miércoles, septiembre 26, 2007

Ejércitos

Julio Hernández López

1. Lo más notable del reciente comunicado del subcomandante Marcos es el reconocimiento y respeto que expresa a organizaciones guerrilleras como el Ejército Popular Revolucionario (EPR), hasta ahora visto desde diversos miradores de izquierda como un ente turbio e impreciso, siempre bajo sospecha de infiltraciones y manipulaciones gubernamentales. El aval del zapatismo armado al EPR se ha producido en el contexto de un nuevo intento del citado subcomandante por insertarse con vigor en el foro nacional, intento que irónicamente se da mediante el anuncio de suspensión de la segunda gira de la llamada otra campaña, afectados tanto esa caravana como su principal personaje de un virus de intrascendencia que los ha hecho durante más de un año ser atendidos sólo por su público más fiel y por los menguados cuerpos de público espionaje federal. Marcos ataca de nuevo, luego de las accidentadas piruetas que lo llevaron en la pasada temporada electoral lo mismo a entrevistas de complacencia en Televisa que al polémico papel de impugnador (con muy atendibles razones, a juicio de este columnero) del lopezobradorismo elevado hoy a los altares de la intocabilidad como años atrás lo fue el propio enmascarado del sureste. En este guiño a otras organizaciones guerrilleras (lo que ha fortalecido la especie de que esos grupos estarían encaminándose a una alianza que tuviese acciones programadas para las celebraciones de 2010), Marcos pone de relieve el papel de convalidación que la izquierda electoral “moderna” y “legítima” juega a favor de personajes corruptos y represores como Juan Sabines, entusiastamente apoyado en su momento por el propio López Obrador. Anclado en el peor de sus momentos políticos, el sub parece decidido a replantear estrategias y alianzas. Habrá que ver si el tiempo, las dudas y los enconos sembrados le permiten repuntar en lo político y social o se va decantando hacia opciones armadas que prefieren las acciones directas por sobre los discursos y los comunicados.

2. La comandante provisional de las Fuerzas Reformistas de la Nueva Izquierda, instalada en las montañas de San Lázaro, ha dicho a Roberto Garduño y Enrique Méndez, reporteros de La Jornada, que al menos por este sexenio su apuesta no va en el sentido de que el gobierno federal falle en sus propósitos. Si el subcomandante Marcos coincidió con Francisco Ramírez Acuña en decretar autenticidad del EPR (el primero, respecto a los veros propósitos revolucionarios; el segundo, en relación con los envíos por correo electrónico que según el jalisciense son prueba plena, aunque puedan ser despachados por cualquiera desde cualquier negocio público de Internet), Ruth Zavaleta usa un discurso que igual Los Pinos o Bucareli podrían boletinar como propio: “No estoy de acuerdo con la apuesta de que las cosas no funcionarán este sexenio, porque no es un problema de descrédito hacia un partido, sino qué podemos resolver para la sociedad entera” (claro: el problema no es el Centro Fox y los ranchos de la corrupción, porque no es un problema de descrédito hacia una familia, sino ver qué se puede resolver para los habitantes de San Cristóbal, que muy bien pueden trabajar de jardineros y albañiles). Cual si fuera Calderón frente a los 300 líderes regañados, Zavaleta afirma que “la clase política está obligada a anteponer sus circunstancias personales e ideológicas, y pensar cómo podemos transformar este país” (las minorías privilegiadas, a las que Ruth y Felipe se dirigen, saltan sincronizadas y gritan: “¡Poooooor Méxicooooo!”). Ecléctica, la diputada perteneciente al grupo de Los Chuchos rechaza que el PRD en sus negociaciones legislativas defienda la ideología partidista como si se tratara de dogmas de fe (cuando, en realidad, son estampitas intercambiables o montoncitos de naranjas para vender): no hay que aferrarse al propio punto de vista, exhorta Ruth, “sino rescatar lo bueno de lo que piensan los demás. A veces los pensamientos de la derecha, el centro o la ultraderecha pueden resultar útiles” (bueno, puestas las cosas así, hay ocasiones en que hasta el pensamiento de izquierda podría resultar útil).

3. El general Felipe Calderón mide con cuidado el terreno y sopesa sus futuras estrategias. Todo mundo (salvo Chente y Martita) lo presiona (en diferentes grados y con diversas intenciones) para que aproveche el más reciente desliz de la pareja ex presidencial exhibicionista y aseste el golpe de mano que según eso lo mostraría como un verdadero presidente, fuerte y decidido no sólo en cierto discurso del pasado fin de semana. Poco tiempo le queda para definirse ante el público que cree en él y el que le chifla: ¿tiene el poder, aunque haya llegado a él de manera sostenidamente impugnada, o el poder del antecesor lo tiene a él? Muchos datos emitidos por los propios protagonistas han dado cuenta de la manera como fueron torcidos los caminos electorales de 2006, pero es posible que la rotunda impunidad de Fox sea la máxima confesión, ni siquiera superada por el despechado Ugalde, de que desde el poder público fue fraguado el año pasado el fraude electoral que instaló ilegítimamente en la silla presidencial a quien hoy, rehén de esas pillerías, no puede hacer nada contra su benefactor y secuestrador. Las armas nacionales no se han cubierto de gloria, mientras Felipe se prueba en privado más uniformes militares y su ejército burocrático juega a las guerritas electrónicas y de papel.

Y, mientras Calderón cae en el populismo de condonar cuentas a acreedores del fondo de apoyo a empresas de Solidaridad (rubro electoral usado por Hildebrandos y Chepinitas), y O-Paco Ramírez Acuña ni se despeina en San Lázaro ante las acusaciones de represor, y los congresos estatales siguen aprobando la reforma federal electoral (¿qué harán el coahuilense Moreira y el gobernador del Necaxa?), ¡hasta mañana, con las imágenes peruanas de un ex presidente tras las rejas!

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