Pedro Miguel
Qué bien. Ahora es el momento en el que los dueños de W Radio se tiran en sus poltronas y paladean la indecencia que campea en el país y a la cual ellos hicieron una contribución muy jugosa: sin Carmen Aristegui en los micrófonos matutinos, la indecencia se inflará como la masa con levadura, como los parásitos que prosperan en la oscuridad, como la espumosa babosa de la impunidad que anida en numerosos rincones de la patria.
Ahora la suma de discursos oficiales fluye con suavidad y sin obstáculos por el cuadrante: el gobernador Mario Marín encabeza un programa contra la pederastia (Norberto Rivera también acaba de inventar el suyo), el campo mexicano está tan verde como un campo de golf, la inflación no existe, se está ganando la guerra contra el narcotráfico, Calderón es el presidente del empleo y su primer año de gobierno exhibe más logros que cualquier otro en la historia. Ah, y Ernestina Ascensión Rosario murió de una gastritis no atendida.
Si las mentiras elaboradas por las oficinas de prensa del país oficial son muy tontas como para aspirar al calificativo de orwellianas, la campaña de silencio emprendida por la mafia gobernante resulta demasiado pueril como para equipararse al macartismo. Éste llegó a ser irresistible porque poseía un relato del mundo, así fuera maniqueo, y un enemigo real, por más que la mayoría de sus tentáculos fuesen inventados. El hostigamiento calderonista, en cambio, no se atreve a mencionar el nombre de los adversarios del régimen, que son las fuerzas sociales y los individuos que propugnan un país equitativo, soberano, libre y regido por la legalidad.
Esta debilidad no siempre es obstáculo para clausurar espacios de información independiente y lúcida. Hace muchos años que la censura no pasa por las oficinas públicas, sino que se decreta en los consejos de administración que controlan a los medios electrónicos: en ellos, no se requiere de más trámite para censurar que calificar de malos negocios a las voces independientes, los pensamientos críticos y los ejercicios periodísticos honestos. Aunque, con el despido de Carmen Aristegui, W Radio haya perdido a la gran mayoría de sus radioescuchas en el horario matutino.
Negocios son negocios, mi estimado, y los mercados mexicanos del petróleo, de la electricidad, del agua potable, de las telecomunicaciones, justifican el sacrificio de una audiencia, y no se diga de la libertad de expresión de una informadora metiche o del derecho a la información de unos indios insumisos. Los consorcios peninsulares pueden permitirse en su propio país el discurso de la democracia, el decoro informativo y los derechos humanos, pero para ellos México no es una sociedad, sino, ante todo, un mercado a conquistar, y para ello hay que tejer las alianzas con los saqueadores en turno.
Es extraoficial: el proceso sucesorio ha concluido y los Zavalas han remplazado a los Sahagunes en el manejo de los contratos. Uno de los primeros, Juan Ignacio, antiguo fabulador de la Procuraduría General de la República –¿o no fue en sus tiempos de vocero de esa dependencia que se pretendió tomar el pelo a la gente con la historia de La Paca?–, funge ahora como delegado de los intereses de Grupo Prisa, copropietario, con Televisa, de W Radio.
No debe perderse de vista que tras las mentiras mediocres, la censura mediocre y la represión mediocre, hay la apuesta estratégica de acabar con lo que queda de propiedad pública, de derechos laborales, de soberanía, de libertades ciudadanas, de garantías individuales. En lo corporativo y en lo institucional vivimos el tiempo de la indecencia.
Y, a propósito de indecencia, señores magistrados de la Suprema Corte de Justicia de la Nación Salvador Aguirre Anguiano, Mariano Azuela Güitrón, Margarita Luna Ramos, Guillermo Ortiz Mayagoitia, Olga Sánchez Cordero y Sergio Valls Hernández: por favor sean piadosos con ustedes mismos, tengan un mínimo de consideración con la ciudadanía, ahórrenle más náuseas, renuncien a sus cargos y gánense el olvido.
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