PRD, la entropía
Jesús Ortega
jenaro villamil
México, D.F., 6 de mayo (apro).- El pacto político fundador que dio origen al PRD hace 19 años se agotó. La crisis de éste partido se explica, en buena medida, por el origen accidentado de esta organización que, en realidad, siempre fue un frente de diversas corrientes de izquierda; y el segundo factor es la coyuntura reciente, determinada por la crisis poselectoral de 2006, y sus secuelas en estos dos últimos años.En todo proceso de entropía o autodestrucción vuelven a aparecer los problemas de origen. En este caso, reaparece la vieja discusión que en 1989 se generó cuando algunos militantes del PMS optamos por no afiliarnos al PRD, creyendo que era más importante mantener un frente político que garantizara autonomía y solidez frente a la izquierda independiente que venía de su propio y complejo proceso de fusiones y encuentros, frente a los otros organismos que apoyaron a la Corriente Democrática escindida del PRI y que apoyaron la candidatura presidencial de Cuauhtémoc Cárdenas en 1988, el año del fraude electoral fundacional del PRD.Una mayoría de exmilitantes del PMS –provenientes muchos del PSUM, del PMT y de otras organizaciones-- decidieron apostarle a la fundación de un nuevo partido. Se creó entonces el falso axioma de que la unión hace la fuerza y la fusión genera recursos. En el caso del PRD este axioma, con el tiempo, se ha desgastado. Hoy están menos unidos los grupos originales y el pleito por los recursos –derivados de candidaturas, cargos gubernamentales, clientelas y no pocos enjuagues-- se ha convertido en el elemento esencial del pleito por el control de la dirección. El PRD se fundó sobre un frágil equilibrio que no pasó por una revisión programática ni un debate político, sino por el culto al pragmatismo electoral que devino en culto al cargo y al caudillo y a los candidatos en turno. El caudillismo no fue un problema sólo de los liderazgos fuertes de Cárdenas o de Andrés Manuel López Obrador. Se reprodujeron a escala con gobernadores, alcaldes y jefes de “tribus”. En el PRD se reprodujo lo peor de la cultura presidencialista y en no pocos casos las herencias autoritarias de la vieja izquierda comunista. La diversidad original del PRD no se convirtió en su riqueza, sino en su debilidad, precisamente por la falta de un pacto político eficaz y la pretensión de mantener a toda costa el axioma original.Fallaron los elementos éticos mínimos para garantizar una convivencia tan difícil entre la izquierda independiente no priista (proveniente del PSUM, PMT, PRT), entre los cuadros priistas que salieron junto con Cuauhtémoc Cárdenas y con Porfirio Muñoz Ledo, entre la izquierda que se conoció como paraestatal por su proclividad a hacerle el juego al poder político en turno (de ahí provienen Jesús Ortega y buena parte de sus seguidores, exmilitantes del PST y luego del PFCRN) y entre la llamada “izquierda social”, que originalmente fue crítica de la “democracia electorera” y en el PRD se transformaron en grupos con una fuerte ambición de poder y una débil cultura democrática.Paradójicamente, el PRD no incorporó a buena parte de la izquierda cultural y menospreció durante años la agenda de las nuevas izquierdas defensoras del medio ambiente, de los derechos humanos, de la diversidad sexual, del derecho a la información y de la tolerancia religiosa. Eso sonaba demasiado light para algunos de los viejos cuadros políticos. Se abandonaron las nuevas causas y se optó por un pragmatismo de frágil equilibrio.Para que funcionara el pacto, el PRD concentró sus energías en la crítica al fraude electoral --1988 y luego 2006--, en la fuerza y arrastre de sus candidatos presidenciales –primero con Cuauhtémoc Cárdenas (1988, 1994 y 2000) y después con López Obrador (2006)--, pero se olvidó de los pequeños grandes detalles que marcan ahora la entropía del partido. Las reglas mínimas del juego democrático no se cumplieron.El acoso externo explica la otra parte de la entropía en el PRD. Un partido que ha estado en dos ocasiones en el umbral de ganar la presidencia