martes, noviembre 06, 2007

El modelo neoliberal ya tiene una grieta (Chile)

Paul Walder

¡Hay noticias! ¡El gobierno no es neoliberal! Lo afirmó con todas sus letras el ministro de Hacienda, Andrés Velasco (AV). A la vez, desplegó una serie de argumentos para comprobar su afirmación: “Hablar de neoliberalismo en el Chile de hoy, y en el gobierno de la presidenta Bachelet, me parece una caricatura ridícula”, aclaró la mañana siguiente a la movilización de la CUT del 29 de agosto. El hombre de Hacienda confesó, convencido, estar “llevando a la práctica el programa más social y con más beneficios que hemos visto en Chile en muchos años”. Sin duda, una noticia.

AV hizo estas y otras afirmaciones con la satisfacción que le daba la reciente aprobación en la Cámara de Diputados de su proyecto estrella: la reforma al sistema previsional, el que, entre varios cambios, permitirá que aquellas personas mayores sin ahorros tengan una pensión de 75 mil pesos. El Sistema de Pensiones Solidarias, que es la cara no sólo más atractiva sino la más valiosa del proyecto, es una red protectora, una especie de renta mínima universal para las personas que han quedado fuera del sistema de pensiones, como las dueñas de casa, muchos trabajadores independientes o las temporeras. Pero la reforma también ayudará a los que han cotizado de manera insuficiente. En estos casos, el Estado otorgará un subsidio proporcional a todos aquellos jubilados con pensiones menores a 200 mil pesos. Eso es lo que hay por el momento. Ya se verá qué sale desde el Senado.

Sin duda, es un importante avance en políticas sociales. Sin embargo, no logra borrar su inspiración neoliberal y su fe a toda prueba en el mercado. Porque la reforma al sistema previsional se ha hecho dentro y para el mercado. El proyecto de reforma, que es una importante transformación en las políticas públicas orientadas a los sectores más excluidos es, sin duda, un subsidio, pero también valida el sistema de capitalización individual -extrema ortodoxia neoliberal- al que deja intacto. Al no tocarlo y tomar el Estado la carga social de los márgenes del mercado -liberando al sector privado-, lo que hace es consolidar y también subvencionar el sistema de Administradoras de Fondos de Pensiones (AFP) como sistema único de previsión y como puntal financiero de la economía chilena. Subsidia a los pobres, pero también a las AFPs. De cierta manera, es una reforma pensada para los grandes conglomerados.

El proyecto por un lado ayuda a los más pobres, a los más desplazados del mercado, y apoya y consolida la participación del sector privado en la previsión: consagra a Chile como el único país con un sistema exclusivo de previsión privada. En esta reforma el refuerzo al sistema es la incorporación de los bancos al negocio, con el gran argumento de entregar más competencia al mercado. Como lo ha demostrado la experiencia, esto significa que un par de entidades copen todo el mercado en los próximos años. Pero recordemos que el gobierno no es neoliberal.

Esta extraña contradicción, que por un lado subvenciona a los sectores económica y socialmente más excluidos con 75 mil pesos, afianza los grandes negocios del sector privado. Expresado en palabras del diputado Pablo Lorenzini, uno de los pocos de la Concertación que votó en contra de la incorporación de los bancos al negocio previsional: “La Concertación está con los trabajadores en la mañana y por la tarde, vota a favor de los bancos”. Es posible entender los comentarios de Lorenzini en cuanto a que las políticas oficiales buscan aplacar su mala conciencia con estas ayudas a los sectores más excluidos. También pueden interpretarse en cuanto a que no se puede estar con los trabajadores y con la gran empresa. Por lo menos no bajo este modelo, cuyos efectos económicos y sociales saltan a la vista.

TODO EL PODER

PARA VELASCO

Andrés Velasco, pese a sus recientes confesiones, ha encarnado para gran parte del país la quintaesencia del neoliberalismo. De hecho, durante los 17 años que gobierna la Concertación ningún ministro de Hacienda había sido blanco de tantas y tan reiteradas críticas. Un fenómeno también lleno de confusiones y contradicciones que sube hasta la esencia del gobierno, porque mientras la presidenta Bachelet crea cónclaves para elevar el salario mínimo, reviste a AV del mayor poder del Estado. Durante los viajes de la presidenta en septiembre, ha quedado el titular de Hacienda como vicepresidente de la República. Del mismo modo que los diputados que apoyan a los trabajadores a la vez apoyan a los bancos, La Moneda también padece esta enorme contradicción: el miércoles 29 de agosto, mientras las fuerzas policiales reprimían a los trabajadores en el centro de Santiago, la presidenta reiteraba su discurso social en la cena anual de la Sociedad Nacional de Minería (Sonami). Un gobierno a dos bandas. Un gobierno de doble estándar.

