Silvia Ribeiro *
Se está reuniendo en Bali, Indonesia, la decimotercera Conferencia de Naciones Unidos sobre cambio climático, tema cada vez más álgido, tanto por la agudización de los impactos de esta tragedia anunciada como por los fuertes intereses comerciales que moviliza.
Este año se expresa claramente la polarización social global en torno al tema, particularmente con la instalación de la “Aldea de la solidaridad para un planeta sin calentamiento”, organizada por una amplia coalición de movimientos sociales y organizaciones civiles de Indonesia e internacionales, fuera de las reuniones oficiales. Según los organizadores, que incluyen a la coalición Movimiento Popular de Indonesia contra el Neo-colonialismo y el Imperialismo, la Federación Indonesia de Sindicatos Campesinos (FSPI), organizaciones de derechos humanos, de pescadores, mujeres, coaliciones contra los acuerdos comerciales y organizaciones internacionales como Vía Campesina, Amigos de la Tierra y Focus on the Global South, es “un espacio abierto para reunir a todos los hombres y mujeres, desde el este, oeste, norte y sur, que creen que el calentamiento global no puede ser abordado mediante soluciones de mercado y neoliberales. Creemos que éstas sólo pueden encontrarse con cambios fundamentales en la manera en que producimos, comerciamos y consumimos”.
Este tipo de movilizaciones sale al encuentro de las justificaciones de las industrias para promover, entre otros, los agrocombustibles, los “desiertos verdes” producidos por los monocultivos forestales, las grandes represas, la energía nuclear y otros arreglos tecnológicos, que lejos de ser soluciones agregan nuevos problemas ambientales y sociales.
Si bien el proceso de cambio climático global se conoce desde hace décadas, Estados Unidos y las industrias petroleras y automovilísticas lo negaban. Pero esos mismos actores han ido cambiando de estrategia, no porque reconozcan su vasta y dañina participación en la producción de las causas del calentamiento global y las ganancias que les ha reportado, sino porque avizoran nuevas fuentes de negocios para mantener sus privilegios de lucro y contaminación.
En ese sentido se destaca la agresiva promoción de los combustibles agroindustriales a escala global, subvencionados con dinero público para el lucro de las grandes empresas. Sólo que en lugar de mitigar el calentamiento global lo van a empeorar, porque implican un aumento masivo de sus causas: más agricultura industrial, más consumo de petróleo para maquinaria agrícola y agroquímicos, más deforestación y más erosión de sistemas naturales. Por si fuera poco, son nueva fuente de atropellos a los territorios y derechos de los campesinos y campesinas que en todo el mundo son quienes realmente proveen la base de la alimentación y la sustentabilidad de los agroecosistemas para la mayoría de la población mundial.
Otro tipo de emprendimientos de alto riesgo son las empresas de “geoingeniería”, o sea, la modificación del ambiente voluntariamente y a gran escala.
Varias empresas han salido, literalmente, a pescar ganancias, con lo que llaman “fertilización” de los océanos. Se basan en la teoría de que al dispersar fertilizantes en la superficie de los océanos aumentará el fitoplancton, que absorbería dióxido de carbono y, por tanto, funcionaría como sumidero de carbono. En noviembre 2007, el Convenio de Londres de la Organización Marítima Internacional (que se ocupa de la contaminación de los mares por vertido de desechos) declaró que este tipo de experimentos “no se justifican”, tanto por los impactos negativos potenciales como porque no está claro que aporten ningún beneficio. Recomienda a los gobiernos no aprobarlos. Pero las empresas insisten y buscan gobiernos dóciles, que no sean firmantes de este convenio.
Una de las iniciativas más conocidas es la de Planktos Inc., compañía que vende créditos de carbono a individuos y empresas, para luego verter nanopartículas de hierro a los océanos. Planktos anunció que se dirigía para estos fines a los mares cercanos a las Islas Galápagos, pero debió cancelar el viaje debido a las denuncias de muchas organizaciones locales e internacionales, así como a la oposición oficial en Ecuador.
Otra empresa similar, también en la mira de muchas organizaciones, es Climos, con sede en San Francisco. Quiere legitimarse como agente de “créditos de carbono” con estas actividades de vertido a los océanos y pretende ser admitida dentro del llamado Mecanismo de Desarrollo Limpio (MDL) del Protocolo de Kyoto. Otra muestra fehaciente de que el MDL es un mecanismo a favor de intereses comerciales, que legitima la venta de “permisos de contaminación”, aumentándola y promueve actividades de fuerte impacto social y ambiental.
La empresa australiana Ocean Nourishment Corporation (ONC) se proponía verter 500 toneladas de urea al mar de Sulu, cerca de Filipinas, pero debió cambiar sus planes luego de la oposición del gobierno filipino, debido a la denuncia de varias organizaciones de la sociedad civil por los impactos sobre los pescadores artesanales y el ambiente marino. Sin embargo, ONC sigue con el plan de verter más de mil toneladas de urea en aguas malayas, y considera ir también a Chile, Emiratos Árabes y, posiblemente, Marruecos.
Los piratas del clima siguen buscando puertos vulnerables y tierras desprotegidas para sus lucros inescrupulosos, sea con geoingeniería, agrocombustibles o incluso creando organismos vivos totalmente artificiales para producir combustibles comercialmente, como intenta el genetista Craig Venter. Que no quepa duda: por todo el mundo se multiplica también la resistencia de las organizaciones de la sociedad civil, así como la alerta activa de los campesinos y campesinas que, como dice Vía Campesina, desde su lucha y desde su práctica diaria combaten el calentamiento global.
* Investigadora del Grupo ETC.
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