Por Jorge Lara Rivera
Tras unos cuantos viajes previos a reuniones “cumbres” realizadas en países a los cuales Estados Unidos sí considera importantes, sus varias giras internacionales que lo llevaron incluso hasta Turquía, el único aliado en el mundo musulmán, y aún al extremadamente convulso Irak, donde tiene destacadas tropas de ocupación, mister Obama ha condescendido a hacer una breve escala en nuestro país, de paso hacia la Cumbre de las Américas a realizar en Puerto España, en el Caribe trinitario-tobagués.
No han sido sino unas cuantas horas (10 efectivas de un total de 21), pero bastó para alterar el ritmo cotidiano de la vida socioeconómica y política de la capital mexicana, afectando no sólo al espacio aéreo sino al país en su conjunto.
Lo hizo a tal punto que la Cancillería nacional olvidó cuidar las formas y lo que significa el término “diplomático” para, en el peor estilo grotesco inaugurado por el deprimente Vicente Fox, atreverse a cometer la suma descortesía de retirar la invitación cursada a los Coordinadores de diputados pertenecientes a los partidos del Trabajo, Convergencia y Alternativa, con el inexcusable pretexto de que el formato de la visita del mandatario estadounidense era “compacto”, dada su naturaleza breve y demandante de alta seguridad; la cual provocó un gesto solidario entre quienes concertan las otras fuerzas políticas –salvo el cínico coordinador de los diputados panistas– representadas en el Congreso para desairar el convite con el mandatario visitante.
Y es que, aunque se diga otra cosa, el arribo del ilustre norteamericano pareció cubrir un trámite, no sólo por el poco el tiempo que dedicara a sus entrevistas, sino por la agenda protocolaria tan reducida que ocupó sólo un alto en el aeropuerto Benito Juárez, una cortesía a Los Pinos y una cena compartida con las autoridades nacionales en el Museo Nacional de Antropología e Historia, pernoctar en el hotel y partir tranquilamente a continuar el viaje a la cita latinoamericana.
Unas cuantas horas nada más y sólo por salir del paso, ya que las dedicaba a un vecino y socio comercial sureño con quien sólo se comparte una frontera caliente de 3 mil kilómetros, por donde pasan aprovisionamientos para la dinámica y la prosperidad de la economía norteamericana; un enorme e indeseable flujo de migrantes, frutos de cosecha del campo, materia prima, petróleo y drogas, armas y dineros violentos que, según la Casa Blanca, constituyen “la principal amenaza a la seguridad” de la potencia del Norte.
Sin embargo, llama la atención que tanto en la ceremonia de bienvenida, como en la conferencia conjunta ofrecida a la prensa internacional por los mandatarios y sus intervenciones y brindis en la cena del museo central del INAH, a la vez que no escatimó elogios a su anfitrión, ni regateó la identidad obsecuente en el empleo de términos relativos a corresponsabilidad que el discurso oficial gubernamental mexicano ha venido repitiéndole al pueblo estos días de distensión tras la confrontación retórica, igual que Hilllary Clinton, Barak Obama dejó claro que permanece impasible a las zalemas y genuflexiones y apegado a sus preocupaciones prioritarias originales, las cuales se refieren a la seguridad y al control, a como dé lugar, de la inmigración. Ejemplificó que no es viable cambiar la Enmienda constitucional que asegura el derecho a la autodefensa con armas de sus conciudadanos, ni variará la determinación de “sellar” su frontera, recordándonos que ya convergen allá policías y personal de las diversas agencias de seguridad estadounidenses. El flamante presidente americano se permitió, incluso, advertir para la “New Age” de futuras controversias, problemas y desacuerdos en las negociaciones que tendrán los altos funcionarios de su país con sus homólogos mexicanos para implementar la política común, aunque suavizó el golpe con la promesa de presentar pronto a su Congreso una propuesta de amnistía legal a trabajadores indocumentados.
Luego de las desbordadas expectativas generadas en los medios informativos por los analistas y la relevancia desmesurada que el régimen otorgó, atrabiliario, a este encuentro, sin anuncios nuevos, ni avances significativos más allá de buenas intenciones en temas cruciales para México, el discurso y comentarios llenos de expresiones de respeto, cooperación, corresponsabilidad y ayuda mutua sonaron, tal vez por eso, tan huecos.
Fue un palmo en las narices para los ilusos esperanzados en mejorar con la simple simpatía el trato con el coloso, ya que, a fin de cuentas, en realidad, no se logró concretar nada.
Es así como, por muy parecidas que se antojasen las palabras, resulta claro que tienen denotaciones bien distintas para las partes, y tal dicen –francotes y desahogados que son– unos buenos, antiguos y queridos amigos, especialmente en este caso es fácil coincidir con ellos: “muy gratas son las visitas cuando llegan, pero lo son más cuando se van”.
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