Javier Oliva Posada
Hoy y mañana estarán reunidos en Montebello, Canadá, los presidentes de México, Estados Unidos y el primer ministro canadiense para analizar los avances y construcción de nuevos compromisos en el marco del Acuerdo para la Seguridad y la Prosperidad de América del Norte (ASPAN). Nótese el orden de las prioridades del acuerdo: primero es la seguridad y después la prosperidad. Esta es la esencia del pensamiento conservador. Si hay seguridad (que la existente nunca será suficiente) sólo entonces podremos aspirar a disfrutar de la prosperidad. Porque si por lo menos fuera liberal el planteamiento, la inversión de las prioridades, es decir, que la prosperidad ofrezca las condiciones para crear el ambiente adecuado para la seguridad, mínimamente el factor social tendría cierta relevancia, pero tal como se encuentra lo prioritario son los intereses de los grupos y empresas monopólicas de Estados Unidos, principalmente.
De parte nuestra, el gobierno, que con una agenda inconsistente en materia de seguridad nacional promueve ajustes jurídicos tan relevantes como la modificación del marco legal para que el presidente de la República pueda enviar tropas en acciones consideradas por la ONU como no peligrosas y de auxilio humanitario, en los dos casos sin requerir permiso del Senado. Por supuesto que de entrada suena bien y adecuado, pero fuera de contexto. El aspecto inevitable, referente físico y geográfico de México, hace necesario pensar sobre la pertinencia de ésa y otras medidas que, si bien en el marco de una diplomacia deteriorada y una imagen afectada por la ausencia de una política exterior propia son congruentes con respuestas de corte coyuntural, solamente responden a visiones gubernamentales en turno y no a la naturaleza del Estado mexicano.
El ASPAN, al igual que otros instrumentos multilaterales internacionales, pretende homogeneizar criterios, procedimientos decisionales, respuestas y, sobre todo, articular los intereses de determinadas regiones del mundo.
En el contexto de la seguridad nacional y ahora, de la regional, atender a la diversidad de los casos nacionales que concurren a la firma y cumplimiento de los tradados implica reconsiderar la historia y la razón de Estado. Los ejemplos son muchos y sobre el tema pueden observarse las condiciones en que la ampliación de la OTAN se ha dado. La complejidad para atenuar las desconfianzas y recelos de unos países hacia otros ha conducido a la creación de procesos que garanticen aspectos tan básicos como el respeto a las efemérides y referentes fundacionales de los estados en esa parte del mundo. Al analizar los documentos oficiales producidos en las reuniones, los materiales preparatorios, es evidente que en el caso del ASPAN, y en particular desde la posición del gobierno mexicano, las prioridades distan mucho de ser las que garanticen la viabilidad y voz propia del país en el contexto de acercamientos claves con la primera potencia económica y militar del mundo.
Hasta el momento se sabe que los temas a tratar en esta ocasión, además del comercio, son energía, fronteras ágiles, medio ambiente, crimen organizado y, por supuesto, seguridad regional. Pero cabe cuestionarse si de parte del gobierno mexicano existe alguna percepción de lo que la seguridad regional implica. Más aún, de lo que significa asimilar este tema con el de energía (petróleo y electricidad), con agua y las fronteras. Por los resultados observados, más allá de las críticas o diferencias ideológicas, la disposición a comprometer el futuro del país no indica preocupación alguna de parte de la Presidencia (espuria) de la República.
En la comparación también regional, la calidad de los socios concurrentes a la firma de los acuerdos es un aspecto clave a considerar el éxito compartido proporcionalmente entre las naciones. La búsqueda de mecanismos compensatorios, pese a lo lento o fatigoso que pudieran representar en su aplicación, es la única (y parcial) garantía a propósito de las consideraciones a ese desequilibrio en la capacidad económica y militar de los socios. Hablar de igual a igual suena bien, pero en la realidad no hay mejor argumento para perpetuar los desequilibrios y ventajas del poderoso. Veremos los resultados de Montebello, Canadá.
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