Jorge Eugenio Ortiz Gallegos
Las libertades económicas han sido vistas como un derecho natural de los seres humanos y el mejor incentivo para el progreso, como resultado de teorías de orden jurídico y económico.
Lamentablemente la publicidad en los medios de comunicación masiva propala la cultura de gasto. Crecimiento de la población por el avance científico que reduce la mortalidad infantil y alarga el promedio de vida. Oferta de satisfactores en una civilización que avanza y siembra en la población la apetencia de bienes, que de superfluos se convierten en indispensables, como la televisión, el automóvil, el confort del hábitat, las vacaciones y el divertimiento: Tales son los principales ingredientes del proceso de inversión acelerada que demandan también los países no clasificados como del primer mundo.
La mayoría de ellos, tal vez todos, no pueden generar el ahorro interno por el que se financian las infraestructuras y estructuras del desarrollo en que florezcan los niveles de vida en crecimiento y mejoría.
En el llamado período estabilizador de las tres décadas 40, 50 y 60, el gobierno mexicano aplicó un modelo que podría calificarse de original, y que fue oportuno. Cerró la libre importación y protegió el crecimiento industrial y comercial que dentro del país generase los bienes de la demanda agregada por el contagio civilizador. El proceso fue manejado, salvo altas y bajas, con firme pulso y clara visión de los propósitos: Moderada inflación, moderada tributación, constante ahorro interno, y salvo inesperados actos demagógicos, conservadora participación del sector público como inversionista.
Pero el modelo cambió a partir de 1970, cuando Luis Echeverría, tonta o perversamente, siguió el patrón del gasto acelerado que pretendía dar mayor rapidez al proceso del ingreso per cápita. José López Portillo incrementó aún más el padrón, burlando no sólo las leyes de la economía sino las de la razón, y en la locura se sintió creador de una repentina y enorme abundancia, en un país que se hundía más y más en la miseria.
Así nacieron los elefantes blancos de industrias mal planeadas, de edificios lujosos (un buen número de los cuales se resquebrajó con el terremoto de 1985 porque habían sido mal construidos). Así creció la servidumbre de una burocracia y de un aparato económico que gasta mucho más de lo que recibe, que no genera ahorro interno sino que despoja del ahorro a los productores ajenos al gobierno.
Así en fin, el país vive de prestado, y para pagar lo prestado incrementa cada año los impuestos, y sin pagar el principal de la deuda por arreglos malabares, y sólo para pagar intereses emplea más de la mitad del presupuesto que ejerce.
México no genera el ahorro interno que requiere, ya no digamos para incorporar a la mayoría a nuevos niveles de vida y confort, sino ni siquiera para mantener el valor adquisitivo del salario.
Si el dinero que llega se sigue invirtiendo como hasta ahora al estilo de un gobierno ciego o malévolo y corrupto, la resultante será sólo de mayor endeudamiento y no de mejor nivel de vida para los mexicanos. El ciclo a romper es el de la mala administración. Los bufones desaparecen cuando el rey lo decide.
Pero en esta modernidad repetitiva de los tiempos, se estrella siempre el corazón del mexicano iluminado por el verde de la esperanza, a pesar de que vive engañado, ignorante componiendo un pueblo de miserables computados por las cifras oficiales.
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