Bajo esta misma lógica, el gobierno difamó desde el primer momento las manifestaciones laborales: “Es una movilización un poco atípica, porque no vi una razón clara para manifestarse y tampoco vi un apoyo masivo ciudadano (…) No más de cinco mil personas en todo Santiago, en diversas calles y diversos barrios y en distintas horas…”, dijo Belisario, el otro Velasco (BV). Una opinión que transparentaba una estrategia comunicacional. Las declaraciones de Felipe Harboe, el subalterno de BV, sólo reforzaron las de su jefe: “Creo que la irresponsabilidad de la Central Unitaria de Trabajadores Metropolitana fue muy alta -dijo este funcionario-. Convocan a una marcha sin ningún destino final, sin ningún acto central, sin dirigir ninguna palabra a los supuestos manifestantes. Si uno mira desde el punto de vista político, creo que esta manifestación fue convocada por una necesidad gremial de posicionarse como conductora de un proceso de movilización social, más que para reivindicar legítimas aspiraciones sociales”.

Harboe también aprovechó la oportunidad para utilizar la otra parte de la estrategia de comunicaciones del gobierno. Tal como dijo horas más tarde AV, Harboe también dio a la galería la noticia sobre el carácter no neoliberal del gobierno. Dijo: “El punto es el siguiente: éste no es un gobierno que vaya a descubrir la desigualdad con una manifestación que convoca un grupo de dirigentes. La desigualdad es una de las piedras angulares de la Concertación, y prueba de ello es que hoy día, el gran sello de este gobierno, que ha sido consecuencia de los avances que hemos tenido en los tres gobiernos anteriores, es el de la protección social”. Tenía que quedar muy claro.

EL PARAISO ESTA AQUI

De las afirmaciones de estos funcionarios podemos concluir que vivimos en el mejor de los mundos. ¿Cuál es la gloria? ¿El consumo? ¿El endeudamiento? ¿Los subsidios para que la clase trabajadora no se hunda en la indigencia durante su vejez? ¿Que sólo el 13,7 por ciento de los chilenos es pobre, como afirmó Mideplan?

La gloria es que del crecimiento de la economía se lo ha venido apropiando el diez por ciento más rico de la población, que la desigualdad roza niveles impúdicos, que durante el primer trimestre sólo diez conglomerados empresariales se apropiaron de la mitad de las ganancias de las más de 600 empresas que cotizan en la Bolsa. La economía crece, ¡y cómo crece para algunos! Pero nada se dice de los salarios: el 30 por ciento de la población gana el salario mínimo de 144 mil pesos, más de la mitad está bajo la cota de los 250 mil pesos y el sueldo promedio ronda los 350 mil. Todo ello, pese al silencio gubernamental y del establishment político y económico, se percibe en las calles.

Pese a las evidentes y concertadas descalificaciones del Ministerio del Interior a la convocatoria de la CUT, y a la glorificación de sus políticas económicas, ha quedado claro el descontento ciudadano hacia las políticas que sustenta el gobierno. Más allá del dinamismo o la pasividad de la movilización, de la calidad y naturaleza de los actos, lo que logró la central sindical es, además de remecer y convulsionar la vida cotidiana de un día laboral cualquiera, colocar en la agenda sus reclamos, bastante más políticos que salariales: porque una de las demandas más voceadas por primera vez con tal claridad, ha sido el fin del neoliberalismo.

