María Teresa Jardí
Ayer decía que la usurpación también es un pecado y ahora sabemos, merced a lo declarado por el Cardenal de la Ciudad de México, que es un muy grave pecado propiciar la desesperanza y toda vez que la usurpación del poder es lo que más desesperanza genera y la desesperanza, como bien ha dicho Norberto Rivera, es lo peor que puede ocurrirles a las personas y más grave aún es cuando de manera colectiva se apodera de los pueblos la desesperanza que mueve al suicidio, a la depresión y a las ganas de no hacer nada y dejar correr las cosas ante la desazón que genera el saber que te vas a topar con un muro más alto y más sordo que el que tampoco se quiere poder combatir en el Norte de la república.
El gran mérito de Chávez es justamente el de ser promotor de la esperanza para el pueblo Venezolano, en primer lugar, y para Latinoamérica enseguida e incluso para grupos de familias sumidas de hace años en el silencio que trae aparejado el no poder ver a los hijos y a las hijas y el no saber qué les ocurre en cada instante ni si los volverán a ver con vida.
Y por eso el de Uribe también es un pecado grave, amén de ser un crimen el cancelar la posibilidad de regreso de los hijos e hijas con vida al lado de lo suyos que, como Uribe, son también colombianos. Puede ser que el hijo, aunque queda la duda ante la negativa del gobierno colombiano para que Venezuela haga los análisis respectivos de ADN, de una de las rehenes nacido, al parecer, en cautiverio, haya sido entregado por las FARC a un orfanato, lo que siempre será menos grave que entregarlo a familias de policías y militares, luego de asesinar a las madres, como se hizo en la Argentina, cuando la dictadura aprobada por similares jerarcas de la Iglesia Católica, que los que hoy desaprueban lo mismo a Chávez, que a AMLO y que a cualquiera que genere esperanza en el pueblo desesperanzado ante la corrupción, la impunidad, el pisoteo a la dignidad y la injusticia.
Los que me han leído desde que empecé a escribir en La Jornada, si alguno queda, se darán cuenta, quizá, de que he añadido dos calificativos a las motivaciones que encontraba como motores de la rebelión zapatista, por ejemplo: el pisoteo a la dignidad y la injusticia.
Y lo hago no porque hayan desaparecido ni el pisoteo a la dignidad ni a la injusticia que muy al contrario van a la alza en México. Lo hago porque hoy se suman de manera destacada, como despertadores de la ira que lleva a los pueblos a decir ya basta: la corrupción, indignante, porque también es indignante la corrupción, y, más aún, cuando llega como aquí a niveles inimaginables en ningún país que haya soñado ser algo más que el más bananero del mundo y la impunidad garantizada para esa corrupción que nos adentra en situaciones de monstruosa injusticia que trae aparejado el los dos poderes Legislativo y Judicial, igual de corruptos que el Ejecutivo, hoy usurpado, se vean obligados para mantener garantizar la imposición e impostura del que significa la mejor opción de que las cosas sigan igual, no importa que no esté preparado para gobernar y tampoco importa que salte a la vista su pequeñez moral, lo único que importa es que sirva para corromperse y para garantizar que la corrupción quede impune entre sus iguales, que se reparten a México como botín de guerra conquistado por el peor de los piratas carroñeros que hayan existido jamás, como delante hay otro, que el pueblo eligió para llegar, además se ven obligados los tres poderes a dar otros pasos para garantizar el control del pueblo que no acepta que las cosas sigan por los derroteros mafiosos impuestos por los que controlan el poder y así es como el Legislativo aprueba terribles y aterradoras reformas penales, reformando la Constitución para permitir que policías, que lo son de día mientras que de noche son secuestradores o narcos o ejecutores o lo que haya que ser, violen las garantías individuales de los gobernados, en tanto el usurpador acaba de sacar el Ejército a la calle a reprimir al pueblo cansado de la injusticia y del pisoteo a la dignidad y de la corrupción y de la impunidad.
Sí, además de criminal es un pecado grave el que están cometiendo el Poder Legislativo, el Poder Judicial y el usurpado Poder Ejecutivo en contra del pueblo de México.
El poder secuestrado por el usurpador y sus compinches legisladores, senadores y ministros de la Corte han acabado de convertir a México en un país donde los antivalores han pasado a ocupar el lugar de los valores y lo han hecho, también hay que señalarlo, con ayuda de la jerarquía católica y de las otras iglesias, igual de corruptas que la católica, la mayoría en México, de la mano de lo más corrupto de la empresa entre la que destaca el dúopolio encabezado por Televisa. En nosotros queda encender o no la televisión.
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