de la República no ha podido procesar y enfrentar el ataque de sus adversarios, y más bien ha acabado por copiar esos métodos para anularse internamente.Ejemplos de la fobia contra el PRD hay muchos. Ahí está la lista de 600 militantes muertos durante el salinismo, la estigmatización permanente en contra de Cárdenas –que ahora se ha olvidado-- y la Pejefobia surgida desde Vicente Fox hasta Calderón, con la mayoría de los medios electrónicos afines reproduciéndola. El PRD se volvió incómodo desde el salinismo, a diferencia del PAN que se transformó en la opción cogobernante, con toda la secuela de crisis interna menos visible que ha vivido Acción Nacional. El caso reciente de Yucatán es sólo un ejemplo.Sin embargo, la entropía ha llegado a un punto en el que no hay retorno. Jesús Ortega, tres veces candidato a dirigir el PRD, aliado incómodo para Cárdenas y para López Obrador, ha decidido reventar el pacto fundador. Nueva Izquierda optó por un virtual “golpe de Estado técnico” al nombrar como dirigente a Guadalupe Acosta Naranjo en una asamblea del Consejo Nacional que no reunió ni siquiera los requisitos mínimos de quórum.Los críticos de la “toma de la tribuna” en el Congreso no tuvieron empacho para tomar por asalto el partido. Los que hablan de legalidad no fueron capaces de demostrar la mínima legalidad en las numerosas trapacerías reportadas en los comicios de marzo. Nueva Izquierda apostó por el peor de los métodos paraestatales para hacerse del control del PRD: buscar el apoyo efímero de los adversarios externos para quedarse con las cenizas de un partido.¿Qué pasará en el PRD? Es difícil hacer un pronóstico optimista. La tendencia de los procesos de entropía indica que sólo a través de la refundación –el “borrón y cuenta nueva”-- se puede salir de la crisis cíclica. El PRD que conocimos durante 19 años, con sus logros y sus graves vicios, terminó una etapa. No podrá comenzar otra etapa si no existe una autocrítica sustancial de las razones que condujeron a esta crisis.
jenaro villamil
México, D.F., 6 de mayo (apro).- El pacto político fundador que dio origen al PRD hace 19 años se agotó. La crisis de éste partido se explica, en buena medida, por el origen accidentado de esta organización que, en realidad, siempre fue un frente de diversas corrientes de izquierda; y el segundo factor es la coyuntura reciente, determinada por la crisis poselectoral de 2006, y sus secuelas en estos dos últimos años.En todo proceso de entropía o autodestrucción vuelven a aparecer los problemas de origen. En este caso, reaparece la vieja discusión que en 1989 se generó cuando algunos militantes del PMS optamos por no afiliarnos al PRD, creyendo que era más importante mantener un frente político que garantizara autonomía y solidez frente a la izquierda independiente que venía de su propio y complejo proceso de fusiones y encuentros, frente a los otros organismos que apoyaron a la Corriente Democrática escindida del PRI y que apoyaron la candidatura presidencial de Cuauhtémoc Cárdenas en 1988, el año del fraude electoral fundacional del PRD.Una mayoría de exmilitantes del PMS –provenientes muchos del PSUM, del PMT y de otras organizaciones-- decidieron apostarle a la fundación de un nuevo partido. Se creó entonces el falso axioma de que la unión hace la fuerza y la fusión genera recursos. En el caso del PRD este axioma, con el tiempo, se ha desgastado. Hoy están menos unidos los grupos originales y el pleito por los recursos –derivados de candidaturas, cargos gubernamentales, clientelas y no pocos enjuagues-- se ha convertido en el elemento esencial del pleito por el control de la dirección. El PRD se fundó sobre un frágil equilibrio que no pasó por una revisión programática ni un debate político, sino por el culto al pragmatismo electoral que devino en culto al cargo y al caudillo y a los candidatos en turno. El caudillismo no fue un problema sólo de los liderazgos fuertes de Cárdenas o de Andrés Manuel López Obrador. Se reprodujeron a escala con gobernadores, alcaldes y jefes de “tribus”. En el PRD se reprodujo