La protesta de los trabajadores fue apoyada en algunos casos de manera directa y en otros tangencialmente por figuras de los partidos de la Concertación, incluso por personalidades del Partido Socialista, el de la presidenta Bachelet. Pero más allá de este hecho más bien anecdótico es necesario destacar la declaración del presidente de la UDI, el senador Hernán Larraín. Aun cuando sus palabras tienen una evidente carga electoral, inscrita en la “teoría del desalojo”, no está demás recordar algo sentido y padecido por los trabajadores. La movilización, para el senador de ultraderecha, estaba justificada porque “se trata de una molestia generalizada en el país”. Está el Transantiago, dijo, pero también están las alzas de la luz, el pan, el colapso de la salud, “la inequidad de los sueldos y el centralismo. Hay en fin mil causas…”.

Hernán Larraín, pero también Arturo Martínez, presidente de la CUT -como también el senador socialista Alejandro Navarro-, coincidieron en sus mensajes al gobierno: que la presidenta sea capaz de oír a la gente. Navarro le dijo que esta movilización debiera ser “un cable a tierra” para el gobierno, Larraín que “es el malestar ciudadano que se está expresando hace rato”, en tanto Martínez, que fue un poco más lejos, dijo en rueda de prensa: “Ha comenzado la lucha; ellos (el gobierno) sabrán cuándo termina”.

PIÑERA SE SACA LA MASCARA Y SACA TAMBIEN EL GARROTE

La verdadera cara de la derecha la mostró esta vez el empresario Sebastián Piñera, el ex y también futuro candidato presidencial de RN. Piñera recuperó un discurso extremadamente duro hacia los trabajadores -tal vez por su misma condición de empresario- y les habló directamente en su calidad de probable próximo presidente de Chile: “Se los digo directamente: los vamos a perseguir hasta el fin del mundo, para que enfrenten la justicia y reciban el castigo que se merecen”. Días más tarde, en una entrevista, reiteró su don represor: “Esto no es protesta, es casi terrorismo”. El mensaje hacia los trabajadores a partir de 2009 está más que claro.

Considerando el oportunismo electoral de la UDI ante el malestar social, lo cierto es que ha hecho un certero diagnóstico de lo que hoy sucede en el país, como también lo hizo días más tarde el senador de la Democracia Cristiana Adolfo Zaldívar. Junto con redoblar sus críticas a AV, dijo que “esta tecnocracia no entiende nada, y como no tiene control político, nos está llevando a esta situación límite, donde lamentablemente las consecuencias van a ser muy graves si es que no se corrigen a tiempo”. Porque basta una sencilla observación, una mínima relación con la realidad social -como lo ha hecho la Iglesia Católica (que a partir de un diagnóstico sondeado en su base social lanzó sus propuestas)- para percibir el profundo descontento ciudadano.

Hernán Larraín adelantó las alzas de precios en productos tan básicos como el pan, o en servicios como la electricidad. Según fuentes no oficiales, el kilo de pan subiría este mes hasta los mil pesos, en tanto el Ministerio de Energía ha admitido que de aquí hasta finales de año el precio de la electricidad subirá casi un veinte por ciento. Ambas alzas afectan con mayor fuerza a las familias más pobres.

¿Y qué hace el gobierno? Ante las inminentes alzas podemos observar otra brutal contradicción en sus políticas. Se enfurece con los panaderos, con los miles de pequeños panaderos porque, acusa, especulan. Los precios del pan, que para los gobernantes son objeto de un complot, son el efecto de un cartel, de un acuerdo entre los productores. La Moneda ha dicho que les aplicará la ley y todos los organismos fiscalizadores, como la Fiscalía Nacional Económica, si fuese el caso. Los miles de panaderos sí pueden concertarse y subir arbitrariamente los precios, pero para el gobierno no lo hacen las tres o cuatro cadenas de farmacias, la veintena de bancos con sus tasas de interés o las dos o tres cadenas de supermercados… Furia contra los más débiles, apoyo incondicional a los poderosos.

Arturo Martínez anunció que tras la movilización del 29 habría un antes y un después, expresión que desató las burlas de los funcionarios de gobierno. Es posible prever que efectivamente tras la movilización, que ha sido silenciosa y reprimida, haya un discurso, un malestar, que ha comenzado a ser socializado. Como dijo el senador Zaldívar, el verdadero descontento se pudo ver en todos quienes protestaron en forma silenciosa, como la clase media “que está endeudada con tarjetas de crédito, porque a través de lo que gana no puede cumplir con sus necesidades básicas”

(Publicado en Punto Final” Nº 647, 7 de septiembre, 2007)

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