Ángel Guerra Cabrera
La firme tendencia a la recuperación experimentada por la economía cubana desde 1994, cuando tocó fondo la dramática crisis ocasionada por la desaparición de la Unión Soviética, es una prueba palpable de la incomparable capacidad de resistencia del pueblo de la isla y del gobierno revolucionario liderado por Fidel Castro. Nunca, como en ese periodo, se había visto un ensañamiento igual del bloqueo, llevado con inaudita obsesión a escala planetaria por el gobierno de W. Bush; en rigor, una guerra económica sin precedente en la historia de la humanidad por su crudeza, desigualdad de los contendientes y prolongación.
Obligado es recordarlo al valorar el crecimiento de 7.5 del producto interno bruto (PIB) logrado por Cuba en 2007, dos puntos encima del promedio latinoamericano, para un incremento acumulado de 42.5 sólo entre 2004, momento de viraje hacia altos aumentos del PIB, y el año recién finalizado. Esta continuidad del crecimiento ha permitido casi concluir la renovación total del sistema de generación y distribución de electricidad y con ello reducir al mínimo los apagones, culminar alrededor de 300 obras sociales, producir nacionalmente la mitad del petróleo y gas consumidos, avanzar ostensiblemente en la reconstrucción del transporte de carga e iniciar la del urbano de pasajeros, desmantelados por la crisis. Sin la reactivación de la actividad económica no habría sido posible mantener y, en diversos aspectos, como la educación, la salud y la cultura, ampliar considerablemente, o perfeccionar, las conquistas revolucionarias, con todo y las deficiencias aún presentes en ésos y otros frentes.
Se consiguieron modestos logros en el programa de producción nacional de alimentos y artículos industriales cuya importación a un creciente costo en divisas es un obstáculo insalvable para el crecimiento ulterior. Resalta el despegue de la recuperación en la producción de leche, con un ahorro de más de 13 millones de dólares. La producción agropecuaria aumentó en casi 25 por ciento, pero todavía está lejos de satisfacer las necesidades de la población a precios accesibles y continúa siendo tal vez el problema más serio a resolver para recuperar el nivel de vida anterior a la crisis. En ésta, como en todas las ramas económicas, el objetivo a vencer es la elevación de la disciplina laboral y de la productividad, cuyo incremento es aún insatisfactorio. Acabar, en suma, con la doble moneda y sus perniciosas consecuencias económicas, políticas y sociales, logrando la revalorización del peso de modo que el salario se corresponda con el aporte individual sin renunciar a la equidad que distingue al sistema cubano.
Conseguirlo es indispensable para que el sector rural proporcione la riqueza necesaria, además de rescatar la mitad de la superficie cultivable, actualmente baldía. De allí que Raúl Castro haya insistido en actuar con “la mayor rapidez que permitan las circunstancias” para, a contrapelo de las políticas neoliberales, entregar la tierra y los recursos a quienes, individual o colectivamente, sean capaces de producir con eficiencia, dándoles el apoyo, reconocimiento social y retribución material que merecen.
Existen enormes reservas de productividad y ahorro aún no explotados, a los que es indispensable extraer todas sus posibilidades. Como afirma Guillermo Almeyra (La Jornada, 6/1/08) el bloqueo es una política imperialista, independientemente del partido que ocupe la Casa Blanca. La isla, por consiguiente, no tiene otra alternativa que redoblar su avance a pesar –y en contra– de esa práctica criminal y genocida condenada en la ONU por la aplastante mayoría de las naciones.
Para ello, Cuba necesita cambios de fondo a corto y mediano plazos en su política e instituciones, esbozados en el discurso de Raúl Castro el pasado 26 de julio, y contenidos en parte de los más de un millón 300 mil planteamientos de la población al discutir ese pronunciamiento. Aquéllos tendrían precisamente como objetivo la búsqueda de una racionalidad superior en la transición al socialismo, capaz de lograr decisivos avances económicos y sociales sostenidos, aunque no espectaculares. En esa dirección es imperioso librar una batalla política frontal contra el burocratismo y la corrupción que engendra, mediante una enérgica acción del Estado y una sistemática profundización del control popular y la democracia en todos los campos de la vida nacional. De eso hablaremos en un próximo trabajo.
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