Carlos Fernández-Vega
Como cada grupo político trae su propia agenda, la prioridad en materia de “reformas estructurales” es distinta. Para unos, el país no sale adelante sin la aprobación de las tres mágicas, es decir, la fiscal, la energética y la laboral; para otros nos mantendremos en el limbo (que sí existe, y México es baluarte) sin la del Estado y la electoral; algunos más proponen la educativa, aunque por distintas razones. Y así por el estilo.
Lo único cierto es que es que en cada uno de los renglones mencionados, México es reprobado o, si se utiliza un poco de entusiasmo, de puro panzazo la va librando. De acuerdo con Los Pinos, si no cuaja la “reforma” fiscal por su inquilino propuesta, sería irrealizable el cuento de la lechera de la “continuidad”; sin la energética, las trasnacionales no terminarán de clavarle el diente al país; sin la laboral, a los grandes empresarios se le impedirá aumentar sus fortunas con mayor velocidad, si ello es posible; sin la del Estado Porfirio no tendría mayor razón de ser y sin la electoral la sempiterna clase política mexicana corre el riesgo de perder el hueso, degustado a lo largo de un cuarto de siglo.
Queda la “reforma” educativa, sin duda de primera línea, cuya propuesta por estos días se escucha insistentemente. La titular de la Secretaría de Educación Pública asegura que “es el cambio estructural más importante que necesita el país”, y algo similar dice Elba Esther I, pero ¿qué tipo de “reforma”? ¿La de Josefina, la de la presidenta vitalicia o la que el país requiere?
Si algún día se ponen de acuerdo –algo por demás improbable– podría concretarse cualquier cantidad de “reformas estructurales”, pero en favor de México y no de los intereses que cada uno de los grupos políticos abandera. Se puede hacer en el ámbito fiscal, lo mismo que en el energético, laboral, electoral, educativo o en un todo que considere al Estado como tal. Los pendientes son verdaderamente abultados, pero si alguien quiera comenzar la tarea por el tema educativo –que es la propuesta de moda– y hacerlo correctamente, tendrá que considerar la siguiente numeralia proporcionada por diversos organismos internacionales (la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico, OCDE, por ejemplo) e instituciones nacionales (los centros de estudio de la Cámara de Diputados, entre otros) y centrarse que el problema más fuerte en este renglón es la calidad de la educación que se ofrece en el país.
De la numeralia disponible para México se puede destacar lo siguiente: a pesar del alto nivel de gasto relacionado con el PIB así como los recursos públicos disponibles, el gasto por estudiante permanece bajo en términos absolutos; en ocho años el gasto por estudiante aumentó 32 por ciento, pero la inscripción de alumnos aumentó 13 por ciento;
La mayor parte del gasto educativo en México se invierte en gasto corriente. Menos de 3 por ciento del gasto en primaria y secundaria se destinan al gasto en capital, dejando muy poco presupuesto para mejorar la infraestructura educativa (el promedio de la OCDE supera 8 por ciento); el porcentaje de gastos de capital ha aumentado en el nivel terciario a más de 5 por ciento, pero éste representa tan sólo un poco más de la mitad del promedio de la OCDE de 10.3 por ciento;
La mayor parte del gasto actual en los niveles de educación primaria y secundaria se destina a la compensación del personal, dejando en el nivel de educación primaria tan sólo 6.4 por ciento para otros gastos, como materiales educativos (el promedio de la OCDE es cercano a 20 por ciento); el gasto corriente que no se destina a los salarios se ha beneficiado muy poco de los aumentos significativos del gasto en general en la educación en los últimos años;
En 2006, en el contexto de la OCDE México ocupó el escalón número 28, de 30 posibles, en lo que gasto por estudiante de primaria y secundaria se refiere; el gasto por estudiante de primaria es de mil 656 dólares (ajustado por las diferencias en la paridad del poder adquisitivo), contra 5 mil 450, promedio, de los integrantes de la citada organización; por estudiante de secundaria la relación es de mil 495 contra 6 mil 560, mientras en el nivel post secundaria es de 2 mil 790 contra 7 mil 582 dólares;
Desde 1979 permanece incumplida la promesa (seis gobiernos involucrados, incluido el de la “continuidad”) de destinar a la educación 8 por ciento del PIB; en el sexenio foxista se presumió 6.5 por ciento, aproximadamente, pero, como siempre, la cifra estaba truqueada, porque incluía el gasto privado; sin éste, el dato real fue de 5.4 por ciento del PIB en 2006, de tal suerte que para alcanzar la meta de 8 por ciento para 2007 el gobierno calderonista tendría que incrementar el gasto en educación en 2.6 por ciento del producto, algo así como 250 mil millones de pesos, equivalente a su “reforma” fiscal.
Durante 2006, 64 por ciento del gasto en educación se destinó a educación básica, mientras para la educación media superior y superior se destinó cerca de 23 por ciento (10 y 13 por ciento, respectivamente); en el sexenio del “cambio” el gasto de capital para el sector educativo cayó 29 por ciento, en términos reales.
Y así por el estilo, entre cientos de propuestas de “reforma”, como la fiscal que no toca el quid del problema, la evasión y elusión por los regimenes especiales; la energética, que viola la Constitución y/o la laboral, que pasa a cuchillo los derechos de los trabajadores. ¿Quién llevará a cabo la educativa?
Las rebanadas del pastel
Se queja la Concamin porque la industria mexicana “se encuentra estancada”. En realidad, es algo peor que eso; en los últimos 26 trimestres, el promedio de “crecimiento” en este sector a duras penas llega a uno por ciento…. Un fuerte y solidario abrazo para Paloma, por la irreparable pérdida de Nora.
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