Barómetro Internacional
Darío Botero Pérez
Probablemente, la intelectualidad uribista tiene razón cuando postula que hablar de gobiernos de derecha o izquierda ya no tiene sentido.
Si uno observa la realidad política latinoamericana –que es reflejo de la desesperada búsqueda mundial por salidas a la grave “crisis total”-, constata el surgimiento de una serie de gobiernos que se han venido calificando como de “izquierda”, atendiendo a la terminología usual.
Sin embargo, lo que realmente representan esos gobiernos es a las clases tradicionalmente marginadas del manejo del Estado y víctimas seculares de quienes lo han acaparado desde la independencia respecto a España, Inglaterra, Portugal y otras metrópolis coloniales en Latinoamérica.
Éstos son los criollos aristocráticos, los grandes propietarios (de las tierras, los recursos naturales, la agricultura, el comercio, la industria, los medios de manipulación de masas mediante la desinformación sistemática) y los caudillos militares y religiosos que refuerzan su hegemonía; subordinados todos a los intereses de la potencia extranjera de turno (USA para nuestras generaciones).
En consecuencia, la confrontación no es entre izquierda y derecha, no es de ideologías sino de clases sociales en general, coligadas en la prosecución de objetivos comunes.
Independientemente de la ideología1, la oligarquía tradicional, aliada al gran capital internacional, está siendo desplazada del ejercicio del Gobierno, y amenazada en su monopolio del poder, por gobernantes que defienden los intereses (y hasta provienen) de las víctimas consuetudinarias del pueblo, sean campesinos, obreros, o las heterogéneas clases medias.
Pero la autoridad de estos gobernantes de nuevo cuño sólo puede servir para oponer una fuerza unificada a las clases tradicionalmente dominantes. Su propósito no es suplantar al pueblo que conforma esa fuerza sino ir empoderándolo hasta que pueda prescindir de caudillos.
Son gobiernos de transición con suficiente legitimidad y apoyo de las mayorías. Esto les permite desafiar a las oligarquías que van cayendo en picada porque carecen de propuestas capaces de sacarnos del atolladero en que ellas mismas, con promesas falaces de salvación para todos, han sumido a la humanidad y al mundo.
En esa tónica, Rafael Correa Delgado, presidente del Ecuador, afirma con convicción que “la nueva Constitución de la República cambia totalmente la institucionalidad del país en función de las mayorías” (Wagner Abril, “La vía al socialismo del presidente Correa”, Revista Señales, febrero de 2009, p. 12)
La predestinación marxista del proletariado como la clase dominante del futuro, que redimiría a toda la sociedad por su gran claridad y disciplina, ha sido superada por el progreso de las fuerzas productivas, destinadas a suplantar a los humanos de cualquier clase, prácticamente en cualquier oficio.
De esta manera, todos nos libraremos de la maldición bíblica de ganarnos el pan con el sudor de la frente, cuando les saquemos todo su jugo. Los humanos nos reservamos el “ocio creativo”, para tranquilidad de quienes le temen a las máquinas “inteligentes”, porque su propia ignorancia los convence de su fragilidad y su incapacidad para competir contra servomecanismos autónomos y reflexivos que no se cansan.
Esta inimaginable realidad que nos está tocando vivir, a pesar de los fardos que tratan de impedirlo por su apego a lo caduco, le ha quitado jerarquía a cualquier sector de las clases populares sobre otros.
Simultáneamente demuestra la decadencia de las clases tradicionalmente dominantes; decadencia que tenemos la obligación de volver definitiva. Perder esta oportunidad para sepultarlas, es perdernos todos.
Lo que cuenta son las carencias y los atropellos a que son sometidas las mayorías pobres, y hasta las acomodadas, por las oligarquías monopolizadoras del poder y la riqueza pero que jamás se interesaron en la justicia social.
Su papel ha sido –y hoy es evidente hasta para los tarados- impedir que las mayorías puedan disfrutar los frutos de ese progreso que exige romper los estrechos marcos impuestos por los mezquinos intereses de los potentados (mortecinos insepultos con ganas de revivir, no se nos olvide).
Por eso, Correa sostiene que “la cuestión social es el imperativo moral en sociedades tan desiguales, tan criminalmente inequitativas como las nuestras” (id., p. 16)
Se está manifestando la búsqueda, por los marginados, de nuevas formas para el ejercicio del poder en la sociedad, que rompan con las desigualdades y opresiones típicas de los gobiernos de las elites u oligarquías, tanto las más totalitarias y confesionales como las más democrateras o populistas y demagógicas.
El propósito es superar las divisiones y confrontaciones históricas que ya cumplieron su misión e hicieron sus aportes, hasta agotarse y volverse estériles para el progreso y la convivencia.
Más bien, su persistencia garantiza la perpetuación del atraso y la injusticia, sobre todo cuando la sociedad del conocimiento reclama su superioridad frente a las basadas en la ignorancia, la fuerza y la violencia.
