Paco Azanza Telletxiki
Un fenómeno natural, en forma de fuerte terremoto, ha vuelto a golpear a parte de la población del llamado Tercer Mundo, y, supuestamente también, a la “sensible” conciencia de los que gobiernan los países del primero. En esta ocasión, las graves consecuencias del desastre han sido sufridas por los humildes habitantes de la peruana ciudad de Pisco, sita en la costa sur del país. Las bajas mortales superan ya las 500 personas; los heridos abundan por doquier, la mayor parte de los edificios han quedado inservibles, por derruidos, y, por supuesto, el agua potable, los alimentos, las medicinas y un largo etc. de elementos indispensables brillan por su ausencia.
Este hecho tan lamentable ha provocado que la ayuda internacional se haya puesto en marcha de inmediato, aunque la ineficacia de las autoridades locales para organizarla ya ha quedado manifiesta.
No pondré en duda la honestidad y el altruismo con que muchas ONG´s están respondiendo a tamaña desgracia, aunque, seguramente, no todas utilicen los mismos principios éticos al aplicar su ayuda humanitaria. Sí pongo en duda, sin embargo, la honestidad y el altruismo que exageradamente esgrimen los gobernantes primermundistas a la hora de anunciar sus aportaciones “solidarias”. Considero más bien que, bajo el atractivo papel que utilizan para envolver sus “ayudas” ocultan una enorme dosis de hipocresía y cinismo.
Podríamos analizar el comportamiento de todos los gobiernos “occidentales” (con o sin catástrofes por medio), pero el ejercicio resultaría excesivamente largo y aburrido, por repetitivo; así que expondré sólo el de uno de ellos, el del Estado español. Este gobierno ya ha enviado su “ayuda humanitaria”; así, al menos, nos lo han anunciado a bombo y platillo, porque si sus gobernados (y a ser posible también el resto del mundo) no se enteran de su “importantísima obra caritativa”, ¿para qué se van a molestar en fletar uno de esos aviones tan repletos de material y espíritu solidario?
No es que crea que, por interesadas, se deban rechazar esas “ayudas”, y menos cuando en verdad hacen tanta falta. Pero a nadie se le escapa que para que el Primer Mundo exista, éste tiene la innegable e imprescindible necesidad de someter a la inmensa mayoría de la poblacón mundial a la humillante y cruel categoría de habitante de eso que (en muchas ocasiones despectivamente) llamamos Tercer Mundo. De modo que para desconfiar de la buena intención de los gobernantes españoles me sobran los motivos.
Recurriré a la historia. Haré un pequeño análisis comparativo para defender que, en el fondo, no era tan diferente la relación del gobierno español para con la América colonizada (la de ayer) con la América neocolonizada (la de hoy). Vayamos por partes. Empecemos por la primera.
Francisco Pizarro fue un analfabeto extremeño que, considerado como un adelantado por la Corona y como el conquistador español más sanguinario por cualquiera que conozca la historia, en 1532 desembarcó en Tumbes y, sin preámbulo alguno, comenzo a masacrar a cientos de miles de peruanos. Para entonces, en el decenio de 1520, una plaga devastadora había provocado la muerte de muchos incas. Este hecho, sumado a la muy superior tecnología militar de los españoles, acabó definitivamente con la existencia de aquel imperio que abarcaba su poder sobre lo que hoy llamamos Perú, Bolivia y Ecuador; también se extendía a parte de Colombia y de Chile, llegando hasta el norte de Argentina y la selva brasileña. Pizarro ofreció paz a Atahualpa, pero éste fue traicionado en un par de ocasiones y, capturado, para obtener su libertad hubo de entregar dos habitaciones repletas de oro y plata. Atahualpa, sin embargo, no fue liberado. Por el contrario, fue bautizado primero (obsérvese la cínica incongruencia de los cristianos), y después estrangulado. De ese modo tan aterrador, en 1533 la capital inca de Cuzco ya estaba en manos de los españoles.
Pero los indios no se doblegaron al dominio de los conquistadores, y perduró la resistencia durante siglos. En 1536 el inca Manco Cápac y sus fuerzas fueron un verdadero quebradero de cabeza para Pizarro, hasta que, aplastada la rebelión, también los supervivientes que se refugiaron en la fortaleza de Machu Pichu fueron rendidos. Aún así, Manco Cápac siguió luchando hasta su muerte en 1545.
El último descendiente inca que se resistió a los españoles fue Túpac Amaru. A este resistente lo capturaron en 1571 y, por orden del virrey Francisco de Toledo, fue ejecutado.
