Miguel Ángel Velázquez
Grito con tinte de provocación
Riesgo de exacerbar enconos
El tránsito por el día que marca la historia como el principio de la revolución de independencia pasará por la arena de la discusión política, primero, y corre el riesgo de convertirse, después, cuando menos en el espejo en el que hasta ahora no ha querido, no ha podido o no ha sabido mirarse Felipe Calderón: la gente.
Durante casi un año, el panista que se encaramó, ayudado por el fraude, en la Presidencia de la República, no ha sido capaz de presenciar un solo acto público. Rodeado de policías y soldados, Calderón encabeza reuniones de trabajo a las que se puede asistir sólo con invitación, y con la rigurosa vigilancia del Estado Mayor Presidencial, que lo mantiene alejado de las manifestaciones –gritos y pancartas, casi siempre– en su contra.
Felipe Calderón, como militante de un partido de derecha, no resulta tan oprobioso para una gran mayoría de mexicanos como el hombre que usurpa el poder, y es a ese Calderón al que no se le permite ejercer los derechos que corresponden a un mandatario legitimado por el pueblo.
Por eso, el anuncio de Calderón de que estará en el Zócalo la noche del 15 de septiembre, se diga como se diga, pertenece al estilo bravucón, provocador, con que el panista se ha guiado por sus años de quehacer en la política, y eso es muy peligroso para una noche tan significativa como la del Grito.
Quienes advierten en la intención del panista de hacer sonar la campana de Dolores en el centro histórico de México una humillación, aseguran que tratarán de impedir ese hecho, por lo que han decidido tomar el Zócalo desde ya.
Hace un año, en una medida contraria a su voluntad, pero pertinente, dado el escándalo que desató su intervención dolosa en las elecciones, Vicente Fox decidió dejar el Zócalo libre del peligroso enfrentamiento con su realidad, y fueron las autoridades del gobierno de la ciudad, con la presencia de Andrés Manuel López Obrador, las que dieron el grito en una noche alegre, llena de emotividad.
Ahora, el escenario no parece el más adecuado. Por el contrario, sugiere mayor encono en las condiciones de rechazo de la población hacia las autoridades federales. Desempleo, aumento en el precio de los productos básicos y los combustibles, manga ancha a los poderosos y, sobre todo, impunidad para los que desde diferentes enclaves del poder han agraviado a la gente.
No debería caber duda entre los azules. Desde hace más de un sexenio perdieron el Zócalo y deberían de entenderlo, a menos que la idea sea enfrentar aún más a la población y mirar una realidad de la que han huido desde que Felipe Calderón tomó el poder.
Bien se sabe que además de los miembros de la fuerza pública que protegen a Calderón, la derecha tiene grupos de choque que podrían intervenir ese día para tratar de hacer del Grito un acto entre azules y acarreados, como el que se realizó en Palacio Nacional el segundo día de este mes, para que Calderón siguiera enhebrando mentiras.
Lo malo, para ellos, es que se trata del Zócalo, que nadie les quitó, pero que han perdido. Así que cuidado con jugar al peligro, el país no está para esas bravuconadas.
De pasadita
Con el tratamiento común, vulgar podríamos decir, de: “reitero a usted mi consideración distinguida”, que bien podía haberse evitado, Isaías Villa, uno de los más prominentes miembros de la tribu Nueva Izquierda, concluía el informe que desde la Asamblea Legislativa enviaba a Felipe Calderón, a quien consideraba, en ese mismo documento: Presidente Constitucional de los Estados Unidos Mexicanos.
Ya sabemos que en defensa de su actuación, Villa podría decir que el documento es una obligación legal que él tenía que hacer en términos de ley, y que por ello no debería culpársele de reconocer a Calderón como lo que para muchos no es, pero resulta que Agustín Guerrero, quien tenía que cursar a la Presidencia el mismo tipo de informe, se disculpó y pidió a un priísta que firmara el documento, así que si la forma es fondo, ya mejor ni hablar.
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