Editorial
La designación del francés Dominique Strauss-Kahn para presidir el Fondo Monetario Internacional (FMI), en sustitución del aznarista español Rodrigo Rato, consolida la tendencia a considerar ese organismo internacional como refugio de políticos europeos en desgracia. En efecto, al igual que Rato, Strauss-Kahn es un derrotado en las esferas de su propio partido.
Si bien el nuevo titular del FMI proviene del Partido Socialista Francés (PSF), su orientación económica es tan neoliberal como la de sus antecesores. En su calidad de ministro de Economía y Finanzas del gobierno de Lionel Jospin, entre 1997 y 1999, se opuso férreamente a la instauración de la jornada semanal de 35 horas –la conquista más reciente del movimiento laboral francés–, instrumentó las privatizaciones de grandes empresas hasta entonces estatales, como Air France y France Télécom, y puso en práctica una disciplina fiscal draconiana.
En concordancia con sus antecedentes y su orientación, Strauss-Kahn ha manifestado su propósito de privilegiar, desde la presidencia del FMI, la estabilidad del sector financiero, lo que pone una marca de continuidad con respecto a la tendencia de los anteriores dirigentes del organismo de conceder más importancia a los ámbitos especulativos que a los productivos y priorizar los capitales transnacionales sobre los nacionales.
Desde otro punto de vista, la designación del político francés al frente del FMI ratifica el control antidemocrático y excluyente que ejercen Estados Unidos y Europa occidental, de mutuo acuerdo, en los principales organismos financieros internacionales: mientras que Washington se reserva la designación de directores del Banco Mundial, la Unión Europea ejerce el privilegio de facto de nombrar a los titulares del FMI.
Por más que este arbitrario orden de cosas haya terminado por parecer “natural” a la opinión pública internacional, lo cierto es que confirma el alineamiento de ambas instituciones con los intereses del mundo industrializado occidental, intereses que por lo regular colisionan con las necesidades de desarrollo de las llamadas economías emergentes y del conjunto de países pobres.
La sucesión Rato-Strauss es, en suma, más de lo mismo en el principal organismo financiero multilateral, cuyas directrices han causado tantas catástrofes económicas, sociales y políticas en América Latina. Ante las turbulencias financieras magnificadas por la globalización, el FMI no tiene más receta que sacrificar a los sectores mayoritarios de la población, tranquilizar a los inversionistas –sobre todo a los extranjeros–, achicar el sector público, congelar salarios y liberar precios. Dominique Strauss-Kahn parece ser un hombre indicado para seguir propinando esta clase de consejos.
No es casual que un número creciente de gobiernos latinoamericanos hayan llegado a la conclusión que el FMI no aporta nada bueno a las economías de sus países, hayan saldado sus deudas con el organismo y se hayan liberado, en consecuencia, de su amarga preceptiva. Todo parece indicar que, con su nuevo presidente, el organismo financiero seguirá perdiendo socios.
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