Alejandro Nadal
La crisis financiera adquiere dimensiones históricas y la enfermedad de antiguos gigantes define los contornos de un nuevo paisaje económico. Ayer Lehman Brothers anunció que iniciará procedimientos para un proceso de quiebra, Merrill Lynch siguió en la búsqueda de un comprador (probablemente Bank of America) y el coloso de las aseguradoras, American International Group, intenta por todos los medios evitar que las calificadoras degraden su rating (lo que tendría consecuencias catastróficas).
Una cosa está clara: las ramificaciones de la crisis sacuden el sistema financiero global. Pero las autoridades económicas de México no parecen darse cuenta. Lejos de intentar analizar las causas y el alcance de las dificultades por las que atraviesan las principales economías del mundo para diseñar una estrategia adecuada, los responsables de la política monetaria y fiscal parecen sumergirse en un mar de ignorancia y de ineficiencia.
La economía mexicana tiene ya tres décadas con un desempeño mediocre. Cada gobierno ha incrementado en los últimos 30 años la debilidad estructural de esta economía, restringiendo su capacidad para generar empleos e ingresos adecuados, finanzas públicas sanas y cuentas externas robustas. Y hoy que el centro de la economía capitalista mundial se encuentra golpeado por la peor crisis financiera y económica en seis décadas, ¿qué hacen nuestras autoridades económicas?
La Secretaría de Hacienda ofrece un presupuesto para 2009 que parece ignorar que el país tendrá que enfrentar la crisis internacional en algún momento. Carstens y sus asesores piensan que México está por encima de cualquier riesgo. Sus cuentas alegres pronto serán desmentidas por una cruda realidad.
Quizás lo peor sea la postura de la política monetaria. El Banco de México (BdeM) despliega una política de restricción que aumenta a 8.25 por ciento el objetivo para la tasa de interés interbancaria de equilibrio (TIIE) a un día. Claro, el banco dice estar preocupado por la lucha en contra de las presiones inflacionarias y justifica este nivel para la tasa de interés con la idea de que hay que reforzar el “anclaje” de las expectativas de inflación a mediano plazo. Éste es el delirio en el que se encierra el banco central desde hace años: frenamos el crecimiento para lograr la estabilidad económica que nos permite lograr el crecimiento.
De este modo el Banco de México mantiene su religión monetarista, frenando la actividad económica con tal de suprimir el crecimiento del mítico monstruo de mil cabezas llamado inflación. En realidad, la política monetaria se mantiene sometida a los intereses del sector financiero: en la lógica del banco central la elevada tasa de interés permite mantener los flujos de capital en el espacio económico mexicano y evita la fuga de capitales. A su vez, eso mantiene la apreciación del tipo de cambio, lo que ha sido uno de los pilares del modelo neoliberal en el país. El banco continúa la peligrosa tradición de usar la paridad cambiaria como ancla del sistema de precios para reducir las presiones inflacionarias, sin importar los efectos negativos sobre la competitividad del sector exportador.
Habrá quien argumente que esta postura del banco central también permite aumentar el ahorro financiero. Es cierto, pero la pregunta es: ¿para qué sirve el ahorro financiero? Hace 20 años el ahorro financiero era 32 por ciento del PIB y es de 57 por ciento. Pero la formación bruta de capital fijo (inversión productiva) tiene años atorada en los alrededores de 22 por ciento del PIB. Es evidente que la economía real no ha podido beneficiarse de la intermediación financiera y bursátil. Los flujos de capital y la actividad especulativa de los circuitos financieros no deben seguir definiendo las prioridades de la economía mexicana.
Durante años el Banco de México mantuvo la posición de que la política monetaria en México no podía ir a contracorriente del ciclo económico de Estados Unidos. Pero hoy que la Reserva Federal mantiene la tasa líder en 2 por ciento, el banco central mexicano prefiere sofocar la actividad económica con una elevada tasa que sólo premia al sector financiero. Es el mismo comportamiento que el Banco de México mantuvo en 1994 antes de la crisis. Y hoy como ayer la recompensa que representa esa tasa de interés se acompaña de un esfuerzo por evitar un ajuste en el tipo de cambio para no perturbar el sueño del capital financiero. ¿Se acuerdan de Guillermo Ortiz corriendo entre la Secretaría de Hacienda y el Banco de México en 1994? Llevaba los mensajes del Grupo Weston al señor Mancera para asegurar que el riesgo cambiario de los Tesobonos lo sobrellevara el gobierno mexicano. Hoy ya no tiene que correr tanto.
En medio de la debacle financiera internacional, el Estado mexicano sigue en plena desintegración y las autoridades económicas del país adoptan medidas que solamente intensificarán y alargarán la crisis.
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