Entrevista a Nora Cortiñas, cofundadora de Madres de Plaza de Mayo-Línea fundadora
Ainara Lertxundi
El 5 de abril de 1977, Nora Cortiñas comenzó una larga peregrinación en busca de su hijo, Gustavo, desaparecido cuando iba al trabajo. En ese ir y venir se cruzó con la mirada de otras tantas madres en su misma situación. No hicieron falta las palabras para saber que algo las unía y que, a partir de ese momento, sus caminos estarían ligados. El documental «Madres» ha recogido esta lucha, que dura ya 30 años.
«Las madres no hicimos más que levantar la bandera de lucha de nuestros hijos y seguir acompañando la lucha popular en Argentina», concluye Nora Cortiñas, cofundadora de Madres de la Plaza de Mayo-Línea Fundadora. Han cumplido ya 30 años de lucha por la verdad y la justicia. 30 años de historia recogidos ahora en el documental «Madres», un canto a la «la militancia, solidaridad y compromiso de una generación», subraya.
Uno de los primeros aspectos que aborda el documental es el duelo de la desaparición y la imposibilidad de elaborarlo.
Es la incógnita diaria. Las 24 horas te preguntas cómo, por qué, cuándo, quién, dónde. Estas han sido las preguntas de todos los días durante 30, 31 o 32 años, porque el terrorismo de Estado empezó antes del 24 de marzo de 1976. Si para nosotras fue difícil, para los hijos de nuestros hijos fue mucho más dramático y triste porque fueron creciendo sin una explicación y siempre queda una imagen de abandono provocada por esta metodología criminal e infame.
También analiza el porqué de tanta desaparición.
Se los llevaron porque eran militantes políticos, sociales, de base y para implementar a fondo la nueva política económica que ya se veía venir desde la década de los 50. Argentina comenzó a tener un sistema neoliberal que produce pocos ricos muy ricos y millones de pobres.
La metodología de la desaparición empezó entre 1974 y 75, en 1976 se hizo más sistemática y para los años 1977 y 1978 no quedaba un lugar sin que hubieran ido a buscar a un militante o lo persiguieran en plena calle.
Fue una operación muy programada que empezó a prepararse en la época de la señora Isabel Martínez de Perón. Hubo un plan organizado por Estados Unidos con la complicidad y participación de los gobiernos militares, del poder económico y, en el caso de Argentina, de la mayoría de la cúpula de la Iglesia católica. No sólo fueron cómplices, también fueron partícipes. Entraban en los campos de concentración, veían a la gente torturada, ellos mismos les decían que tenían que hablar y decir todo lo que sabían.
Las madres lo aprendimos todo en la calle; hablando con políticos, funcionarios y hasta con los propios militares hipócritas. Nos decían que «si no habían hecho nada en algún momento aparecería», que «en algo andaría», que «por algo será». Frases de los militares pero también de una parte de la sociedad.
La Plaza de Mayo y la unión entre las madres fue fundamental, convirtiéndose en una especie de «catarsis» colectiva que les sirvió de ayuda mutua en medio de la desesperación.
Nosotras desestructuramos a los sicólogos. Hicimos una terapia de grupo no voluntaria, pero espontánea. No había libro de sicología que explicara el fenómeno de la desaparición y cómo elaborar un duelo. Hasta el día de hoy, las acciones llevadas a cabo para mantener viva la memoria no alcanzan para elaborar el duelo. Es como tener un cementerio sin muertos.
En medio de tanto dolor, Argentina celebró y ganó el Mundial de Fútbol de 1978. ¿Cómo vivió aquellas muestras de algarabía en las calles de Buenos Aires?
La represión no se dio sólo en los centros clandestinos o contra los luchadores populares. El coste lo pagó toda la sociedad. Las desapariciones forzadas, el no poder elaborar un duelo ni tener el cuerpo de esa persona que querías... La represión generó un fenómeno de terror tan grande que llegó a inmovilizar a muchos. El Mundial fue una válvula de escape.
Sin menoscabar a los jugadores argentinos, algunas de las madres tenemos el convencimiento de que fue programado para que Perú se dejara ganar y la dictadura se mostrara ante el mundo con este triunfo.
Muchas de ustedes se conocieron en los pasillos de la Casa Rosada y con tan sólo un cruce de miradas intuían que habían acudido por el mismo motivo.
Recuerdo perfectamente estar caminando por los pasillos del Palacio de Justicia y cruzarme con un mujer con la mirada triste y ojos llorosos; como si buscara en un infinito de recuerdos. Nos paramos y mirándonos mutuamente, nos preguntamos: ¿Vos venís por lo mismo que vengo yo?.
En la medida en que se arrimaba una madre, primero se sentaba en un costado de la Plaza y ahí se quedaba tímidamente hasta que otra madre se le acercaba, o ella, despacito, se arrimaba al lugar donde estaba el resto. Eso fue así por años.
