Luis Linares Zapata
El notorio desgobierno del señor Calderón empieza una alarmante cuenta regresiva con miras a las elecciones intermedias de 2009. Sabe, a ciencia cierta, que las simpatías populares no estarán del lado de su partido. El deterioro de las condiciones de vida de la población es manifiesto y va atado con la carestía que ya rebasó cualquier predicción pesimista en todos los sectores de la actividad económica. La inseguridad ha dado un salto cualitativo gigantesco con las granadas asesinas lanzadas, a mansalva, contra la población civil por el crimen organizado durante la ceremonia del Grito en la ciudad de Morelia. El entorno mundial profundiza el asedio a la desarticulada fábrica nacional con la crisis financiera en que cayeron varios bancos y aseguradoras estadunidenses que se creían fuera de todo peligro (Lehman Brothers, ING et al)
En el frente interno tampoco cuenta el PAN con las correas de transmisión para conectarse con las mayorías nacionales. Se ha ido aislando en la medida en que sus cúpulas se encierran acicateadas por riñas de ambiciones y afanes de control. Sus cuadros partidistas se han enganchado a las distintas administraciones bajo su férula, en especial la federal, y se dedican, con ferocidad creciente, a la grata tarea de asegurar, para sí mismos y sus familias, los mayores ingresos posibles.
La polarización social que desató el fraude electoral de 2006 se ha recrudecido por la tentativa de una reforma energética privatizadora y entreguista. De continuar con tal propósito legislativo, que choca con la asentada conciencia colectiva de los mexicanos para conservar la riqueza petrolera expropiada, se acentuará todavía más la división que aqueja a la nación.
El modelo de gobierno mantiene y acrecienta los mecanismos de concentración del ingreso donde el injusto sistema de recaudación fiscal es sólo uno de ellos. Así, las ya intolerables condiciones del reparto de la riqueza abren brechas adicionales en las precarias oportunidades de desarrollo para millones de connacionales. La acumulación del capital en la cúspide de la pirámide se agranda con los días y su velocidad se manifiesta, con claridad meridiana entre las distintas clases sociales y las regiones del país. No caben, por tanto, incautos u oportunistas llamados a la unidad nacional cuando permanecen inalterados e intocados los muchos supuestos que trabajan en sentido contrario.
El señor Calderón no ha hecho acto alguno que transmita un mensaje efectivo de reconciliación, a pesar de la siempre presente necesidad de trabajar y convivir en armonía dentro de la variada pluralidad de este inmenso país. En cambio, sus preparativos, algunos de ellos con ilegalidad flagrante, se dirigen a consolidar los instrumentos que tiene a su alcance para manipular el sentir popular. Quiere llegar a las elecciones intermedias con las seguridades de una buena votación para su partido. Sabe que no las tiene todas consigo. Los presagios lo van confirmando y las encuestas, aún las más favorables, se lo recuerdan a cada paso.
El PRI podría cosechar más votos que los previstos por la cordura de los lectores, y la real oposición de izquierda no consigue presentar un frente, común y organizado, pero tiene a su favor el descontento que se generaliza por plazas, centros de trabajo, gremios y hogares. Es la izquierda la única opción de cambio cierto que los mexicanos tienen a la vista. Habrá que confiar en la visión, el trabajo cotidiano y la reciedumbre demostrada de su liderazgo para catalizar disposiciones que están ya sembradas.
El señor Calderón ha desplegado toda una estrategia para la conquista y, también, qué duda cabe, para el avasallamiento de las conciencias individualizadas de los electores, esta vez en su calidad de concesionarios de la radio o beneficiarios de programas sociales del gobierno. El señor Calderón ha emitido sendos decretos, uno para abrir nuevas concesiones de FM y otro para modificar el artículo 19 bis del reglamento de la Ley de Desarrollo Social que legaliza sus acciones de propaganda ya realizadas.
En ambos casos los costos son inmensos para el erario. En uno el señor Calderón envía millones de cartas a beneficiarios de los distintos programas sociales. Con el otro, trata de rescatar a los pedigüeños concesionarios de estaciones de AM en proceso decadente por cambios tecnológicos y en los patrones de inversión publicitaria.
El señor Calderón les entregará, si así lo solicitan, otra concesión espejo de FM mediante una oscura negociación pendiente que salve el mandato de la Suprema Corte de Justicia donde se ata cualquier concesión con su debida licitación y pago respectivo.
En la carta de marras, el señor Calderón estampa firma, coloca foto y alerta a los beneficiarios de que sabe él, personalmente, que lo son. Para las personas que las reciban, todos ellos en condiciones de desamparo, este conocimiento individualizado bien sonará a una amenaza si no se conducen en forma adecuada, con él, o con su partido.
Los listados o padrones respectivos para llegar a los beneficiarios de los programas sociales reciben un trato de instrumental electivo, aspecto por demás ilegítimo. El decreto de concesión, por su parte, deja flotando, además, la iniciativa que el senador Beltrones había introducido con idéntico propósito de granjearse cercanías. El anticipo del señor Calderón desatará, sin duda, rencores y desavenencias entre los que se veían como asociados en las decisiones de gobierno y que ya sentían suyo el paquete de favores con la radiodifusión, un aliado apetecible en época electoral o para la construcción de candidaturas futuras.
Como bien puede apreciarse, las tácticas y las pretensiones de los panistas no son distintas de lo acostumbrado en el pasado del priísmo. Los rendimientos en votos, sin embargo, están por verse, tal como le han venido siendo decrecientes a los aventureros que perpetúan el decadente modelo de gobierno.
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