Marcos Roitman Rosenmann
Es habitual encontrarse en España con un rechazo generalizado a la actuación de los gobiernos de izquierda, mejor dicho democráticos, en América Latina. Éstos gozan de una mala prensa. El concepto calza como anillo al dedo. Se trata de un lenguaje de la desestabilización creado por ideólogos, periodistas y comunicólogos. En el caso de Bolivia se busca justificar un golpe de Estado cívico-prefectural como el vicepresidente Álvaro García Linera denomina a la conspiración de las políticas autonomistas encabezada por los prefectos de los departamentos de la media luna: Santa Cruz, Beni, Tarija, Chuquisaca y Pando. Todos amotinados obstruyendo el desarrollo del proceso democrático constituyente.
En Europa, y en especial en la España subdesarrollada social y culturalmente, es decir la actual, se presenta una realidad donde aparecen bandos enfrentados que pugnan por imponer sus alternativas en medio de una falta de consenso. Sobre este relato se avala la actuación de actores pacificadores exteriores y se ofrecen sus favores. España juega dentro de este itinerario. Su papel se incorpora a la estrategia de Estados Unidos para la región, es decir, busca socavar el proceso político inaugurado con el triunfo del MAS y su presidente Evo Morales, en tanto participan de un proyecto antimperialista y anticapitalista. De esta guisa se suma al carro de la condena por la expulsión del embajador de Estados Unidos, Philip Goldberg, considerada una falta de sesera y un tirar “balones fuera” al culpar a los yanquis de todos los males que aquejan a Bolivia. Es una salida en falso para no responder a las demandas de autonomía de las provincias de la media luna y una manera de solapar sus propios errores, manifestados en un empate técnico entre partidarios de unos y otros en el referendo. En este relato, no hay ninguna alusión al papel de Goldberg jugado en la división de Kosovo en su etapa de embajador. Se encubren y silencian sus reuniones con los gobernadores sediciosos a los cuales presta ayuda logística, económica y política para urdir su trama. Muchas armas se compran con el dinero que sale de la embajada estadunidense y se financian los paramilitares que han terminado por generar la matanza de Pando del 11 de septiembre.
En España no hay manera de enterarse de estos hechos. Todos los medios de comunicación, sin excepción, distorsionan la realidad y asumen el lenguaje de la desestabilización, apoyando el discurso del prefecto de Pando, Leopoldo Fernández, al solicitar observadores internacionales y señalar que las turbas armadas eran simpatizantes del MAS. Se miente en la información. Los medios se comprometen con la oligarquía y las trasnacionales heridas por las políticas de nacionalizaciones. En esta dirección, el ministro de Relaciones Exteriores, Miguel Ángel Moratinos, con la misma celeridad que Rodríguez Zapatero apoyó la elección de Felipe Calderón en medio del fraude electoral en México, expresa el deseo de mediar en el conflicto y la crisis entre las partes.
Si se refiere a Bolivia, no existen dos partes. Hay un gobierno constitucional y golpistas. Un alzamiento contra el estado de derecho por quienes se apropian de las instituciones para asesinar a campesinos armando a grupos paramilitares y con ello generar una red de apoyo internacional hacia sus reivindicaciones secesionistas. Desde sus sitios de privilegios, prefectos, alcaldes, diputados atacan la Constitución y se declaran insumisos frente a la ley. No se trata de una crisis de institucionalidad ni una pérdida de legitimidad. Hablamos de un complot para derrocar a un gobierno y de una conspiración armada con resultado de muertes y asesinatos a la población civil.
Obligar al cumplimiento de la ley y declarar el Estado de sitio no es un problema de abuso de poder: es defensa democrática en momentos de asonada y amotinamiento. Cuestión de orden público. Sin embargo, el gobierno del PSOE considera que Bolivia está inmersa en una etapa de pre guerra civil, siendo necesario una mediación internacional, de carácter neutral. De forma implícita, otorga legitimidad a los conspiradores. Su discurso oficial es bien conocido. Justifica las reivindicaciones autonomistas de la oposición al gobierno de Evo Morales al tildarlas de luchas democráticas con arraigo ciudadano, proveniente de las elecciones. Visión que comparte la derecha. Este maniqueísmo se expande gracias a los medios de comunicación, cuyos periodistas se empapan de una fraseología y tópicos sobre Bolivia donde lo más parecido a la realidad es una caricatura. Sin embargo, cumplen su objetivo de desvirtuar el proceso político hasta revertir una imagen favorable y aislar a Evo.
El terrorismo informativo se asienta en la idea de ingobernabilidad, en la persecución de su inteligencia y sus clases medias, agobiadas y con miedo a una venganza de los “indios”. Las políticas “indigenistas”, “populistas” y “nacionalistas” son las culpables de esta degeneración. En ellas se encuentra el origen del problema. No hay que ir muy lejos. La salida es simple: Evo Morales debe renunciar, dejar en paz a los bolivianos. Su presidencia genera odio, crispación, disenso. Hay que retomar el diálogo, volver a los tiempos donde se mandaba con clase y con responsabilidad. Las nacionalizaciones, la reforma agraria, los cambios en la administración pública, el control sobre las riquezas básicas, las políticas sanitarias, la autonomía de los pueblos indígenas perturban la razón. Hablan de un poder caudillista ajeno a la modernización. Evo Morales es la cara del resentimiento de los “indios”. Por ello, los periodistas y avezados tertulianos hablan de un racismo indígena. Quieren una vuelta de la tortilla, no desean educación, sino aprender inglés, castellano y seguir las buenas costumbres. Así, descalifican el gobierno. Es el tiempo para hacer circular los viejos rumores: Evo Morales quiere retornar a Bolivia al pasado, destruir el mundo moderno. Se opone al buen entendimiento. Además pertenece a una raza enferma, como la describió Alcides Arguedas. Desconfiados, vagos, dados a la bebida, violentos y pendencieros. Carecen del espíritu del capitalismo, por eso Bolivia no avanza. Ahora, se añade, el origen sindical cocalero de su presidente, un poder oscuro. Así se completa el círculo contra el gobierno democrático del MAS.
Por suerte, la reunión de los presidentes de América del Sur en Santiago de Chile, dando todo su apoyo al presidente Evo Morales y a su gobierno, llamando golpistas a los prefectos y mostrando su rechazo a la división de Bolivia, por primera vez en la historia del continente, da al traste con esta política imperialista diseñada por el Pentágono y la Casa Blanca. Ya era hora.
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