Miguel Ángel Velázquez
Convertida en órgano de oposición, la Asamblea Legislativa del Distrito Federal descalificó, al final de la semana que terminó, el Seguro de Desempleo que otorga la administración de Marcelo Ebrard a quienes han perdido su empleo, y pretende que el programa se integre a las acciones ineficaces del gobierno federal, y para ello el jefe de Gobierno se ponga a disposición del secretario del Trabajo, Javier Lozano, el mismo que dice que no es socio del chino traficante de drogas, Zhenli Ye Gon.
No debe sorprender que un diputado panista proponga tal aberración, a fin de cuentas no es dado en los políticos azules un acto de reflexión lógico, y mucho menos apegado a las necesidades de la población. Total, el fin no es favorecer a la gente, más bien se trata de golpear el programa de Ebrard y doblar, con ello, su persistente postura, hasta ahora, de no transigir con la representación manifiesta de la ilegalidad.
En el transcurrir de esta administración, que cumplirá un año de ejercicio en unos días, no se ha requerido para su plena operación ni la foto ni el apretón de manos, por el contrario, la diferencia en el quehacer ha trazado derroteros que son perfectamente apreciados por la ciudadanía atenta a los caminos que el poder marca, y se diga como se diga, en este caso la forma es fondo.
Por eso cuando se miran las acciones que en el orden de la protección al trabajador se han dado, de un lado y de otro, las diferencias saltan a la vista. Las cooperativas que se instalaron durante la gestión de Andrés Manuel López Obrador, y que ahora han cobrado importancia vital para la generación de empleos, además del llamado Seguro de Desempleo, que va por la cuenta de la administración actual, exhiben el fracaso del gobierno del empleo, que ni en el discurso logra convencer de su supuesto éxito.
Y frente al éxito de las sociedades cooperativas, antagónicas a los proyectos de la iniciativa privada, que son el proyecto del gobierno federal, se lanzan acciones represivas o de intimidación, con argumentos que denotan la injusticia que sólo proviene del odio y no de la razón.
Por eso la Secretaría de Hacienda lanzó contra las cooperativas, que apenas logran su consolidación, sendas auditorías porque tiene la sospecha de que no pagan sus obligaciones fiscales, pero es omisa en la fiscalización de las grandes empresas que burlan el pago de impuestos con la ayuda del propio gobierno; baste recordar que en el sexenio de la vergüenza: el de Fox, vía devolución de impuestos retornaron a las arcas de la iniciativa privada 679 mil 691 millones de pesos, y que la propia Secretaría de Hacienda otorgó, por medio de créditos especiales, 495 mil 807 millones a los empresarios privados.
De esa manera queda claro que para el PAN-gobierno el camino es enriquecer a los empresarios, es decir, a unos cuantos, mientras en el Distrito Federal la búsqueda de justicia social se dirige a favorecer a los trabajadores, entre ellos los que por causa, incluso de los ahorros que requiere la acumulación, han sido despedidos.
Entender entonces a los diputados azules, que buscan el beneficio de los patrones nada más, no es nada difícil, pero comprender a los mariachis que los acompañan, y que deberían tocar al ritmo de las necesidades de sus representados, es incomprensible, a menos de que hablemos de la misma ralea, entonces sí, que soplen fuerte los mariachis, para que los oiga bien la gente.
De pasadita
Y ahora que ya sabemos que el terrible suceso en Tabasco pudo haber sido evitado, que hubo tiempo y dinero para prevenir la catástrofe, pero que además se pudo haber privilegiado la generación de energía eléctrica, por sobre las posibilidades de un desenlace que pusiera en riesgo a la población, uno se pregunta: ¿dónde está el señor Luege Tamargo?, el jefe de la Conagua tan preocupado por las inundaciones en el DF y tan ciego por los peligros reales de otras poblaciones.
Cuando la alerta baje, las autoridades habrán de responder a muchas interrogantes que los tabasqueños, y todos los mexicanos, tendrán que levantarles: ¿Qué pasó en la presa Peñitas? ¿Qué se hizo con el dinero que se envió para las obras de prevención? ¿Qué políticos, además de los ya señalados, dejaron de hacer lo que se debía para evitar el siniestro? Y es que más allá de las advertencias de Al Gore, están los oídos sordos de los políticos que nada más saben escuchar el retintín de las monedas que caen en sus cajas registradoras.
Por eso hay quienes afirman que si a los hijos de la desgracia se les llama damnificados, a los que las provocan se les dice: desgraciados. Ni modo.
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