Del Diario Libertad
Por Lydia Cacho
Recibo flores con un mensaje, “felicidades en tu día, por ser mujer”. Imagino que deben revolcarse en sus tumbas las socialistas norteamericanas y las rusas que desde 1808 hicieron del 8 de marzo el Día de la Mujer Trabajadora. Dieron la vida por mejores salarios, por el derecho a la ciudadanía y al voto, por la igualdad legal.
La batalla de las mujeres por la equidad es ardua porque el sexismo imbricado en las leyes y la cultura parece invisible, y los grupos conservadores se han encargado de hacerlo, además de invisible, confuso. Está escrito en la Constitución que México nació, políticamente, como un país de hombres, para hombres. Donde las mujeres no tenían derecho ni sobre su cuerpo ni sobre su libertad. No existen las ciudadanas, y eso no es ni casual ni único en la historia de la humanidad.
Cuando las y los negros en Estados Unidos se rebelaron contra la esclavitud se enfrentaron a un serio problema; en la Constitución no aparecía la palabra esclavo, o esclavitud. En la realidad se les compraba, vendía y explotaba. Los gobernantes conservadores y racistas perpetuaron su visión del mundo en las leyes. En la Constitución las personas eran blancas, no hacía falta la aclaración. El gobierno estadounidense se autodenominó la tierra de la “libertad y el progreso”, así que en 1791 se escribió la famosa Carta de los Derechos Ciudadanos (Bill of Rights). En la cual tampoco aparece la esclavitud. La quinta enmienda garantiza que “ninguna persona puede ser privada de su libertad o de su propiedad sin un proceso de ley”. Culturalmente las y los negros eran propiedad, así que estaban excluidos de esa enmienda, hasta 1865.
La retórica de las constituciones envía un falso mensaje sobre la igualdad de derechos, mientras la sociedad perpetúa los valores de los más fuertes. En el caso de la discriminación racial, se necesitó una rebelión social que luego dio vida a una Rosa Parks, a Martin Luther King o a Malcom X. Pero los nombres de las heroínas de los derechos de la mujer no han sido reclamados como un logro de la sociedad, sino de las mujeres. Eso debería de resultar extraño, incluso para las y los historiadores.
Al igual que la estadounidense, la Constitución mexicana dice que todos somos iguales ante la ley, pero la palabra mujer no aparece. Ni era permitido el voto o el acceso a la educación. El sexismo está implícito en su ausencia. Desde que las sufragistas yucatecas se rebelaron contra estos hechos, hasta nuestros días, muchos políticos, constitucionalistas, ministros de la Suprema Corte y abogados que tienen una visión sexista del mundo, aseguran que no hace falta mencionar a las mujeres para que existan, que al decir hombre, se dice también mujer. Pero en realidad hace falta conocer los orígenes de la universalización de lo masculino para explicar el mundo. La frase de un monje benedictino del siglo XIX lo dice: “Cuando se dice hombre, se dice hijo de Dios. Cuando se dice mujer se dice madre y cierva del señor”. La utilización del masculino universal tiene sus bases en la falsa creencia histórica de la superioridad del hombre sobre la mujer.
Ciento cuarenta y tres años después de que fue abolida la esclavitud, grupos ultraconservadores insertados en el sistema político estadounidense, siguen reivindicando la supremacía de blancos sobre negros y cualquier otra raza. En México el machismo fustiga cada 15 segundos a una mujer que quiere ser libre.
Trivializar un movimiento social es debilitarlo. Nunca se ha visto que los políticos organicen desayunos con flores y globos rosas para celebrar el aniversario de la toma de la alhóndiga de Granaditas, o la guerra de castas. Reivindicar el contenido social, político e histórico del 8 de marzo, es la mejor forma de visibilizar la lucha social por la equidad, lucha que beneficia a toda la sociedad, y que apenas lleva 100 años.
www.lydiacacho.net
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