Lima derivó en el centro sudamericano del imperio español, además de en la sede de la Inquisición. Los españoles convirtieron a los indios en esclavos para extraer la plata de las minas de Potosí y el mercurio de las de Huancavélica. Y, como el trabajo excesivo y las enfermedades europeas golpearon sin piedad a los nativos, mermados éstos, comenzaron a importar esclavos africanos para suplirlos, tanto en la producción agrícola como en el trabajo de las minas. Mientras tanto, los “gamonales”, que así llamaban a los dueños de haciendas en Perú, se daban la buena vida.
De todas maneras, los levantamientos populares no cesaron y, a pesar de la fuerte represión desatada por los conquistadores, entre 1730 y 1814 se llegaron a contabilizar no menos de un centenar de insurrecciones.
La más importante fue dirigida por un “kuraka” del Cuzco. Llamado José Gabriel Condorcanqui y apodado por él mismo como Túpac Amaru II, estuvo a punto de establecer un gobierno indio.
En 1780 Túpac Amaru II, que esperaba crear una sociedad nueva de igualdad entre blancos y no blancos, consiguió reclutar y formar un ejército de 80.000 guerrilleros. Entró en la plaza de Tungasuca y anunció que había condenado a la horca al corregidor real Antonio Juan de Arriaga, que tanto daño había causado. Días después, decretó la libertad de los esclavos y abolió todos los impuestos y el “repartimiento” de mano de obra indígena en todas sus formas. Al frente de sus incondicionales compañeros lanzó una ofensiva sobre Cuzco, pero los refuerzos españoles procedentes de Buenos Aires y Lima acabaron apresando (no sin esfuerzo) al “padre de todos los pobres y de todos los miserables y desvalidos”.
La incalificable crueldad de los españoles lo obligaron a presenciar en la plaza de Wacaypata, en el Cuzco, el asesinato de su mujer, sus hijos y sus más estrechos colaboradores. Después le cortaron la lengua y lo ataron de manos y pies a varios caballos que, al galopar en direcciones opuestas, lo desmembraron. Macabros, como de costumbre, para tratar de intimidar a los seguidores de Condorcanqui, los soldados españoles exhibieron partes ensangrentadas de su cuerpo. La cabeza, por ejemplo, la pasearon por Tinta. Uno de los brazos lo enviaron a Tungasuca y el otro a Carabaya. Las piernas las repartieron entre Santa Rosa y Livitaca. Y finalmente, el torso reducido a cenizas lo arrojaron al río Watanay. Por otra parte se recomendó que, hasta el cuarto grado, toda su descendencia fuera extinguida.
Este “escarmiento”, sin embargo, no sirvió para doblegar a los rebeldes y, entre ataques y contraataques, las montañas y los valles de los Andes se tornaron en el cementerio de más de 80.000 cadáveres.
Fue a principios del siglo XIX cuando la población indígena de las colonias españolas comenzaron a desarrollar los sentimientos independentistas. Recien emancipada Argentina y Chile, el argentino José de San Martín desembarcó en Pisco (casualmente en el lugar donde sacudió el terremoto que nos ocupa) el 8 de septiembre de 1820 y, tras avanzar al frente de su Ejército Libertador, tomó Lima el 9 de julio de 1821, haciendo retroceder a las fuerzas realistas hasta los Andes. El 28 del mismo mes San Martín proclamó la independencia de Perú. Por su parte el venezolano Antonio José de Sucre, dirigiendo el ejército de Bolivar, rindió definitivamente al ejército colonialista español en las batallas de Junín y Ayacucho el 9 de diciembre de 1824.
Pero, como con el resto de los países que hoy conforman la América Latina, Perú no consiguió su verdadera independencia en aquella ocasión, y aún hoy sigue sin disfrutarla. A Cuba le pasó exactamente lo mismo, y la logró definitivamente en 1959; Venezuela en 1999; Bolivia en el 2006; Ecuador también en el 2006… Lo necesario y deseable es que ahora éstas se consoliden, aumenten las liberaciones de otros pueblos hermanos y, aunando fuerzas y esfuerzos (ahí está la ALBA, como ejemplo), no vuelvan a caer en esas fauces tan hambrientas y destructivas que encarnan fundamentalmente el imperialismo yanqui y europeo.
Lo dicho hasta ahora no es más que un palidísimo reflejo de la vergonzosa relación española con América en la época colonial. Cabría preguntar si los diferentes (pero idénticos) gobiernos de la “democracia española”, deberían rendir cuentas por las masacres y saqueos cometidos por sus antepasados durante siglos. Y la única y lógica respuesta sería que sí (recordemos que la plata y el oro del virreinato del Perú nutrieron las arcas de las casas de banca y mercantiles y de los gobiernos europeos, contribuyendo al surgimiento del capitalismo temprano). Pero la lógica no cabe en los enfermos y ambiciosos cerebros de tan rastrera e inhumana gente, y, lejos de compartir lo que en realidad no les pertenece, aún siguen esquilmando con premeditación y alevosía a los países pobres, aunque a estos de vez en cuando les envíen, como ahora lo han hecho con Perú, alguna migaja en forma de “ayuda humanitaria”.
