Miguel Ángel Velázquez
La lectura política del triunfo del PRD en Michoacán lleva, entre líneas, un mensaje unívoco que tiene como destinatario inmediato al jefe de Gobierno del Distrito Federal.
Más allá de la derrota que se le infligió a Elba Esther Gordillo, que sólo los ciegos no pueden ver, el triunfo de Leonel Godoy, pero más que nada su adhesión presurosa a la filas de los agachados, deja como en una isla a Ebrard y su gobierno, en la ciudad de México.
En esa misma lectura, muchos advierten que el jefe de Gobierno no resistirá mucho más la presiones, y en breve inclinará la frente para reconocer lo que hasta ahora le ha dado, frente a mucha gente, un valor político que lo destaca, y, desde luego, lo favorece.
La izquierda, débil, dubitativa y cobarde, ha dejado casi por completo solo a Ebrard. La renuncia de Godoy a lograr un frente común que desde la dignidad y el trabajo pudiera resistir el golpeteo de la derecha, coloca al jefe de Gobierno a la izquierda del PRD, lo que hace muy poco, menos de un año, era impensable en los círculos políticos, no nada más de su partido, sino de todo el país, que no veían en Marcelo más que a un neoliberal disfrazado de progresista.
Ahora, la decisión de Godoy será utilizada, como ya se hace, pero con mayor fuerza, para tratar de plantear que la postura del jefe de Gobierno equipara su lealtad al lopezobradorismo, con un capricho que si hasta hoy le ha dado popularidad y fuerza entre la ciudadanía, más temprano que tarde se convertiría en la piedra atada al cuello que lo hundiría sin remedio.
Para confirmar lo anterior, se dice también que la próxima elección del que mande en el PRD, y que sería contraria a Ebrard, lo obligaría a pactar con la corriente que gane la elección, y por tanto con Felipe Calderón, si es que pretende continuar en la arena política.
Esa es la interpretación, pero la realidad apunta hacia otros horizontes. Lo que no se quiere entender, o no se pretende decir, es que el político que gobierna en la ciudad de México pone por encima de lealtades –que van implícitas– o de caprichos políticos, un proyecto que rompe, en serio, con los esquemas de la derecha, y eso, de verdad, es lo que no se soporta.
Reconocer o no a Calderón es de menor importancia, lo trascendente es que es el símbolo de lo que un político honesto con su electorado no puede permitir: el fraude, y porque la foto –que también es un símbolo– sería tanto como aceptar que en la siguiente elección, y todas la demás, la trampa, el juego sucio y el engaño a la gente serían parte de su quehacer, es decir, Ebrard sería igual que ellos.
Hasta ahora la bandera que ondea Ebrard es la de la justicia, y ese podría ser parte de su éxito, porque si algo se quiere en este país es eso: justicia, y eso es lo verdaderamente insoportable para la derecha que no entiende otro discurso que no sea el que publica en su lista la revista Forbes.
Por eso, la foto no es sino el marco de referencia que tendrá la gente para situar a Ebrard en la esfera de la frase recurrente que advierte que el país no tiene remedio por culpa de sus políticos, o para decirlo de otro modo, el jefe de Gobierno sería, en tal caso, más de lo mismo. Pero desde luego, la decisión está en sus manos.
De Pasadita
La democracia de los súbditos está enfurecida. Uno de sus conquistados se atrevió a restregarles en la cara su verdad. Eso dijeron algunos universitarios que recién llegaron a la ciudad, desde Madrid, y que nos contaron que un acto académico al que estaba invitado el embajador de Venezuela en España, que se celebraría en la Universidad Complutense, fue cancelado de última hora, con auditorio lleno, por la diferencias entre el rey Juan Carlos y el presidente Hugo Chávez. Ni modo.
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