Gustavo Esteva
Desde hace años el tema de la enajenación, tan de moda en los 60 y 70, salió del discurso público. Hasta los más radicales y enconados críticos del capitalismo lo dejan de lado o lo confunden con la obsesión consumista o individualista. Tanto para el joven Marx como para el tardío, sin embargo, la enajenación era la cuestión central.
Una analogía elemental puede contribuir a aclarar la cuestión. Al llevar una prenda al Monte de Piedad, la boleta señala que está enajenada y quedará en esa situación hasta que se liquide el adeudo. La prenda sigue perteneciendo a su dueño… pero le es ajena mientras siga empeñada. Está enajenada.
“Si te he visto no me acuerdo”, nos dicen con sorna los frutos de nuestro trabajo en una sociedad capitalista. Se han hecho abstractos y ajenos. Son mercancías que pertenecen al capitalista, al que adquirió e hizo valer la fuerza de trabajo, el que aprovechó la cualidad peculiar de esta mercancía de generar un valor superior al suyo…
Aunque éste es el secreto de la acumulación capitalista, no está ahí la más grave de las enajenaciones que se padecen en este régimen de producción. Lo que trastorna profundamente la vida es la enajenación del trabajo mismo: el hecho de que la actividad creadora del hombre se le haga también ajena. La máquina, la herramienta, el instrumento, la línea de ensamble, lo mismo que el seguro social, dejan de ser extensiones humanas, una especie de extramanos del hombre que aumentan su capacidad creadora. El régimen económico invierte el sentido de la relación: el hombre queda subordinado al instrumento, se hace su esclavo. La lógica de su actividad deja de pertenecerle. Le es ajena, extraña. El hombre mismo, no sólo los productos de su trabajo, queda en estado de enajenación.
Y hay todavía otra forma de enajenación a la que Marx no dedicó mayor atención. En vez de la relación tradicional con la Madre Tierra, de ese vigoroso cordón umbilical que se observa en todas las culturas, en la sociedad capitalista el hombre queda radicalmente enajenado de su “ambiente”: no sólo le resulta abstracto, ajeno y extraño, sino que es objeto de apropiación… y destrucción.
Una vocación anticapitalista actual necesita proponerse explícitamente la lucha contra todas las formas de la enajenación. Y debe plantearlo ahora mismo, en la agenda del día, para inaugurar en el presente nuevas relaciones sociales, no para imaginarlas en algún futuro prometido.
El tema ha de instalarse en el centro del debate público en el momento en que algunos críticos del capitalismo restablecen la palabra socialismo, que se ocultó discretamente tras el colapso de la Unión Soviética. Desde hace tiempo se volvió lugar común criticar el autoritarismo del “socialismo real” y descalificarlo como “capitalismo de Estado”. Se habla ahora de “socialismo de participación” y se subraya su componente democrático. Pero se sigue reduciendo la propuesta a la cuestión de la propiedad y se elude casi enteramente el tema de las enajenaciones múltiples de la sociedad capitalista.
En cuanto a la propiedad, se descuida la reivindicación de la propiedad personal y comunal, propia de asociaciones libres de productores en que no hay explotación y la actividad laboral no es mercancía, condiciones que podrían llegar a ser la forma dominante de organización productiva en una sociedad poscapitalista. Y no se enfrenta la muy difícil cuestión de las formas de organización y administración en entidades de propiedad colectiva para producción en gran escala, como Pemex y la Comisión Federal de Electricidad, a fin de evitar la corrupción, el autoritarismo y la enajenación que parecen inherentes a tales unidades, bajo los más diversos regímenes de producción.
Estos aspectos de la agenda actual de transformación, a menudo sepultados en la airada polvareda que actualmente se levanta ante cada gesto del ilegítimo, pueden contribuir a explicar por qué los pueblos indios y campesinos parecen estar tomando la delantera en la teoría y la práctica del cambio radical, ocupando discretamente el lugar de las vanguardias de todos los colores y del famoso proletariado industrial. Aunque esos pueblos estuvieron siempre sujetos a feroz explotación capitalista, bajo relaciones sociales específicas, lograron por lo general resistir en medida importante la triple enajenación que afectó profundamente a los trabajadores en otras esferas de la realidad social.
En todo caso, son temas claramente presentes en quienes se ocupan seriamente de la autonomía, como reivindicación central y ejercen continuamente su espíritu libertario. Se constató así con la APPO, durante el último año, como se había demostrado hace tiempo con los zapatistas. La novedad de sus propuestas puede ser sólida fuente de inspiración para ese debate necesario.
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