Carlos Fernández-Vega
Déficit comercial, nulas ganancias, agroindustria en quiebra, entre los resultados
Para todos aquellos quiméricos que creían inminente la rápida cuan nacionalista reacción gubernamental para renegociar el capítulo agropecuario del TLCAN, una nueva desilusión, porque el inquilino de Los Pinos pintó su raya y dejó en claro que no hará el menor esfuerzo para mejorar la deprimente situación del campo nacional, y que, por si hubiera dudas, prevalecen sus intereses.
Ante la insistencia (tardía, en la mayoría de los casos) de organizaciones campesinas y de productores, analistas y académicos, partidos políticos y legisladores y, ahora, (¡alabado sea el Altísimo!) hasta la Iglesia católica, sobre la urgencia de renegociar el tratado trilateral de América del Norte, el michoacano dijo tomen su revisión, porque “el TLCAN, negociado hace ya casi 15 años con los naturales convenientes e inconvenientes propios de un acuerdo de esta naturaleza en el nivel agregado, ha sido benéfico para el país. Los países de la región compran hoy a agricultores mexicanos casi cinco veces más que en 1994, la mayor parte de la inversión, del empleo formal e incluso los salarios mejor pagados desde 1994 han estado en los sectores vinculados a este tratado; somos el segundo proveedor de productos agropecuarios a Estados Unidos y el tercero de Canadá”.
Eso dijo, aunque toda la información, incluso la oficial, desmienta su discurso. De entrada, México compra más productos agropecuarios estadunidenses que a la inversa, de tal suerte que va en aumento el déficit en esa balanza comercial, y sería mayor si se excluyen las crecientes exportaciones cerveceras y tequileras; la inversión extranjera directa en cuestiones agrícolas es raquítica y apenas representa 0.2 por ciento del total acumulado de 1999 a 2007, e incluso en el primer año del gobierno calderonista se registró desinversión en esta actividad; en el empleo agrícola formal registrado en el IMSS se observa una pérdida cercana a 100 mil plazas laborales de 1994 a noviembre de 2007, y los “salarios mejor pagados”, en el mejor de los casos, resultan cuando menos diez tantos inferiores a los que se cubren en Estados Unidos por la misma actividad, de tal suerte que su tesis defensora cae estrepitosamente por los suelos. Además, las frutas, legumbres y hortalizas frescas representan 65 por ciento de las exportaciones agroalimentarias del país, y de últimas se concentran en unos cuantos exportadores. Eso es lo que vendemos a Estados Unidos en este renglón.
Pues bien, todas las cifras citadas corresponden a entidades gubernamentales; no provienen de energúmenos pertenecientes al círculo rojo (Fox dixit). Por ejemplo, de acuerdo con información de la Sagarpa (que utiliza el truco de incluir maquiladoras para aminorar el resultado negativo), la balanza comercial agroalimentaria registró un déficit cercano a 5 mil millones de dólares entre 2005 y 2006. En 2006 las exportaciones agroalimentarias mexicanas a Estados Unidos sumaron 13 mil 922 millones de dólares, pero importamos productos de ese tipo por 16 mil 55 millones.
¿Qué exportamos en 2006? Los productos de mayor valor: tomate fresco y refrigerado (casi mil 100 millones de dólares), otras legumbres (630 millones), bovinos (666), camarón congelado (353), pepino (386), aguacate (345), azúcar (390), melón, sandía y papaya (348), artículos de confitería sin cacao (429), productos de panadería (Bimbo, fundamentalmente, 357), cerveza de malta (mil 822, Cervecería Modelo y Femsa) y tequila y mezcal (675).
¿Qué importamos en 2006? Los productos de mayor valor: maíz (mil 140 millones de dólares), carne de bovino (930 millones), carne de porcino (533), carnes de ave (599), trigo (700), soya (926), arroz (210), sorgo (340), algodón sin cardar ni peinar (490), queso y requesón (257), leche en polvo (250), mantequilla (110), quesos (180), cereales excepto arroz (440), productos pesqueros (302, en un país con 10 mil kilómetros de costa), azúcar (228), chocolate (260), frutas en conserva (casi 200), sopas y potajes (204)… y así hasta sumar poco más de 16 mil millones de dólares en un solo año, en el entendido que exportamos lechugas, tomates y pepinos para importar alimentos básicos.
Como se observa, este campo ni de lejos se parece al campo de Lorena Ochoa, la golfista utilizada por la Sagarpa y su titular marca Bimbo para promocionar los “beneficios” del TLCAN en materia agropecuaria. Como explican las centrales campesinas, en el marco del tratado “los 20 productos agropecuarios liberados en 2003 representaron apenas el 15 por ciento de los productos nacionales, cuando maíz, frijol, leche y azúcar de caña involucran al 85 por ciento restante y ninguno de ellos se exporta”.
Para redondear, “menos de 20 mil empresas de los 7 millones de unidades de producción en el campo participan en la exportación, además, con una tendencia a decrecer, porque muchas pequeñas fincas cafetaleras, por la crisis del sector, están dejando la actividad y con ello el mercado exterior. De la industria de alimentos, bebidas y tabaco, el 80 por ciento de las exportaciones son realizadas por 300 de 32 mil 592 empresas, además, con un muy bajo componente de insumos domésticos”, amén que “los alimentos que más subieron de precio entre diciembre de 1994 y noviembre de 2002 fueron: chile, 998.52 por ciento; tortilla, 567.17; pan blanco, 377.78; frijol, 333.65; leche, 281.11, y arroz, 256.05 (Banco de México)” (del libro El campo, aguanta más? 2ª. edición. CIESTAAM y La Jornada). Faltan los aumentos de 2002 a la fecha.
Ese es el TLCAN que en Los Pinos aseguran “ha sido benéfico para el país” y que, por lo mismo, no debe renegociarse.
Las rebanadas del pastel
Una vez más: desde ayer se redujeron (5 por ciento) las tarifas eléctricas para industriales y comerciantes. Sería una decisión acertada si esa baja se reflejara en los precios de los producto y servicios, pero no existe registro de que una disposición de esta naturaleza se haya reflejado en un descenso de precios, de tal suerte que repercute favorablemente en las utilidades empresariales, pero nunca en beneficio de los consumidores.
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