Dije antes que íbamos por partes. Aquí doy por finalizada la primera y comienzo con la segunda.
Efectivamente, los saqueos del Primer Mundo al Tercero, lejos de reducirse, hoy todavía siguen vigentes. Y además van en aumento mediante los préstamos, el intercambio desigual, las empresas transnacionales… Y es que, como decía François Houtart, “actualmente, el capitalismo no tiene necesidad de colonias [tradicionales], porque existen otros mecanismos a través de los cuales se ejerce el control de los recursos y de los mercados, sobre todo a través de la política monetaria y del capital financiero”.
Estos métodos “modernos” de rapiña son más eficaces que los de antes, aparentemente menos sangrientos (aunque no menos mortíferos, como lo demuestra la enorme cantidad de gente que, como consecuencia de los mismos, muere de hambre y enfermedades curables, por ejemplo), y siguen aumentando la brecha económica entre los países ricos y pobres (en 1820 el PIB per cápita de los países ricos era tres veces superior al de los pobres, en el 2000 la superioridad ya era de 74).
En la primera parte de este escrito dije que Perú proclamó su independencia el 28 de julio de 1921, pero que, en realidad, la independencia no fue tal porque pasó del dominio español a otras manos extranjeras (las manos españolas tampoco se alejaron del todo, como se verá más adelante). En junio del 2006 a punto estuvo de conseguirlo, sin embargo.
El candidato Ollanta Humala apuntaba hacia esa línea. Pretendía nacionalizar los recursos naturales, refundar el país creando una nueva Asamblea Constituyente… y dar a los peruanos, en definitiva, la posibilidad de elegir y construir su propio futuro. Pero no pudo ser (de momento) porque, por muy escaso margen, su más inmediato adversario fue erigido como ganador de las elecciones.
El nuevo presidente, Alan García Pérez, no es tan nuevo, puesto que ya presidió, robó y hundió al país entre 1985 y 1990. Y lo que voy a contar a continuación es uno de los muchísimos motivos que me sobran para creer que la “ayuda humanitaria” embiada por el gobierno español a los damnificados del terremoto de Perú (y a otras partes también) es totalmente propagandística y falsa.
Al neocolonialista gobierno español no le interesaba que Ollanta Humala ganara las elecciones, sencillamente porque las pingües cantidades de dinero que la oligarquía española ingresa en sus cuentas, a través de los negocios que posee en Perú, iban a verse notablemente mermados (a favor de la población más pobre del país) en vez de aumentados, que es lo que siempre anhela y persigue.
Nada nuevo. Sabemos que el papel de los Estados hace tiempo que fueron delegados a las necesidades y caprichos del gran capital. Pues bien, en la campaña electoral de Perú el gobierno español, a través de la secretaria de Relaciones Internacionales del Partido Socialista Obrero Español (PSOE), Trinidad Jiménez, expreso sin ambages su apoyo a Alan García.
Conviene recordar qué y a quién apoyó dicho ejecutivo. El aprista García terminó su mandato en 1990 con la economía colapsada, haciendo desaparecer el poder adquisitivo de los peruanos con una inflación acumulada del 7.600%. Fue también, en 1986, el responsable de la matanza de más de 250 presos en tres cárceles limeñas, y en 1992 pasó a la clandestinidad, exiliándose en medio de acusaciones de enriquecimiento ilícito. Alan García fue un corrupto (y lo sigue siendo) que depositó fondos públicos peruanos en el Banco de Crédito y Comercio Internacional (BCCI), dominado por el escándalo de la CIA y los grandes narcotraficantes.
En el 2004, con el neoliberal Toledo como presidente, la deuda externa de Perú era de 28.000 millones de dólares, y más del 20% del presupuesto peruano del Estado se dedicó al pago de la deuda (más del 50% a intereses).
Actualmente Perú cuenta con más de 14 millones de pobres (el 54% de la población), y la indigencia afecta a más de 7 millones de pesonas (niños, mujeres y ancianos en su gran mayoría). José Luis Rodríguez Zapatero y su gobierno, por puro interés económico de la oligarquia española (a la que, a pesar de erigirse como socialistas, ellos también pertenecen), apoyó el continuismo neoliberal que representa Alan García Pérez, o lo que es lo mismo, el hambre y la creciente miseria que padece la mayoría de los peruanos.
Lo dicho creo que aclara bastante las cosas. No añadiré nada más. Aquí finalizo la segunda y última parte de este escrito. Y lo hago con esta pregunta: ¿son realmente humanitarias las ayudas humanitarias que ofrecen los gobiernos primermundistas? Yo ya he concluido mi aporte. A vosotros os corresponde incluir la respuesta.
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