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Buenos Aires (apro).- Sólo un mes y medio después de dejar el poder con una popularidad cercana a 70%, el exmandatario argentino Néstor Kirchner quiere apoderarse del principal movimiento de masas de Sudamérica, el hoy dividido Partido Justicialista, para apuntalar la presidencia de su esposa, Cristina Fernández.La jugada política, a la que sectores opositores endilgan un modelo de exclusión que vuelve “parias” a todo aquel dirigente que no se integre al partido fundado por Juan Domingo Perón, se puso en marcha con un sorpresivo acuerdo que selló su reconciliación con su exministro de Economía y rival directo de su esposa en las elecciones presidenciales del pasado 30 de octubre, Roberto Lavagna. “Desde el punto de vista del gobierno, (este acuerdo) significa un fortalecimiento del partido oficialista y eso se traduce en gobernabilidad”, dice a Apro el analista político Santiago Lacase, director ejecutivo de la consultora Ipsos Mora y Araujo, dando por descontada la asunción de Kirchner a la presidencia del justicialismo. El acuerdo busca unir a todas las corrientes internas peronistas detrás de la figura de Kirchner, salvo la liderada por el expresidente neoliberal Carlos Menem (1989-1999), acérrimo enemigo del actual gobierno. El objetivo es presentar una sola lista en las primarias del partido, hoy dividido por las continuas luchas de poder desatadas en los últimos cinco años. Por lo pronto, el congreso partidario se apresta a ser convocado para fines de febrero o durante el mes de marzo, y las primarias podrían dirimirse ya en abril próximo, según el plan.
Un acuerdo sorpresa
El plan comenzó a gestarse a principios de enero pasado. En la mesa estaban Kirchner y uno de sus principales aliados, el actual senador peronista y exministro de Defensa, José Pampuro.Entre ambos empezaron a repasar la lista de dirigentes a los que invitarían a sumarse al proyecto para alzarse con la conducción del partido, que según el consejo electoral tiene 3 millones 500 mil afiliados.Pero las “irregularidades” del padrón partidario fueron utilizadas como excusa por el expresidente peronista Eduardo Duhalde (2002-2003) para suspender las elecciones internas que elegirían al candidato para los comicios presidenciales de mayo del 2003.Así, habilitó a todos los postulantes peronistas a concurrir a elecciones generales en fórmulas separadas. Un candidato peronista de centroizquierda, Kirchner, derrotó entonces a otro candidato peronista neoliberal, Menem, en una lucha interna dirimida en elecciones presidenciales. Ahora resta saber si esas “irregularidades” se corrigieron solas.“Los dos empezaron a hablar sobre cómo organizar el peronismo, a quiénes sumar y a quiénes no. Pampuro le preguntó a Kirchner: ¿Y Lavagna? Y Kirchner le respondió, ¿por qué no?”, cuenta a Apro una fuente del partido peronista que tuvo acceso al encuentro.Lavagna está afiliado al Justicialismo desde 1973 pero se ha presentado a sí mismo como una figura política independiente. Llegó al gobierno de la mano de Duhalde, quien lo convocó para el ministerio de Economía en medio de la peor crisis socio-económica de la historia del país.Lavagna logró sortear la crisis y Kirchner, cuando asumió el poder, heredó al ministro de mayor popularidad del gabinete duhaldista. Pero Kirchner y Lavagna empezaron a tener desencuentros. Ambos, en privado, se adjudicaban el éxito del plan económico que apuntaló la popularidad presidencial en los cuatro años de gestión. Y a Kirchner, según cuentan allegados, no le gusta que le hagan sombra. La relación quedó trunca a fines del 2005. Lavagna presentó su renuncia el 28 de noviembre de ese año y después de un periodo de perfil bajo se lanzó de lleno a la política con una nueva corriente bautizada Una Nación Avanzada (UNA).La coalición