Lydia Cacho
A plena luz del día una bomba detona, el hombre que la lleva pierde la mano, acto seguido le estallan las vísceras y se fractura un pie. Muere allí mismo. Las autoridades inician sus pesquisas, la hipótesis de que fueron sicarios del cártel de Sinaloa surge de inmediato: un atentado fallido contra la Secretaría de Seguridad Pública del Distrito Federal en venganza por los arrestos y decomisos al grupo de El Chapo Guzmán valuados en casi 60 millones de dólares. Sea cual fuere su origen, hay quien lo denomina “un acto terrorista”, pues la intención de explotar una bomba fue sembrar el terror entre la ciudadanía.
Sin embargo el término “terrorismo” implica violencia premeditada, políticamente motivada, perpetrada contra objetivos no-combatientes, por agentes clandestinos, generalmente con la intención de influenciar a una audiencia. Hasta hoy las autoridades informan que no hay motivación política, es simplemente la venganza de un grupo narcocriminal.
Pero, ¿está la sociedad asustada? Por supuesto que sí lo está, como lo está en Tijuana, en Tamaulipas, en Michoacán, con la creciente violencia generada por la guerra antinarco. Aunque al ser cuestionado sobre las implicaciones del estallido, el secretario de Marina, Francisco Saynez Mendoza, aseguró que “todo mundo se acostumbra a las bombas, se pierde la capacidad de asombro”. El marino en jefe se refiere a la normalización de la violencia.
Lo cierto es que contrario a lo que mucha gente cree, las y los mexicanos normalizamos la violencia como método de supervivencia, no como acto de desinterés. La memoria humana es resultado de una función cerebral compleja. Los estudios sobre neuroquímica de los recuerdos muestran que la adrenalina, esa sustancia producida por las glándulas suprarrenales durante situaciones de miedo, estrés o terror, facilita la retención de la información fina en el cerebro. Por eso cuando la gente ha vivido experiencias en que su cuerpo ha producido grandes cantidades de adrenalina para alertar al organismo a salir del peligro, recuerda cada detalle.
Sin embargo, y para allá vamos sobre el tema de México, cuando una persona es maltratada de forma reiterada, cuando recibe mensajes de que su integridad o la de los suyos está en peligro constante, desarrolla un estado crónico de aprensión, y la secreción de adrenalina se reduce de tal forma que el cerebro almacena cada vez menos información traumática, es decir produce menos huellas de los sucesos violentos. Como resultado, la negación, o de plano el olvido de la experiencia traumática resulta más fácil.
Lo cierto es que a perder la memoria traumática colectiva nos ayudan todos los días los funcionarios corruptos, de la mano de los delincuentes. Ayuda José Luis Soberanes al defenderse de Human Rights Watch argumentando que no leyeron sus informes oficiales e infiriendo que las víctimas le dieron mala información al organismo internacional. Lo hace el procurador general, Eduardo Medina Mora, cuando responde las cartas de Amnistía Internacional diciendo que las violaciones de mujeres de Atenco o los feminicidios en Chihuahua no son como las víctimas dicen. Lo hace Gobernación al coadyuvar al encarcelamiento con penas dignas de terroristas iraquíes a los líderes de la APPO en Oaxaca y al fortalecer la tiranía de Ulises Ruiz. Lo hacen el Vaticano, el gobierno de Jalisco y la Suprema Corte al negarles a las y los niños violados su derecho a tener voz.
Cuando una sociedad se encuentra en indefensión ante la violencia, la angustia se convierte en temor e impotencia. De allí al sometimiento silencioso el paso es uno. Ante la corrupción e impunidad mexicana, al sentirse impotentes ante los agresores, al recibir el mensaje del Estado de que cualquier forma de resistencia y rebelión es inútil, poco a poco, sin darse cuenta, la sociedad se entrega, se rinde, y elige olvidar para evadirse emocionalmente de la realidad. Ojalá que Saynez se equivoque, que México nunca se acostumbre a los bombazos, que no deje de rebelarse ante gobernadores tiranos y ombudsmans de Derechos Humanos aliados al poder. Esperemos que las y los mexicanos jamás perdamos el impulso para defender nuestros derechos.
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