Luis Linares Zapata
¡Señor Calderón!, presidente del oficialismo, lo que usted, como todo voluntarioso fundamentalista afirma en miles de espots radiofónicos, no es cierto: Tabasco no saldrá adelante de su postración actual. No si se parte de la patraña de que fue el cambio climático y la Luna llena. No si se le vuelve a inducir, a Tabasco y sus empapados habitantes, por la senda que marca la vigencia del modelo depredador que usted propone como horizonte insuperable de la vida organizada. No si lo que sucede, se usa, tal como usted hace, como jugosa materia prima de una campaña de propaganda para pulir su imagen de sensible ejecutivo. No, señor Calderón, Tabasco no saldrá adelante si se siguen ocultando las causas reales de la inundación. Tampoco si el señor Granier olvida las concesiones que dio para construir sobre rellenos de manglares cuando era presidente de Villahermosa. Tabasco no saldrá adelante si se deja la conducción social en las promociones mediáticas que enfatizan la solidaridad con los dolientes y se posponen para un después brumoso las irresponsabilidades o ausencias criminales de los que debían atender las emergencias mal llamadas naturales. Y no saldrán tampoco si los diputados priístas bloquean toda investigación sobre el uso y desuso electorero que hicieron sus muchachos con las aportaciones (Pemex) para obras hidráulicas.
Lo más seguro, dados los intereses en juego, tal como ha venido haciendo desde hace ya más de 12 años, Tabasco retrocederá en sus posibilidades de crecimiento económico y, casi por derivada necesaria, lo hará en su desarrollo. En 1993 Tabasco aportaba 1.29 por ciento del PIB nacional. Creció hasta alcanzar, en 1995, un honroso 1.35 por ciento. Pero, a partir de ese crucial año para su seguridad futura, perdió el paso y no ha vuelto a la senda del triunfo: llega a 2004 (último año reportado por el INEGI) con 1.15 por ciento del PIB de México. Una consistente caída, a pesar de que los recursos enviados desde la Federación han sido, comparativamente con otras entidades, los más abundantes. Los tabasqueños han dilapidado oportunidades para utilizar los abundantes fondos fiscales (petroleros) que reciben. Pueblo y gobiernos sucesivos han extraviado la senda del crecimiento y más uno que empuje hacia la justicia. Otros, más ambiciosos y capacitados, les han ganado la partida en esto de jalar hacia adelante.
Las inundaciones que han padecido, como parte consustancial de su historia, no son argumento que justifique su persistente decadencia. Otros han sufrido toda clase de malos humores de la naturaleza y, sobre todo, los estropicios de gobernantes rapaces. Sin embargo, se las han manejado para avanzar un tanto, no mucho, pero al menos han conservado resortes que les permiten sacudirse a los que los han saqueado. Los tabasqueños han reincidido en escoger talantes parecidos en sus gobernadores. Véase si no la estirpe que va de Salvador Neme Castillo, aquel autoritario de bolsillo depuesto para dar cabida a Gurría Ordóñez (émulo de Hank González en la celebrada línea de los negociantes públicos) pasando por Roberto Madrazo para recalar en el redondo personaje de Manuel Andrade. Todos dispendiosos sujetos que usaron la hacienda estatal para hacer girar la vida pública y privada de esa entidad, alrededor de sus muy particulares ambiciones. Ninguno mostró habilidad, conocimiento o calidad moral para guiarlos en su lucha contra la naturaleza.
Los tabasqueños tienen que partir, para su mejor interés, de fincar su futuro en la propia organicidad comunal y no en la ayuda solidaria de los demás que tiene límites y hasta condicionantes precisas. Menos aún deben confiar en los gobernantes que hoy recorren sus calles con tapabocas y los inundan, de nueva cuenta, con una propaganda tan feroz como dañina, acaparan los envíos de víveres, medicinas o ropa para entregarlos, de propia mano y desde la casa de gobierno, a los que todo perdieron.
Ya es lugar común citar el plan hidráulico, que no se hizo, como causal eficiente de la catástrofe. Y no deja de ser parte sustantiva de la verdad. También los usos habitacionales de terrenos bajos o a los asentamientos en orillas de ríos inestables son parte de los lamentables acontecimientos. Lo mismo ocurre con la incompleta tarea de desazolve del Grijalva en su desembocadura al mar. La intensa desforestación en Chiapas y Tabasco (en esta última entidad como producto de una industria ganadera sin control) cumplió su parte devastadora. Pero la razón directa, inmediata, irracional de las actuales inundaciones yace en otra parte. Una que es tratada de soslayar porque toca al mismo Felipe Calderón cuando era secretario de Energía y lo persigue ahora como titular del Ejecutivo federal: la política privatizadora de la Comisión Federal de Electricidad (CFE). Fue él uno más de los secretarios de Vicente Fox que actuó como activo promotor de las privatizaciones a ultranza (vía Pidiregas y la autogeneración) de la gran industria pública de energía. En su corta estancia en el puesto cimentó sólida confianza con el que aún director de CFE, Elías Ayub. Juntos han continuado por la misma senda de negociar con el gran capital trasnacional. El plan regulador de la producción eléctrica señala la preponderancia de comprar el fluido a los productores privados por encima de la propia generación, sin importar otras consideraciones (inundaciones por ejemplo). Es a partir de la privatización cuando la CFE disminuyó su propia producción. El objetivo fue, y es, entregar la industria eléctrica a la empresa privada (mayoritariamente española), razón por la cual las presas estaban llenas en octubre, mes con grandes precipitaciones, como bien muestran las estadísticas. Pero hay prioridades y éstas apuntaban en dirección distinta a la seguridad de los tabasqueños.
El PIB de Tabasco sufrirá una retracción inmensa en el 2007 de todas sus desventuras. Difícilmente los tabasqueños revertirán lo que ya les sucedía. La tragedia les agravará el camino. Pero sus tribulaciones no harán que el modelo imperante sea modificado porque un conjunto de interesados fundamentalistas impedirá su cambio.
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