Año 6, número 2578
Domingo 19, abril del año 2009
Sabiendo de la complicidad que gracias a la desmedida ambición de dinero que tienen los curas, siempre ha existido entre el clero católico y todo tipo de delincuentes; pero en especial, como es lógico, con los más ricos; que en este momento son los narcotraficantes.
Sin olvidar las palabras de aquel obispo que dijo que la Iglesia católica no lava dinero, sino que lo purifica. Sin que las Autoridades (Jorge Capizo era Procurador de Justicia por aquél entonces) hicieran nada ante esta declaración de delincuencia.
Baste recordar la visita que los hermanos Arellano Félix le hicieron a Girolamo Prigione en la nunciatural papal (la embajada del Vaticano en México) Para entender esa complicidad, de la que los curas salen beneficiados (y sin exponerse mucho)
El que el arzobispo de Durango, Héctor González Martínez, haya declarado que todos en su localidad saben donde vive el “Chapo”, menos las Autoridades, puede tener dos lecturas.
O que el clero, para variar, haya traicionado a los barones de la droga (en Veracruz hacen misas para que el PRI gane) o que más bien lo que hicieron fue echarle un pitazo al buen “Chapo”.
Como sucedió en vida de Juan Camilo Mouriño, cuando por todos los medios advirtieron que con toda la fuerza del Estado, al día siguiente irían tras los hermanos Beltrán Leyva. Con la lógica consecuencia de que cuado llegaron, los Hermanos ya se habían ido.
Si dentro de poco sabemos de que a algún cura importante lo asesinaron por traidor, la primera hipótesis habrá sido seguramente la buena; de no ser así, habrá que entender que lo que hizo el obispo de Durango fue un pitazo.
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