puro mequetrefe manejando en el mundo.
A partir de que los demócratas ganaron la mayoría en el Congreso en 2007 han insistido en revisar la estrategia político-militar que sigue el presidente Bush en Irak. Recientemente algunos influyentes senadores republicanos han propuesto una vía similar, lo que significa el retiro paulatino de las tropas.
La campaña de guerra emprendida tras los ataques terroristas en Nueva York y Washington ha ido imponiendo fuertes costos internos: las agencias de seguridad han quedado expuestas, igual que la administración del ejército y la capacidad política y diplomática se ha ido debilitando, tanto para ordenar la situación en Irak como para contener las crecientes tensiones regionales. Aunque Bush consiguió la relección en 2004, este segundo periodo ha sido de permanente desgaste, como indican las encuestas sobre su popularidad.
No sólo desde el Congreso surgen posiciones adversas al modo en que se conduce la guerra en Irak y su efecto en la región. También dentro del ejército hay posturas disonantes y un reconocimiento de que no se cumplen los objetivos militares ni políticos fijados originalmente.
Los militares saben bien qué es lo que se necesita para “pacificar” Irak por la fuerza, pero igualmente conocen los elevados costos que esto representa en pérdida de vidas, empezando por la de sus propios soldados, y en recursos económicos. Y no hay garantía de que una victoria militar acabe en una aceptable situación social y política en aquel país y la zona más amplia de conflicto.
En Irak existen brigadas de combate que suman uno 160 mil efectivos. Hay cada vez diferencias más apreciables entre los comandantes en el campo y los generales que están en el Pentágono. Los últimos se inclinan por el retiro de hasta la mitad de las brigadas para finales de 2008. El general Petraeus, que tomó el mando de las tropas en febrero de este año, ha declarado sin ambages que la fuerza militar no será suficiente para apaciguar la violencia generada por los movimientos insurgentes, lo que complica más las opciones políticas.
El gobierno iraquí, arreglado desde la Casa Blanca, aparece informe y no logra consolidar ningún poder efectivo, e incluso entra en tratos con su contraparte en Irán. Las condiciones de vida de la población son insostenibles y crece el número de los desplazados. El disgusto de Bush es grande y los generales saben que están en un callejón sin salida. Los servicios nacionales de inteligencia de Estados Unidos apenas pueden describir la situación como “con algunas ganancias de seguridad comprobables, pero frágiles”. El presidente dijo hace apenas unos días en la Convención de Veteranos de Guerras Extranjeras que sería un craso error caer en la tentación de retirar las tropas y usó el simil de lo ocurrido en Vietnam.
La disolución del consenso interno sobre la guerra se ha instalado en el ejército. Un reportaje del New York Times, en la edición del 26 de agosto de la revista dominical, da cuenta de la reunión que sostuvo el general Cody, subjefe del Cuerpo del Ejército, con los miembros del grupo de oficiales que han servido en Irak y se preparan para ascender al rango de capitanes. Uno de ellos le pidió su opinión acerca de un artículo publicado por el general Yingling en una revista del ejército y que tituló: “El fracaso de los generales”. Se abrió un debate sobre la responsabilidad de los altos mandos, que puede resumirse en lo dicho por un joven futuro capitán: “Tal como están ahora las cosas, un soldado raso que pierda su rifle sufre consecuencias más graves que un general que pierde una guerra”.
El 19 de agosto el mismo Times publicó en su sección editorial una carta escrita por siete soldados que están en el frente con rango de sargentos y que proponen un análisis crudo de las condiciones de la guerra, del entorno político en Irak y de la misión militar de la que forman parte. La conclusión es desgarradora, vista desde la perspectiva en que fue planteada. Dicen los soldados: “al final, debemos reconocer que nuestra presencia pudo haber desprendido a los iraquíes de la garra del tirano, pero también les ha robado el respeto por sí mismos. Ellos se darán cuenta de que la mejor manera de recuperar la dignidad es llamándonos por lo que somos –un ejército de ocupación– y forzar nuestro retiro”.
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