Ángel Guerra Cabrera
El gobierno de George W. Bush ha quedado en evidencia otra vez como el más mendaz e inescrupuloso del planeta por la grotesca farsa con que ha pretendido simular la intención de ayudar a Cuba después de que los huracanes Gustav e Ike la devastaran de un extremo a otro. Desnudado por las diáfanas respuestas cubanas y obligado por eso a recurrir a nuevas argucias retóricas para salvar la cara, cada uno de sus ofrecimientos reitera el desprecio por la independencia de la isla y la voluntad virtualmente unánime de los estados miembros de la ONU, que han condenado en incontables ocasiones y exigido el levantamiento del bloqueo de casi medio siglo, cuyo objetivo declarado es rendir por hambre al pueblo de Cuba.
Por más que la aportación de 100 mil dólares que anunció inicialmente Washington fuera ridícula y mezquina, muy inferior relativa y absolutamente al que han entregado otros muchos países grandes o pequeños sin imponer ninguna condición, lo esencial no es la cuantía. La Habana ha dicho muy claramente a Estados Unidos que no le aceptaría ninguna, cualquiera que fuese su magnitud, y que si de veras quiere ayudar levante siquiera transitoria y parcialmente el bloqueo, permitiendo la venta de materiales de construcción a crédito, como es norma en el comercio internacional. Cuba dejaría de ser Cuba, el pueblo que despierta la admiración de los pobres de la Tierra, las mujeres y hombres dignos y las naciones que emprenden el camino de su liberación si ante los apremios de la necesidad recibiera las dádivas de la potencia que ha hecho y sigue haciendo todo por borrarla del mapa, y con ella su ejemplo. Si hubiera que explicar en pocas palabras la causa de que la revolución cubana haya podido resistir y vencer la hostilidad del imperio más poderoso de la historia, realizar la transformación social más radical de América Latina y tender a la vez su mano solidaria a otros pueblos, bastaría decir que radica en haber mantenido la firmeza en los principios contra viento y marea: no haber cedido nunca un milímetro en lo que menoscabe su independencia, soberanía, rumbo y valores socialistas. Che lo expresó de manera muy gráfica mientras cerraba los dedos pulgar e índice de su mano levantada: “al imperialismo no se le puede dar ni un tantito así”. Es en momentos críticos como en su oportunidad la crisis de los misiles, que hizo afirmar al revolucionario cubano-argentino sobre Fidel que “jamás había brillado más alto un estadista”; o como éste, en que el imperialismo y la contrarrevolución intentan sacar lascas del infortunio y jugar demagógicamente con los sentimientos de los cubanos dentro y fuera de la isla, que se aprecia más nítidamente la construcción colectiva en Cuba de una cultura ética, diametralmente opuesta al pragmatismo vulgar, el oportunismo y la banalidad que intenta imponer el sistema dominante como paradigma de conducta.
Haberse forjado en revolución es lo que hace posible a un pueblo hostigado y bloqueado actuar como un solo haz, organizado y con plan, salvar previsoramente quién sabe cuántos cientos de vidas, resguardar hasta el límite de lo posible las riquezas creadas con tanto esfuerzo, sobreponerse al paisaje de destrucción y carencias dejados por dos meteoros inéditos, derrochando solidaridad antes, durante y después de su embate. Por la misma razón, acometer resueltamente la reconstrucción material, demandante de recursos que no hay ni habrá a corto plazo para todo lo requerido, pero ha movido ya a heroicas realizaciones en el restablecimiento de condiciones esenciales a la vida. Tan o más importante, sanar las heridas del espíritu que siguen a tamaño drama social. La plástica, el teatro, la poesía han hecho milagros al volcarse los creadores cubanos a restañar el alma de su pueblo mientras el ejército de batas blancas prevenía la aparición de epidemias. La solidaridad internacional no se ha hecho esperar y sigue llegando. Cuba hará el resto a un costo muy alto en sacrificio. La adversidad hace crecerse a los pueblos y el acoso imperial, lejos de actuar como freno, servirá de acicate a la inventiva que erija de las ruinas una utopía superior.
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