lo peor de la cultura presidencialista y en no pocos casos las herencias autoritarias de la vieja izquierda comunista. La diversidad original del PRD no se convirtió en su riqueza, sino en su debilidad, precisamente por la falta de un pacto político eficaz y la pretensión de mantener a toda costa el axioma original.Fallaron los elementos éticos mínimos para garantizar una convivencia tan difícil entre la izquierda independiente no priista (proveniente del PSUM, PMT, PRT), entre los cuadros priistas que salieron junto con Cuauhtémoc Cárdenas y con Porfirio Muñoz Ledo, entre la izquierda que se conoció como paraestatal por su proclividad a hacerle el juego al poder político en turno (de ahí provienen Jesús Ortega y buena parte de sus seguidores, exmilitantes del PST y luego del PFCRN) y entre la llamada “izquierda social”, que originalmente fue crítica de la “democracia electorera” y en el PRD se transformaron en grupos con una fuerte ambición de poder y una débil cultura democrática.Paradójicamente, el PRD no incorporó a buena parte de la izquierda cultural y menospreció durante años la agenda de las nuevas izquierdas defensoras del medio ambiente, de los derechos humanos, de la diversidad sexual, del derecho a la información y de la tolerancia religiosa. Eso sonaba demasiado light para algunos de los viejos cuadros políticos. Se abandonaron las nuevas causas y se optó por un pragmatismo de frágil equilibrio.Para que funcionara el pacto, el PRD concentró sus energías en la crítica al fraude electoral --1988 y luego 2006--, en la fuerza y arrastre de sus candidatos presidenciales –primero con Cuauhtémoc Cárdenas (1988, 1994 y 2000) y después con López Obrador (2006)--, pero se olvidó de los pequeños grandes detalles que marcan ahora la entropía del partido. Las reglas mínimas del juego democrático no se cumplieron.El acoso externo explica la otra parte de la entropía en el PRD. Un partido que ha estado en dos ocasiones en el umbral de ganar la presidencia de la República no ha podido procesar y enfrentar el ataque de sus adversarios, y más bien ha acabado por copiar esos métodos para anularse internamente.Ejemplos de la fobia contra el PRD hay muchos. Ahí está la lista de 600 militantes muertos durante el salinismo, la estigmatización permanente en contra de Cárdenas –que ahora se ha olvidado-- y la Pejefobia surgida desde Vicente Fox hasta Calderón, con la mayoría de los medios electrónicos afines reproduciéndola. El PRD se volvió incómodo desde el salinismo, a diferencia del PAN que se transformó en la opción cogobernante, con toda la secuela de crisis interna menos visible que ha vivido Acción Nacional. El caso reciente de Yucatán es sólo un ejemplo.Sin embargo, la entropía ha llegado a un punto en el que no hay retorno. Jesús Ortega, tres veces candidato a dirigir el PRD, aliado incómodo para Cárdenas y para López Obrador, ha decidido reventar el pacto fundador. Nueva Izquierda optó por un virtual “golpe de Estado técnico” al nombrar como dirigente a Guadalupe Acosta Naranjo en una asamblea del Consejo Nacional que no reunió ni siquiera los requisitos mínimos de quórum.Los críticos de la “toma de la tribuna” en el Congreso no tuvieron empacho para tomar por asalto el partido. Los que hablan de legalidad no fueron capaces de demostrar la mínima legalidad en las numerosas trapacerías reportadas en los comicios de marzo. Nueva Izquierda apostó por el peor de los métodos paraestatales para hacerse del control del PRD: buscar el apoyo efímero de los adversarios externos para quedarse con las cenizas de un partido.¿Qué pasará en el PRD? Es difícil hacer un pronóstico optimista. La tendencia de los procesos de entropía indica que sólo a través de la refundación –el “borrón y cuenta nueva”-- se puede salir de la crisis cíclica. El PRD que conocimos durante 19 años, con sus logros y sus graves vicios, terminó una etapa. No podrá comenzar otra etapa si no existe una autocrítica sustancial de las razones que condujeron a esta crisis.
jenarovi@yahoo.com.mx
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