Luis Linares Zapata
Fox volvió a dar testimonio explícito de su masiva participación en el fraude orquestado contra López Obrador. Con el desparpajo de un personaje que se siente impune declara ante los micrófonos de Telemundo, en la ciudad de Chicago, que para él era necesario e importante detener al entonces candidato de la izquierda: Andrés Manuel López Obrador. Desde la perspectiva reaccionaria que lo caracteriza, Fox justifica cualquier intervención para contrariar el voto ciudadano, para entorpecer la ruta marcada por la voluntad popular. Rellena, le da vigente contenido, a más de un año de la tragedia del 2 de julio de 2006, a la pancarta que sostenía aquel valiente joven oaxaqueño en la que lo acusaba de ser un traidor a la democracia. Grito popular que tanto disgusto le causó al malhadado presidente.
La razón argüida por Fox ante los micrófonos de Telemundo es de nulo peso, aun dentro de la ramplona fragilidad con que acostumbra justificar su actuación la facción derechista que él representa: AMLO es un demagogo. Y, con tal adjetivación peyorativa, Fox, y ensamble de pericos que le repiquetean en el oído, sustenta cualquier acción emprendida para liberar a la sociedad de las pretensiones de un personaje con esa terrible característica en su conducta pública. En su torpe y pedestre argumentación, no requiere de más apoyo a sus sinrazones que una improvisada, estúpida comparación con quienes despreciativamente moteja como “Chávez” (el presidente Hugo Chávez de Venezuela) o “Correa” (el presidente de Ecuador, Rafael Correa). En un salto carente de toda autocrítica, Fox se lanza de cabeza al vacío de las conceptualizaciones políticas, al mundo –para él totalmente desconocido– de las ideologías y las pertenencias a un partido político. Fox debía suponer, al menos, que hay suficientes indicios de que buena parte del PAN siempre lo rechazó por advenedizo, mal informado, inculto, de alcances groseros y limitado.
Como si fuera un dechado de profundidad y sólida formación ideológica, con una concepción acabada de lo que es un Estado nacional, estudioso de las actualidades del mundo, de las corrientes académicas en boga, dice que trabajará en su “centro de estudios en construcción”. Descalifica a sus cocos preferidos de Latinoamérica siguiendo la estrategia de esa derecha subordinada, por completo, a los designios del imperio bushiano. Simplemente tienen (los arriba citados por él) una desmedida ambición de poder, concluye en tono irrebatible el pedestre guanajuatense. Y, con esta terminal acusación, siente el vahído interior de las frases eternas, las que brotan en torrentes desde su insípido pecho de pretendido líder continental, de predicador cotizado, pero que, en realidad, se alinea entre los eurocéntricos de la Internacional Demócrata de Centro (IDC), agrupación en la que va en pos de un estrellato obtuso e ineficiente.
En esta frase foxiana de “contener a AMLO” se implican varias actuaciones ilícitas del activista Fox. Tal vez ello sólo implique el empleo de mil 700 millones de pesos en propaganda de auxilio a la candidatura de un Calderón, en ese tiempo situado en la cola de las preferencias electorales. Tal vez ello alcance, además, a la autorización de otros mil 500 millones para fondear la trama electorera de la maestra Gordillo (entre 30 mil o más maestros itinerantes atendiendo urnas desprevenidas) bajo el disfraz de un programa de vivienda del que nunca se han rendido cuentas, ni a los contribuyentes y, menos aún, a los maestros sindicalizados.
Tal vez la palabra detener llegue a sonar como promesa de concesiones bancarias a diversos personajes de los negocios y el periodismo. Una simple contraprestación a los ataques que emprendieran contra AMLO, tal como sucedió en el caso del ínclito Coppel, aquel que amenazó con despedir empleados y cerrar negocios si se votaba por AMLO. O tal vez la disposición de Fox para contenerlo se agote en la negociación con varios gobernadores priístas para que trabajaran junto a él en esa lucha. Bien se sabe que la consigna la escucharon gente de la talla de Bours en Sonora, Marín en Puebla o Hernández en Tamaulipas, por nombrar sólo a unos cuantos. Y, entonces, una vez cumplida la misión, los miles de millones de pesos que les canalizó de los recursos excedentes del petróleo quedan justificados. Pero la lista de interpretaciones al verbo detener quizá implique también la presión ejercida sobre los jueces del Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación, ya sea de manera grosera y directa, como hizo Fox, o a través de un digno representante de su misma calaña: Diego Fernández de Cevallos. Más alto todavía, a lo mejor detener se revista de complicidades con los magistrados de la corte suprema. O con el manto protector para empresarios entrometidos, contra la ley, en la contienda para apuntalar a un mediocre candidato como Calderón. En fin, que la conjugación del verbo detener alcanza a toda una serie interminable de sucesos, todos reprobables, todos con un peso, lo suficientemente generoso para proceder a la anulación de la elección pasada.
Pero ninguna de las circunstancias y hechos probados que se mencionan arriba fue suficiente argumento para que los abajo firmantes de desplegados en apoyo a los consejeros del IFE (en especial al gordillista Ugalde) dudaran de sus seguridades manifiestas. Tampoco les sirven para afirmar, a plana entera, lo incompleto de la reciente ley electoral aprobada o, peor todavía, para deslizar que con ella se contraviene la libertad de expresión. Ninguno de ellos difundirá un extrañamiento por la democracia ofendida tan arbitrariamente por Fox.
Así como afirmaron, con tantas más cuantas firmas de respaldo a la limpieza inmaculada de la elección, bien podrían ahora reclamarle a Fox su ilegal confesión de parte y sacar las conclusiones derivadas. Pero eso no es materia que les preocupe, menos aún que los empuje a la protesta; eso es asunto pasado y juzgado por las instituciones a las cuales se apegan con un prurito tan hipócrita como convenenciero.
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