Pese a que fueron detenidas, perseguidas y multadas, no desistieron ni un día.
No nos abatieron ni tampoco nos hicieron claudicar. Nos amenazaban con cinco días de cárcel o 30 centavos de multa por violar los edictos policiales, en concreto, el que prohibía el escándalo en la vía pública.
En ese momento, algunas madres decían que querían ir a la cárcel para estar con sus hijos.
Estar en la Plaza de Mayo no violaba ningún edicto. Pero, como había Estado de sitio, teníamos que ir de dos en dos. La Policía venía y nos decía «circulen, circulen» y así nos obligaron a circular por la Plaza, si no nos echaban. Al principio, lo hacíamos alrededor del monumento de Belgrano y, después, de la Pirámide porque el movimiento de las madres fue creciendo.
Como lo de la multa, hubo un montón de situaciones. Cuando nos querían llevar presas, llamaban a los patrulleros y nosotras nos negábamos a subir. Entonces, paraban un autobús de línea, bajaban a todos los pasajeros y nos subían. A todo esto, nosotras éramos resistentes, insumisas, rebeldes; les dábamos trabajo, en otras palabras.
En otra ocasión, estábamos en la calle Florida, una avenida comercial muy importante de Buenos Aires. Decidimos ir para que nos vieran los turistas.
En una de esas, vino un policía y con mucho cuidado le dijo a una madre si le podía acompañar. Como ninguna se había percatado de lo que estaba sucediendo, se dejó caer al suelo y los policías no sabían qué hacer. La querían levantar pero ella, alta y grande, se hizo el peso muerto. Los policías empezaron a tirar de ella y las madres a gritar. En ese momento, vino el jefe del operativo y, en voz baja, ordenó a los policías que la dejaran porque todos los turistas estaban mirando.
Lo trágico de la situación también dio paso a ciertos momentos anecdóticos.
No éramos unas niñas, estábamos en los 50. Queríamos imitar a nuestros hijos militantes; por eso, nos cambiábamos lo nombres y nos poníamos apodos que, luego, se nos olvidaban. Lo más gracioso era cuando quedábamos en confiterías. Nos reuníamos allí para hacer ver que éramos señoras que iban a tomar el té. A una muy famosa, llamada La Violeta, la bautizamos como La Flor, y a otra en vez de La Fragata, le pusimos El Barquito.
«¿Adónde vamos a ir a tomar el té?», decíamos por teléfono. «A La Flor a festejar el cumpleaños de Blanquita». Y, la otra decía «¿qué flor, La Violeta?».
Y, con los horarios, otro tanto. Escuchábamos a nuestros hijos que quedaban a una hora distinta a la que decían. Así que cuando decíamos las cinco, en realidad, queríamos decir las cuatro. Pero, a alguien siempre se le olvidada si había que ir una hora más tarde o antes de lo hablado. ¡No pegábamos una!
Con el tiempo fueron sabiendo qué pasaba en los centros de detención clandestinos y reconstruyendo aquel calvario.
Cuando algunos de los hombres y mujeres que habían sido secuestrados fueron liberados, con valentía, solidaridad y mucho amor hacia los compañeros que se habían quedado dentro, nos llamaban para contarnos algo de esas vivencias terroríficas. Aún hoy, esa generosidad y solidaridad les cuesta la vida.
Se refiere al caso del testigo clave Jorge Julio López, desaparecido hace más de un año.
Siento bronca e infinito dolor porque el Estado abandonó y no protegió a los testigos, fue indiferente. Esta situación ha revivido con fuerza aquella frase que creíamos que no íbamos a tener que repetir: «Aparición con vida de Julio López».
Los resortes de la dictadura no acabaron con la instauración del Gobierno de Raúl Alfonsín. Los represores quedaron impunes. ¿Cómo fue ese cara a cara?
Siempre fue dramático porque la impunidad camina por la calle. Hoy en día todavía hay miles de policías que, pese a haber participado en la represión, tienen cargos. La verdad sigue en los archivos del Estado, de las Fuerzas Armadas, del poder económico y la Iglesia Católica. Aunque sobre el pasado hemos obtenido algunos logros, la justicia es lenta y aún sigue oculta la identidad de 500 menores.
«Madres» se ha presentado en varios festivales de cines, entre ellos, el de Donostia. ¿Qué significa este trabajo para usted?
Es la historia de nuestros hijos. Una historia de lucha, solidaridad y compromiso. Las madres no hicimos más que levantar la bandera de lucha de ellos y seguir acompañando la lucha popular en Argentina. Nuestros hijos son los actores de una época de lucha, de una generación diezmada casi en su mayoría, pero los que se salvaron y las nuevas generaciones siguen. Nadie baja los brazos. Ahora, la protesta está criminalizada en Argentina. Hay entre 4.000 y 5.000 procesados por pedir sueldos dignos, trabajo, por hacer cortes de vía o huelgas. La represión no es como en la dictadura pero sigue para aplacar las exigencias de cambio.
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