Ricardo Andrade Jardí
El desempleo, en el México neoliberal y usurpado, crece más rápido que la población económicamente activa (PEA). Alrededor de un millón de jóvenes que alcanzaron para el estándar occidental capitalista la edad laboral no pudieron, ni podrán, encontrar, bajo la lógica neoliberal actual, un sólo puesto de trabajo. Más de setecientos mil (700,000) desempleados pasaron a engrosar la gran lista de la desocupación en México y menos de un 40% de los, por ahora, empleados cuentan con seguridad social y puede ser que otra mayoría de ese 60% de empleados, que no cuentan con seguro social, en realidad no cuenten con nada, con ninguna otra garantía de ley.
“La competitividad y el progreso”, que tanto nos ofertan, parece ser la enfermedad y no el remedio. Abandonamos el campo en nombre de la competitividad y nos convertimos en una de las naciones con la “mano de obra”, carne de explotación, para decirlo en castellano, más económica del planeta, maquiladores, sin remedio, despreciamos la investigación científica como motor del desarrollo tecnológico sometiendo todo nuestro (sub) desarrollo industrial y agrario a la dependencia mal sana con los países desarrollados y territorialmente imperialistas. Nuestro retraso tecnológico trajo el deterioro ambiental que hoy ha destruido una considerable e irreparable cantidad de ecosistemas regionales, a la vez que las grandes concentraciones de contaminantes mortales impregnan ya nuestra vida cotidiana: leche materna contaminada con mercurio, triplicación de cáncer infantil y enfermedades respiratorias y sanguíneas crónicas, malformaciones de miembros etc., etc., todo presumiblemente relacionado con los enormes desechos químicos altamente tóxicos. Baste de ejemplo el cloro que la norma mexicana les permite a las grandes transnacionales mal desechar en nuestro subsuelo o directamente en corrientes acuíferas que terminan contaminando también ecosistemas submarinos con todas sus enormes secuelas. Y estas son algunas de las consecuencias más notorias, por no hablar de educación, seguridad, transparencia. En fin, de lo que ha significado la implantación de las políticas neoliberales a las que nuestra administradora clase política se sigue aferrando como receta de todos nuestros males, sin querer ver o, peor aún, viendo la infinita violencia que el sistema genera, sistema que hasta en el corazón mismo del imperio hoy se cuestiona y que en México sólo la más abyecta y mediocre sumisión, acordes con la colectiva ceguera ciudadana, puede explicar su imposición como acto de fe.
Es hora de empezar a ver y cambiar el rumbo y ese nuevo rumbo sólo podrá nacer de este otro lado, del lado de la participación ciudadana, lejos, muy lejos, del quehacer político de las tecnocracias y sus narcisismos representativos que les suponen un poder que no tienen y menos aún son capaces de entender...
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