León Bendesky
Los precios están creciendo más rápidamente. En los primeros 15 días de septiembre el índice general de precios al consumidor aumentó 1.04 por ciento con respecto al mismo periodo de 2006, y 0.62 por ciento respecto a la quincena anterior. Esta última cifra es la más elevada desde la primera quincena de noviembre de 2005.
En agosto los precios crecieron 4.03 por ciento en términos anuales, y la tendencia indicó que se elevarían en septiembre; los alimentos y bebidas aumentaron en ese mismo lapso 6.72 por ciento, y el índice del conjunto de la canasta básica de consumo creció 4.45 por ciento.
Para los hogares que reciben un ingreso de entre tres y seis salarios mínimos la inflación fue de 4.3 por ciento, y de 3.8 para el muy heterogéneo grupo de los hogares con ingresos de más de seis salarios mínimos. Esta clasificación de los hogares por estrato de ingreso es poco útil para considerar el efecto de las variaciones de los precios sobre el bienestar de la población, en una economía con una enorme desigualdad en la distribución.
Mientras esto ocurre con los precios, la actividad productiva en el primer semestre del año creció muy por debajo de los registros de 2006. En el primer trimestre de 2007 la tasa de crecimiento del producto fue de 2.6 por ciento, frente a 4.5 del mismo periodo del año pasado, y en el segundo semestre las tasas fueron 2.8 y 4.3 por ciento, respectivamente. Las menores tasas representan caídas de 42 y 35 por ciento en cada caso.
La combinación de un menor dinamismo del producto con precios que tienden al alza es desfavorable. No constituye un elemento que genere mayor demanda de trabajo, lo que afecta adversamente la creación de empleos, sobre todo en el sector formal de la economía y, seguramente, seguirá siendo un estímulo para la emigración de los trabajadores. Tampoco representa un escenario positivo para la inversión. La economía crece en los sectores de actividad donde hay mayor concentración del mercado, lo que redunda en una ineficiente asignación de los recursos y en mayor inequidad social.
La evolución indica también que las condiciones de estabilidad que se ha conseguido imponer en la economía mediante las políticas fiscal y monetaria se están agotando. Esto ocurre por presiones externas, derivadas, por ejemplo, del alza de los precios de bienes, como ocurre en el mercado agrícola, y por la transmisión de los efectos de la inestabilidad financiera.
Pero la cuestión tiene que ver primordialmente con las condiciones internas. El reconocimiento de las trabas a la expansión del producto y del empleo es esencial para cambiar el modo de funcionamiento de la economía, que por un largo periodo no conduce al crecimiento y a la equidad. En este sentido México está alineado con el grupo de países atrasados y no corresponde a su membresía en la OCDE.
La estabilidad tiene su límite en la condición fiscal del Estado y en la repercusión sobre la política monetaria. No debe pensarse que la autonomía de gestión del banco central equivale a una ausencia de restricción en la política monetaria impuesta por los desajustes fiscales. De la misma manera no debe pensarse que tener presupuestos anuales con bajo nivel de déficit fiscal equivale a lo que gustan llamar en el gobierno finanzas públicas sanas. Esto puede desprenderse de los argumentos con los que el gobierno propuso las recientes medidas de reforma fiscal al Congreso, tanto el nuevo impuesto a las empresas como, especialmente, el aumento al precio de la gasolina.
El verdadero ajuste fiscal en México está muy lejos de conseguirse. Está, incluso, lejos de establecerse como una dirección clara de la administración pública. Se trata, en efecto, de elevar la capacidad de captación tributaria y de ejercer el gasto con criterios claros y sostenibles de aliento a la producción y de gasto en materia social.
La reforma actual es parcial en contenido y corta en aliento. El banco central ha tenido una relativa ventaja para manejar los tipos de interés y la paridad del peso con el dólar. Esa base de la estabilidad no da para mucho más y la presión inflacionaria es un indicador clave.
Al final la única base sostenible del crecimiento del producto y de la estabilidad de los precios es el reforzamiento de la productividad. En ese terreno los avances son muy limitados para el conjunto de la economía. Por ello crece la desigualdad entre los sectores productivos y a escala territorial; por eso aumenta la concentración de la propiedad, el ingreso y la riqueza; por eso no cede la pobreza.
La sociedad y la economía están atoradas en una condición de disfuncionalidad que se aprecia en numerosas instancias. Una de relevancia mayor es la del sector energético, pero no es, por cierto, la única. Las trabas institucionales abarcan al propio Estado, las relaciones con el sector empresarial y los sindicatos corporativos. No hay condiciones para una elevación de la productividad que modifique el modo de operación de la economía y su impacto en la sociedad. Ante esto, la estabilidad sólo será episódica, aunque pueda durar varios años, y la falta de crecimiento seguirá siendo crónica.
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