congregó a peronistas opositores a Kirchner, sectores independientes y, principalmente, a la Unión Cívica Radical (UCR), un histórico y tradicional partido fundado en el siglo XIX y hundido en una aguda crisis desde la caída de Fernando de la Rúa (1999-2001) en medio de un caos político, socio-económico e institucional que causó una veintena de muertos.En las elecciones del 28 de octubre pasado, Lavagna fue el tercer candidato presidencial más votado gracias a la buena imagen que dejó tras su paso en la gestión pública. Logró un importante caudal de votos, un poco más de 3 millones (16.89%), detrás de la segunda postulante más votada, la exdiputada de centro-izquierda Elisa Carrió (22.95%) y de la actual presidenta Cristina Fernández (44.91%). Desde entonces Lavagna posee uno de los capitales políticos más preciados en Argentina, en especial desde las filas de la UCR, que había contribuido a su fórmula presidencial con el titular del partido, Gerardo Morales.Ahora, la dirigencia del “radicalismo” puso el grito en el cielo por la “traición” de Lavagna y varios caudillos provinciales pidieron la cabeza de Morales ahondando la crisis interna. “Me sacarán con los pies para adelante”, respondió Morales y denunció que el gobierno, con su acuerdo con el exministro de Economía, busca “el control de la UCR”.Para Lacase, “este acuerdo de Lavagna y Kirchner termina de desarticular a la UCR”, un partido que ya había sufrido una importante hemorragia interna con la salida de varios alcaldes y gobernadores hacia el “kirchnerismo”.El caso más emblemático es el de Julio Cobos, el exgobernador radical de la provincia andina de Mendoza que acompañó la fórmula oficial junto a Cristina Kirchner. Hoy Cobos es el vicepresidente de la Nación y hombre de confianza de la pareja presidencial. Y fue expulsado de su partido. “La crisis de la UCR se ahonda. A los hechos nos remitimos. En 20 años no ha podido terminar sus dos mandatos (Raúl Alfonsín, 1983-1989, quien entregó el poder a Menem seis meses antes de lo previsto; y Fernando de la Rúa, 1999-2001). El que ha sostenido mejor la gobernabilidad ha sido el peronismo”, agrega el analista.Lacase afirma que la imagen de Lavagna ha quedado dañada entre el electorado que lo votó en los últimos comicios. “Hay un juego difícil de desentrañar entre la palabra oposición y alternativa. Lavagna dice que su campaña presidencial fue de alternativa pero la gente lo votó como oposición, no como alternativa”.
Juegos de seducción
El proceso de seducción no fue largo. Kirchner envió a su emisario José Pampuro a la localidad atlántica de Cariló, un bucólico pueblo costero rodeado de bosques en el que Lavagna pasaba sus vacaciones del verano austral. “Pampuro fue a Cariló a charlar con Lavagna, estuvo en su casa de veraneo y arreglaron una reunión con Kirchner. El encuentro finalmente se realizó el jueves 31 de enero en la residencia presidencial de Olivos”, en la periferia norte de Buenos Aires, donde Kirchner vive en su calidad de esposo de la mandataria Cristina Fernández, confió a Apro la fuente justicialista. “Allí, sin problemas, llegaron a un acuerdo para trabajar juntos”, agregó.El acuerdo es simple: Kirchner logró el respaldo de Lavagna para quedarse con la conducción del peronismo y, a cambio, el exministro desempeñará un papel central en el partido, en especial en materia económica y de relaciones exteriores, y tal vez una de las vicepresidencias.