Julio Pimentel Ramírez
Arrancamos este 2008 con señales ominosas que no por largamente esperadas dejan de ser impactantes para el acontecer nacional y que anuncian un futuro aún más difícil para la mayoría de los mexicanos, destacando de entre ellas la apertura total del capítulo agrario del Tratado de Libre Comercio de América del Norte, que representa el tiro de gracia para el campo que se encuentra sumido en el abandono y el despojo.
Así como las aplicaciones de las políticas neoliberales que han disminuido la actividad agropecuaria, con la entrada en vigor de la última etapa de dicho tratado en materia agropecuaria, se somete a una gran incertidumbre, tanto a productores como a consumidores nacionales, denunció el Grupo Parlamentario del PRD en la Comisión Permanente del Congreso de la Unión.
Dado que no existe una reserva estratégica de granos de control público, los productores estarán expuestos a la competencia de importaciones a precio dumping, mientras que los consumidores podrán sufrir en cualquier momento los efectos perniciosos del desabasto y carestía de alimentos producidos por las exportaciones sin control de productos básicos.
El agro mexicano sólo ha crecido a razón de 1.2 por ciento anual, en la participación del PIB con apenas 3.4 por ciento. La producción rural ha disminuido, para ubicarse en 30 por ciento del total, porque cada año 300 mil campesinos migran a Estados Unidos, mientras que en México se han perdido 2 millones de empleos en el sector agropecuario.
Lejos nos encontramos de competir en condiciones de igualdad con los otros dos socios del TLCAN algunas cifras así lo ilustran: En Estados Unidos, por ejemplo, se invierte solamente en el tema de investigación casi el tres por ciento del Producto Interno Bruto para el sector agropecuario, en México ni siquiera el 0.5 por ciento.
Otro dato que expone la situación tan desigual con los Estados Unidos es que los productores norteamericanos por cada mil trabajadores del campo tienen en promedio 1,480 tractores, en tanto en nuestro país este índice es de menos de 20 por cada mil trabajadores. En cuanto a rendimiento, mientras allende el Bravo alcanza casi 10 toneladas por hectárea, en México apenas llegamos a 2.54 toneladas.
De las tierras que se tienen en producción los estadounidenses cultivan casi 180 millones de hectáreas, mientras que en México no llegamos a los 20 millones de hectáreas. En cuanto a los subsidios directos al productor, en Estados Unidos se destinan casi 50 mil millones de dólares, en tanto nosotros no llegamos a los 5 mil millones de dólares en subsidios para productos que tienen desventajas en los mercados.
En promedio en dólares, el subsidio por cada productor norteamericano o canadiense oscila en los 21 mil dólares, en México, no llegamos a 700 dólares, mientras nuestros vecinos del Norte tienen en rendimientos un promedio por habitante de los productores del campo cinco toneladas, nosotros escasamente llegamos a 2.5.
En el caso del frijol, en el vecino del Norte el rendimiento es de dos toneladas por hectárea, mientras que en México no llega ni a 0.5 toneladas por hectárea.
Finalmente, para concluir con este breve ejercicio comparativo, señalaremos que en cuanto a productividad laboral un trabajador del sector agropecuario en Estados Unidos llega casi a los 76 mil dólares, en tanto en nuestro país escasamente se sitúa en los 3 mil 500 dólares.
Así, en el ámbito económico las perspectivas no son halagüeñas, diagnóstico en el que coinciden la mayoría de los analistas e incluso organismos empresariales tradicionalmente beneficiados por las políticas gubernamentales: la llamada pomposamente "burbuja" inflacionaria de la primera parte de este año, insuflada por el gasolinazo, los nuevos impuestos y los previsibles incrementos de precios a partir de la libre importación de maíz, frijol, leche en polvo, entre otros productos, afectará seriamente los bolsillos de los consumidores.
El crecimiento del Producto Interno Bruto se verá disminuido por el estancamiento de la economía estadounidense, afectada por una severa crisis del sector inmobiliario de consecuencias imprevisibles, lo que se traducirá en que una vez más se estará muy lejos de generar el millón 200 mil empleos que nuestro crecimiento poblacional demanda.
Para cerrar el círculo de la dependencia económica, que se ha profundizado con la instrumentación del modelo neoliberal por parte de las últimas cinco administraciones (tres priístas y dos panistas), al tiempo que nos veremos golpeados por las políticas antiinmigrantes del vecino del Norte, el gobierno usurpador y sus aliados del PRI y del PAN pretenden concluir en los próximos meses la privatización del petróleo y la electricidad, así como introducir reformas laborales que satisfagan el apetito de ganancia de las transnacionales a partir de eliminar los cada vez más escasos logros sindicales.
Ante este panorama cabe destacar que comienza a vislumbrarse una intensa movilización ciudadana, que más allá de los pronunciamientos de los líderes de centrales campesinas y obreras de dudosa congruencia, logre que la resistencia social alcance una fase superior de organización capaz de frenar los embates neoliberales.
Pero no solamente en esta faceta de la realidad se muestra el rostro insensible de quienes hoy gobiernan este país. La salida del aire del programa de Carmen Aristegui, por órdenes de los dueños de Televisa y el grupo español PRISA, socios en ese negocio, además de un golpe a la libertad de expresión y al derecho a la información es una muestra de lo endeble del proceso democrático nacional. Esta decisión desnuda la cerrazón y el autoritarismo del gobierno calderonista y sus aliados mediáticos a los que incomodan las voces que, de alguna manera, les recuerdan su origen ilegítimo.
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