Que el fraude electoral jamás se olvide
Por Gerardo Fernández Casanova
Sin temor a equivocarme tengo la certeza de que la contienda electoral en los Estados Unidos, de la que el mundo entero está atento, sólo confronta diferencias cosméticas para un mismo proyecto hegemónico. Siempre me ha gustado el discurso de los demócratas, impregnado de consignas progresistas y ubicado a la izquierda del espectro político norteamericano; también siempre han sido más simpáticos sus candidatos, comparados con los acartonados republicanos. Pasados los procesos electorales todo vuelve a su verdadero sitio: los grandes empresarios dominan el panorama y definen el juego de la real política, también siempre ajustados a sus mezquinos intereses. Desde luego, los republicanos, pero también los demócratas, llámense Roosevelt, Kennedy, Johnson, Carter o Clinton, todos han estado a las órdenes del negocio militar.
El demócrata Roosevelt, en respuesta a quienes se quejaban de que Somoza era un “son of a bitch” lo aceptaba, con la aclaración de ser “our son of a bitch”. La única diferencia es que los demócratas son más cuidadosos y golpean con la mano enguantada, en tanto que a los republicanos les gusta exhibir su poder. En esto me refiero a la parte de la política gringa que me interesa, que es la relativa al mundo. Hecha esta aclaración, mis simpatías están con Barack Obama, para lo que pueda servirle mi apoyo.
Para que no quede en simples deseos, me permito formular algunas recomendaciones para la campaña. Por principio de cuentas y habida cuenta de la experiencia de los fraudes de Florida y Ohio, incluso del reciente caso mexicano, hay que poner especial esmero en el cuidado de las urnas y evitar las trampas acostumbradas. Hay que recordar que, aquí y en todas partes, la derecha cuando pierde arrebata. También es de recomendarse el mayor esmero en guardar coherencia en el discurso; si bien en condiciones normales es válido el esfuerzo incluyente para lograr la mayor suma de adeptos, en las circunstancias críticas que vive la sociedad norteamericana se exigen definiciones, aun a costa de votos, especialmente cuando el postulado es el cambio. Transigir en el discurso de campaña, además de confundir al electorado, tergiversa el ejercicio del gobierno. Esto es particularmente importante en previsión a la andanada de ataques de que será objeto; su juventud y su origen afroamericano lo hacen extremadamente vulnerable. No será extraño que en breve aparezca Bin Laden con una explosiva declaración amedrentadora o con un nuevo atentado terrorista, en términos de provocar el voto del miedo, que siempre favorece al conservadurismo. El único verdadero antídoto es la consolidación de su base electoral mediante el discurso intransigente por el cambio.
Cumplido mi compromiso con el mundo, aterrizo en la cruda realidad mexicana para imaginar que un triunfo progresista en la carrera por la Casa Blanca, destronando la cultura del fraude electoral derechista, provoque un verdadero cambio en la relación con México, de manera de no solapar el fraude aquí perpetrado, aunque haya sido para proteger a su Somoza, “haiga sido como haiga sido” y dejen de intervenir en los asuntos que nos competen en exclusiva a los mexicanos. Acepto que mi imaginación no es más que un sueño guajiro, pero la uso para dar soporte a lo que todos debemos exigir a la llamada democracia norteamericana. Exigimos acabar con la política de guerra impuesta por George Bush, que ubica en su malhadado “eje del mal” a cualquier país que, sin ser enemigo, simplemente anteponga sus propios intereses a los de las grandes empresas gringas. Exigimos acabar con las intervenciones desestabilizadoras de la CIA en América Latina; que no haya más intentonas golpistas ni afanes separatistas, sea en Venezuela o en Bolivia; que no haya más respaldo a gobiernos corruptos y traidores, sea en Colombia o en México.
Exigimos que el Tesoro de los Estados Unidos deje de intervenir en la definición de las políticas económicas de nuestros países, siempre en beneficio de sus mezquinos intereses. Que se dé paso a la globalidad como instrumento de solidaridad, no como marco a la brutal competencia que sólo sirve al poderoso. Rechazamos, como también los rechaza el electorado estadounidense, los Tratados de Libre Comercio, por significar severos daños a la mayoría de la población de los países signatarios. En esta materia se podrá comprobar, en el caso del triunfo de Obama, si se cumple el compromiso de campaña electoral o si los cabilderos empresariales continúan al mando en la Casa Blanca.
Ninguna de estas exigencias implica una actitud beligerante contra la nación norteamericana. Nuestra única beligerancia es contra la injusticia y la miseria, contra la intromisión en nuestros asuntos domésticos y por la independencia y la soberanía. Ojalá que así lo entienda Obama y que triunfe en las elecciones. De no ser así, prefiero que ganen los republicanos para que sigan hundiendo a esa poderosa nación.
Entre tanto, el próximo domingo la Patria y sus defensores estaremos en el Zócalo de la Ciudad de México, para refrendar nuestra disposición a defenderla contra los embates del gran capital internacional y de sus lacayos domésticos, que intentan entregar la industria petrolera nacionalizada. Allá nos vemos con AMLO a la cabeza.
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