Por Dr. Eugenio R. Balari
Tener decencia y civismo son dos valores necesarios
Son muchos los males que aquejan a las sociedades contemporáneas y México, lamentablemente, no está exento de ellos.
No me parece posible ni creo que sea necesario regodearnos ahora en cada uno de dichos fenómenos.
Sin embargo, considero conveniente realizar algunas breves reflexiones sobre ciertos aspectos que a mi juicio, en determinadas sociedades, donde no excluimos la nuestra, se manifiestan con ribetes sociales muy dramáticos, amargos y de fuertes impactos y desconfianza ciudadana.
A los marcados desequilibrios económicos y sociales existentes tenemos, lamentablemente, que adicionarles otros problemas no menos importantes que también laceran socialmente e incrementan los niveles de malestar, inconformidad, angustias y pesimismo que se ciernen sobre nuestra sociedad.
La promoción en nuestros países de un modelo para la obtención de las riquezas por una vía que se encuentra plagada de desigualdades y desquilibrios genera, por supuesto, la polarización de la riqueza y la pobreza a puntos tan extremos que, como consecuencia de ello, aparecen con toda claridad en el tejido social las diferentes clases sociales y sus consecuentes capas y estratos socioeconómicos.
Así con frecuencia oímos hablar o decir, para establecer las definiciones sociales, de la existencia de una clase rica o alta burguesía, de clases media alta, media o baja, los artistas e intelectuales, los profesionales y funcionarios públicos y también sobre las clases bajas, que con frecuencia se nutren de los trabajadores asalariados, del trabajo informal y los campesinos.
A ello tenemos que agregar en los tiempos actuales, a los sectores marginados, a las multitudes de desempleados o subempleados que viven en condiciones de extrema pobreza.
En este contexto social tan caracterizado por las diferenciaciones, se acrecientan cada día que pasa el número de pobres en nuestros países, y la desigualdad que sufren los mismos aumenta y genera cada vez más frustraciones, inseguridad, desconfianza y resentimientos sociales.
Ese es un panorama que no se puede obviar y menos subestimar, pues las contradicciones y los antagonismos que se expresan en la sociedad contemporánea, es en una gran medida la consecuencia de dichas realidades que pueden en su momento llegar a ser explosivas.
Sin embargo, para mí, lo más preocupante e indignante es la manera social en que se viene haciendo la catarsis a dichos problemas con el visto bueno de muchos.
O es que no consideramos que los crecientes y alarmantes fenómenos de corrupción político- administrativa, de peculado, los robos de cualquier origen en el seno de la sociedad, la violencia en todas sus aristas y manifestaciones, la criminalidad en aumento, el narcotráfico, el incremento del consumo de drogas y el alcoholismo, para poner sólo dichos elementos sobre el tapete, se encuentran ajenos a estas realidades.
Lo mismo podemos decir, cuando apreciamos el incremento de los fenómenos migratorios, el tráfico humano y los negocios ilícitos que se mueven alrededor de todo ello.
Ha crecido el engaño, el delito, la prostitución, los juegos de azar; se viene desarrollando una "subcultura" de exacerbación del individualismo, que junto al afán de lucro y la necesidad de distinción social, ha estado enrareciendo todos los ambientes de la sociedad contemporánea y ha provocado una sensible pérdida de la ética ciudadana y de los valores morales.
Me complace mucho apreciar cuando, al través de los medios masivos de comunicación, se expresan criterios y apelaciones, exhortando y reclamando la necesidad de reconstruir la sociedad de una forma más positiva.
Sobre todo, cuando esas consideraciones se les formulan al sector político, especialmente a los Partidos, porque sólo al través de ellos, cuando se encuentran en el poder sus líderes y funcionarios, es que se pudieran cambiar los actuales vicios y deformaciones que encierran nuestras sociedades y proyectos, una sociedad más humana, solidaria, honesta, justa y coherente en todos los sentidos.
Sobre el futuro y los destinos de nuestros países y sociedades, todos tenemos la responsabilidad y la obligación de hacerla justa y decente, de construirla de una manera mejor, por nosotros, nuestros hijos y las futuras generaciones.
Sin embargo, desde mi manera de ver las cosas, si no transitamos hacia un modelo social y económico más equilibrado, justo y solidario, difícilmente en el carro en que estamos montado se logren resolver los problemas señalados que, como sabemos, tanto nos agobian y perturban en la actualidad.
Tiene que dejar de prevalecer socialmente el engaño, la manipulación, los privilegios, la inmoralidad, el individualismo, la vanidad, la corrupción, el latrocinio, la criminalidad y el enriquecimiento ilícito en cualquiera de sus manifestaciones.
Deben de prevalecer las virtudes ciudadanas y sobre todo de su líderes y dirigentes políticos.
Tener decencia y civismo son dos valores necesarios.
No se puede seguir defraudando al pueblo.
El engaño y la corrupción deben ser desterrados de la ética de la sociedad y de la política nacional.
Hay que devolverle la confianza al pueblo, restañar las heridas de la imprescindible credibilidad política/social, levantar su moral y la ética y erigirla sobre un pedestal al que todos le profesemos un verdadero culto.
En todo ello, en los verdaderos destinos de edificar una nueva nación, donde prevalezca la verdad, la transparencia, la libertad, la democracia y la plena justicia social, tienen un papel determinante los Partidos políticos, sus líderes y funcionarios.
A ellos los exhortamos y le reclamamos que lo hagan por el bien de la nación, de ellos mismos y de todos.
Suscribirse a:
Comentarios de la entrada (Atom)
No hay comentarios.:
Publicar un comentario