El gran juez desmemoriado
Renuente al ostracismo, enfermiza su necesidad de estar presente en la vida pública nacional, el expresidente Carlos Salinas de Gortari reaparece en ella, impetuoso y con ganas de polemizar, con un nuevo libro: La “década perdida”. 1995-2006. Neoliberalismo y populismo en México, que en estos días circulará en librerías. El título es la síntesis exacta de lo que pretende documentar a lo largo de más de 500 páginas: los gobiernos de Ernesto Zedillo y Vicente Fox, pero también el de Andrés Manuel López Obrador en la capital de la República, llevaron al traste al país en lo económico, en lo político y en lo social; dejaron una población sumida en la miseria y en la desesperanza, en el egoísmo y en la soledad.Los tres, dice Salinas, paralizaron al país y frenaron la modernización que él impulsó en su administración, de 1989 a 1994. Pero, fiel a su costumbre, nunca los menciona por su nombre. Ni falta que hace, pues las alusiones son directísimas. Sabido es su encono contra Ernesto Zedillo –a quien él mismo escogió como su sucesor tras el asesinato de Colosio– por haber frustrado sus pretensiones de gran estadista y presidente sin par y, además, por encarcelar a su hermano Raúl. A toro pasado, emprende una incisiva crítica a Vicente Fox –con quien se sabe que colaboró, al menos, en su fallido inento de sacar adelante una reforma fiscal–, así como a una parte de su gabinete, particularmente a Jorge Castañeda Gutman, su primer secretario de Relaciones Exteriores, a quien –usando la voz de otros– califica de miope, torpe e irresponsable; incapaz de definir una política exterior digna y eficaz, que lastimó las relaciones con América Latina y Cuba, que se plegó a los intereses de Estados Unidos y no logró nada en el tema del acuerdo migratorio ni en ningún otro. En este caso también se muestra desmemoriado: Con Castañeda tuvo diferencias inusuales cuando, por ejemplo, en una entrevista le hizo revelaciones importantes que a otros les había negado. Y con él fue aquella célebre reunión sigilosa en el restaurante “Lola” de Bruselas, en mayo de 2002, cuando Castañeda aún era canciller.Pero, sin duda, llama la atención que por primera vez se refiera públicamente –por supuesto, sin mencionar su nombre– a López Obrador, a quien define como el máximo exponente del populismo autoritario, que no es otra cosa que la restauración del viejo PRI. Es decir, el de López Obrador es el populismo de los programas clientelares, para quien el pueblo es una masa disponible, sin capacidad para conducir organizadamente su destino; el populismo de las obras de relumbrón sin sustento financiero transparente (segundos pisos, por ejemplo), sin rendición de cuentas, que debilita a las instituciones y al estado de derecho y que pretende perpetuarse en el poder.De hecho, Salinas no deja títere con cabeza. Además de su villano favorito, Ernesto Zedillo, que según él propició la peor crisis económica de la historia reciente del país y avaló el saqueo descomunal al erario y a todos los mexicanos a través del Fobaproa; además de Vicente Fox, el gobernante frívolo que denigró la política exterior con sus garrafales deslices diplomáticos (el “comes y te vas” a Fidel Castro) y culminó la obra zedillista de entregar a los extranjeros la banca nacional; además de Jorge Castañeda, que quería la enchilada completa y nada logró; además de López Obrador, a quien pinta como el populista intolerante y manipulador… Con todos ellos, Salinas incluye en sus críticas a una larga lista de personajes públicos.Por ejemplo, de Francisco Labastida Ochoa (que tampoco menciona por su nombre) dice que perdió la elección presidencial de 2000 por sus notables errores en la campaña, pero también por su incapacidad para aprovechar todo lo que tenía a su favor: economía a la alza, apoyos gubernamentales de dinero público, información reservada, medios de comunicación afines, pero sobre todo “enormes recursos desviados del presupuesto público hacia su campaña (el Pemexgate)”.En la misma tesitura, sostiene que los procuradores de los dos gobiernos neoliberales, el panista Antonio Lozano Gracia –con Zedillo– y Rafael Macedo de la Concha –con Fox– hicieron uso de la PGR con “agendas políticas” y la deterioraron institucionalmente, al grado de propiciar “la explosión del narcotráfico y la pérdida de la seguridad y la paz en territorios de muchas comunidades a manos de los cárteles”.Lejos de la memoria y aún más de la autocrítica, casi nada ni nadie escapa al juicio implacable del expresidente. Los partidos políticos, desprestigiados y sin propuestas claras. Los programas sociales de los gobiernos neoliberales de Zedillo y Fox, y el populista de AMLO, son sólo clientelares, electorales y asistencialistas, más inclinados a la dádiva que a promover la participación social, a convertir a los pobres en objetos y no en sujetos de su transformación.Con autorización del autor y de la editorial Random House Mondadori, Proceso reproduce fragmentos relevantes del prólogo y del capítulo 4. (Carlos Acosta Córdova)
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