Unidad, ¿hasta dónde?
Doctrinaria e intuitivamente, un desafío como el que representa el terrorismo genera fuertes incentivos para cerrar filas y conformar un frente común para combatir a un enemigo formidable. Por eso en su primer discurso frente a los atentados de Morelia, Felipe Calderón apeló a la unidad nacional. De entrada, no veo a nadie que pueda celebrar o apoyar la violencia derivada del narco (como no sean los propios capos o la industria de las armas en Estados Unidos). El problema con el llamado abstracto a la unidad nacional, como muchos lo han señalado, radica en lo que dicha unidad pueda representar políticamente. Es decir, debe dársele un contenido específico, y a partir de él, dicha unidad se podrá lograr o no. Y es que se sabe de los diversos usos políticos que en diversas épocas y circunstancias se ha dado a la unidad nacional; algunos son sanos y otros no.Calderón aludió a la oposición al convocar la unidad, misma que – según aclaró – "implica dejar ya, a un lado, acciones o intereses que buscan dividir a los mexicanos, unidad que supone apoyar la tarea del Estado para hacer frente a los criminales. Se puede discrepar, pero no deliberadamente dividir y enconar" (16/Sep/08). En principio no hay nada qué objetar. Pero el mensaje parece tener dedicatoria a Andrés López Obrador, que desde la perspectiva de muchos (desde luego el PAN y el gobierno, entre otros) ha buscado dividir a los mexicanos. Y en efecto, su discurso, aun antes de la última elección presidencial, se refería en tono maniqueo al México de los pobres y el de los ricos, la gente (el pueblo) frente a los pirrurris, los amolados frente a los privilegiados. Una realidad social innegable, pero que planteada en esos términos tiende a generar división y encono social (de un lado y otro). Pero los obradoristas pueden replicar, no sin razón, que Vicente Fox también generó polarización, y mucha, al decidir desde 2004 hostigar desde el Estado al Peje con claros propósitos político electorales (echando con ello por la borda el acuerdo mínimo democrático que se forjó entre 1994 y 1996). Y qué decir de la campaña de confrontación de Calderón durante la elección presidencial; ¿no se dijo de sobra que ésta (aunada a la falta de pulcritud, equidad, imparcialidad y transparencia de la elección) no haría sino ahondar la polarización, y que ésta no sería superable en automático? Ese es el riesgo y costo social de las campañas sucias (lo que no aplica a toda campaña negativa, que pueden aportar información veraz sobre los candidatos). Como sea, una estrategia de combate eficaz a la corrupción y la impunidad concitaría la unidad nacional, pero no se puede pedir, por ejemplo, el respaldo unánime a la actual política gubernamental de impunidad en los niveles altos del gobierno, donde debe iniciarse la limpieza.Por otro lado, Felipe agregó en su discurso: "Se puede opinar distinto… pero no se puede atentar contra el Estado mismo". Con ello parece aludir a las eventuales movilizaciones contra la reforma petrolera que los obradoristas han anunciado, en caso de aprobarse ésta en términos "privatizadores" (a los ojos de sus opositores). Lo cual seguramente sería considerado por el gobierno y diversos sectores sociales como "un atentado contra el Estado", porque la resistencia civil planteada implicaría, no la violencia, pero sí probablemente algunas trasgresiones al marco legal (como la toma de carreteras o el cerco de aeropuertos). De ser así, se generaría un clima político aún más crispado, abriendo un nuevo frente político al gobierno federal.Pero si bien un acuerdo democrático (ya muy endeble) supone de todos el respeto a la institucionalidad, la solicitud de unidad nacional en circunstancias de emergencia puede fácilmente dar lugar a un endurecimiento político, a la descalificación de la disidencia y la oposición como antipatriotas, si no se alinean en torno al jefe del Ejecutivo y sus políticas. La palabra "traidor" ya no sólo figura en el discurso de los obradoristas contra quienes respaldan la reforma calderonista (de manera insostenible, a mi juicio), sino se incorpora también a la retórica gubernamental. Traidores pueden ser sin duda capos, sicarios y delincuentes, pero la tentación de aplicarlo también a los disidentes políticos, o algunas de sus posturas, es grande. ¿Unidad significa respaldar la estrategia elegida por Calderón contra el narcotráfico? ¿Y no hacerlo al cuestionar su racionalidad y conducción, implica fomentar el divisionismo, ausencia de solidaridad nacional o una actitud antipatriótica? Espero que no, pero algunos empiezan a manejarlo en esos términos. Y eso no puede sino profundizar las divisiones y poner en riesgo avances democráticos difícilmente conseguidos en las últimas décadas.Guardadas las distancias, cuando el atentado del 11- S en Nueva York, George W. Bush aprovechó políticamente el desastre, primero, para compensar su falta de legitimidad democrática (pues no ganó la elección de 2000, sino que le fue regalada por la Suprema Corte), y más tarde, para presionar a la oposición demócrata a aceptar su aberrante invasión de Irak. Quienes públicamente se opusieron a esa guerra fueron tildados en algún momento de "antiamericanos" o "antipatriotas". A la postre, los disidentes a la guerra tuvieron razón. Hoy, que la mayoría de estadounidenses se ha percatado ya de la mayúscula estupidez que supuso esa invasión, quienes votaron en contra pueden ufanarse de ello (como Barak Obama), en tanto que a quienes la respaldaron, les cuesta trabajo justificar su voto (como a Hillary Clinton). No, unidad no puede ni debe suponer un cheque en blanco a una estrategia determinada, sino cerrar filas en cuanto a los fines, pero con apertura para discutir los medios más adecuados para alcanzarlos.
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