“Lavagna quiere ayudar en la renovación del partido. Pero quedó claro que el perfil del peronismo será de centroizquierda y progresista”, dijo la fuente.Pero el acuerdo no cayó bien en los sectores más conservadores del peronismo, un movimiento político donde convergen dirigentes de distinta ideología política, desde la izquierda más ortodoxa hasta la derecha más visceral.El primero en reaccionar fue Menem, quien denunció que el acuerdo busca “acumular poder” en la pareja presidencial. “Toda esta serie de maniobras son producto de la acumulación de poder por parte de la familia Kirchner. No es de extrañar”, dijo y anunció que buscará crear una fórmula con el expresidente provisional (diciembre 2001) Adolfo Rodríguez Saa y otros dirigentes peronistas para oponerse al intento de Kirchner de apoderarse del partido. “El poder corrompe y el poder absoluto corrompe absolutamente”, graficó. Otro de los que se opone en las filas peronistas es el diputado y excandidato a gobernador bonaerense Francisco de Narváez, aliado en las últimas elecciones del PRO, el partido del actual alcalde de derecha de Buenos Aires, Mauricio Macri. “Yo soy opositor y voy a participar activamente en la normalización del partido. Los peronistas no podemos tolerar que nos quieran vender la casa con el perro adentro”, dijo De Narváez.El centroizquierdista ARI (Alternativa para una Republica Igualitaria) de Elisa Carrió, una exafiliada de la UCR que rompió con el partido en los noventa, salió a denunciar la existencia de un pacto preelectoral entre Kirchner y Lavagna. Adrián Pérez, jefe de la bancada de diputados del ARI, dijo que el acuerdo “no es algo sorprendente”. En la campaña “hubo sobreactuaciones de Lavagna para presentarse como un candidato distinto del oficialismo”, dijo. Carrió fue mas allá, “quedó claro que somos la única oposición”.Para Lacase, “es un poco apresurado saber qué papel juega Lavagna” en el acuerdo. “Desde el gobierno es una jugada interesante, ya que incorpora a una figura que obtuvo el tercer puesto en las últimas elecciones. Para el gobierno es una jugada positiva. Pero la situación no es tan positiva para Lavagna”.El analista sostiene que Kirchner, de asegurarse la conducción del peronismo tal como todo hace prever, “fortalecerá el partido y ello significará gobernabilidad para el gobierno” de su esposa. Pero el diario opositor Ámbito Financiero, que suele reflejar la opinión del establishment financiero local, en una editorial de portada el pasado 6 de febrero, escribió en relación a Kirchner que “su manto dionisiaco hoy parece cubrir a todo el país: quien no se incluye se vuelve paria, marginal. Ya hubo modelos al respecto; terminaron mal como el PRI en México, ese ogro filantrópico”, indicó.Hoy, con Menem desprestigiado y cargando sobre sus espaldas una serie de derrotas electorales en su propia provincia de La Rioja, en la frontera con Chile, el camino de Kirchner hacia la conducción del peronismo parece allanado. Según las fuentes partidarias consultadas por Apro, se intentará sumar al proyecto a la mayor cantidad de dirigentes del partido.Por lo pronto, Kirchner ya ha ganado el apoyo de las primeras líneas y sólo falta “convencer” a De Narváez para presentar una lista única, el objetivo máximo de las huestes “kirchneristas”. Por lo bajo, éstas apuestan a que De Narváez bajará su candidatura y que el “menemismo” no logrará sellar acuerdos para presentar una lista alternativa.Un “peso pesado” del peronismo, el expresidente Eduardo Duhalde, antiguo “mentor” de Kirchner y devenido luego en un acérrimo enemigo de la pareja presidencial, ya ha dado su respaldo al proyecto:“El acuerdo Kirchner-Lavagna es una buena noticia para los justicialistas y una mala noticia para los que no quieren un justicialismo unido”, dijo.Con la UCR hundida en su propia crisis y Lavagna de regreso al redil, el peronismo demuestra que es un movimiento que, como decía su fundador, se dobla pero no se rompe. Cuando sus dirigentes se pelean, ironizaba el general Perón, en realidad se están reproduciendo. Y, como decía Jorge Luis Borges, “los peronistas no son ni malos ni buenos... son incorregibles”. (18 de febrero de 2008)
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