Según Correa, “surgirá un nuevo sistema y una nueva sociedad donde se rescate la importancia del Estado, las regulaciones y controles, el ser humano, la justicia social y la redistribución, no de las pérdidas sino de las ganancias” (ib., p.14)
No obstante, la salida tiene que ser colectiva y equitativa, alrededor de la defensa de unas garantías universales: los Derechos Humanos.
El predominio de los asesinos tiene que llegar a su fin, o la que se acaba es la vida significativa para la especie humana.
Es hora de considerar a la humanidad como una especie con propósitos comunes, cuyos integrantes son todos únicos y diferentes, pero iguales en dignidad y derechos.
Por eso, no es admisible seguirlos haciendo objeto de discriminaciones y agresiones porque a todos se les reconoce su “igualdad esencial”, que los hace dignos y preciosos, como dioses.
Así sí hay futuro, si a nadie se abandona ni se le niegan las oportunidades, y se fomentan las capacidades y los talentos de todos.
Si el Estado le garantiza a cada ciudadano sus derechos, y le brinda todos los recursos necesarios para que alcance su pleno desarrollo, de modo que pueda hacer su mejor aporte a la humanidad, contando con la protección y el reconocimiento de ésta, la acumulación personal y la avaricia pierden su fundamento, pues no son más que consecuencias de sociedades que abandonan a los individuos a su suerte, en las que la solidaridad no existe.
También perdería vigencia el consumo enfermizo dedicado a satisfacer necesidades artificiales que terminan llenando el planeta de basura.
Ese consumo inducido le extrae sus preciosos recursos a la madre Tierra a una velocidad de vértigo, para derrocharlos y desecharlos lo más rápido posible, acelerando el daño que está amenazando la conservación de la vida y ha descalificado completamente el sistema socioeconómico que lo causa.
Posiblemente a esto apunta el camino ecuatoriano al socialismo del s. XXI, al “desarrollo basado en el ‘Buen Vivir’, que es hacer una vida con dignidad, en armonía con la naturaleza, respetando las diferentes culturas y no la acumulación y el consumismo que están básicamente en la noción del desarrollo occidental” , tal como lo define Correa en la entrevista citada.
El cambio hacia una sociedad verdaderamente democrática y supranacional, con plena justicia social, está en marcha. La mayoría lo ha decidido y se está expresando.
“Mientras el mundo se empequeñece, nuestra humanidad común se revelará”, sostuvo Obama al posesionarse de su cargo el 20 de enero.
Su consigna de cambio en el paradigma del poder que nos ha conducido al desastre, es genuina. Honesta y lúcidamente comprende su necesidad y lo predica y estimula. Eso lo caracteriza como un mandatario de nuevo cuño.
Su papel en la próxima Conferencia de las Américas durante este promisorio abril, permitirá corroborar su compromiso con el cambio y aclarar los límites que se ha impuesto, pues los demás también tenemos que cumplir un papel. No ha aparecido un salvador sino un aliado inteligente, sensible y poderoso.
La ventaja es que no tenemos que combatir, como ha sido la regla, contra el “hombre más poderoso del mundo”, como suelen llamar al presidente de USA.
En esta ocasión está del lado de la humanidad y la vida, aunque siga rodeado y presionado por los halcones de la muerte. De ahí la necesidad de manifestarle nuestro apoyo constante, el de los ciudadanos comunes y corrientes de todo el mundo pero con acceso a Internet. Así de sencillo.
El cambio en la manera en que el poder se ha ejercido desde la derrota de las monarquías, es el más saludable fruto de la globalización. Es el salto cualitativo que nos reivindica como gente evolucionada, capaz de salvar la vida y digna de la Nueva Era.
A cada uno le corresponde comprometerse e involucrarse de acuerdo a los dictados de su conciencia y de sus intereses personales. Depende de la concepción que tenga del egoísmo, que puede ser tan saludable o tan letal, tan miope o tan visionaria.
No se trata de negar, descalificar o renunciar al egoísmo sino de ejercerlo de la manera más inteligente y provechosa posible, tanto para el individuo como para la sociedad.
Es el futuro luminoso que podemos construir si logramos salvarnos de la debacle en que nos ha sumido el capitalismo que, a nombre del individualismo, ha privado a las mayorías de la posibilidad de ejercerlo, pues su pleno disfrute ha sido sólo para los relativamente escasos potentados, tan corruptos, letales e inútiles..
dario-botero@hotmail.com
Conservadora, fascista, republicana, nazi, falangista, talibán, sionista, bolivarianouribista, democratacristiana, de “derecha”, según las etiquetas; o liberal, demócrata, socialdemócrata, socialista, anarquista, comunista, guevarista, maoísta, estalinista, bolivarianochavista, sandinista, de “izquierda”.
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