Octavio Rodríguez Araujo
Si aceptáramos las supuestas verdades de la Biblia la censura comenzó con el Génesis: puedes comer todo menos de ese árbol, le dijo Dios a Adán refiriéndose al árbol del bien y el mal, es decir, al árbol que permitiría, “gracias a Satanás”, el conocimiento y el arbitrio sobre el bien y el mal en lugar de la obediencia ciega (“Mas sabe Dios que el día que comiereis de él, serán abiertos vuestros ojos…”, Génesis, 3-5).
Las religiones y los poderes terrenales, los que en realidad importan y se sufren en la vida común, se han caracterizado por censurar todo aquello que les es perjudicial o que interpretan como peligroso para la conservación del status quo. En “nuestra” cultura, que no fue otra cosa que la cultura/incultura dominante, la Edad Media se llevó todos los premios de censura, con el catolicismo del Vaticano conocido como la Inquisición, que se extendió en el espacio y en el tiempo hasta estas latitudes incluso durante los albores del siglo XIX mexicano. En Europa, donde más se han documentado los actos de censura y de intolerancia, hubo pueblos arrasados, en los que murieron cientos de inocentes (niños incluidos), porque no se alinearon explícitamente con los dictados del Papa en turno ni se arrepintieron de sus preferencias político-religiosas. Hasta la fecha, en varias de las principales religiones, hay listas de libros prohibidos, de arte prohibido, de expresiones culturales prohibidas, y muchas cosas más también prohibidas, es decir, censuradas.
La censura adquiere mil caras distintas, pero con los mismos efectos: prohibir, limitar las libertades, evitar peligros para quienes dominan y no quieren dejar de hacerlo. Y esto es y ha sido igual para quienes se dicen de izquierda y para quienes son de derecha, aunque no se reconozcan como tales. El estalinismo en la Unión Soviética fue tan censor como el nazismo en Alemania, y ambos sistemas (teóricamente opuestos) hicieron lo mismo que los inquisidores españoles: castigar la rebeldía, la disidencia, el pensamiento y la palabra, incluso con la muerte. La revolución cultural en China fue tan intolerante como el emperador Qin Shi Huang (el de los famosos soldados de terracota) hace más de 2 mil 200 años, pese a sus motivos tan diferentes. Y el gobierno de Bush está repitiendo, con las mismas razones (la seguridad nacional), la cacería de brujas del senador Joseph McCarthy hace medio siglo.
La censura es prohibición, pero también regulación de conductas con criterios religiosos, de negocios y de conveniencias políticas. Censuran los padres en una familia, censura la empresa a sus empleados y las iglesias a sus feligreses, censuran los medios a sus comunicadores, censura el Estado a la gente de a pie y a lo que se diga de él en la calle, en los medios o donde sea. La idea es no trastocar valores dominantes, sean del Partido Comunista Cubano, sean de la dictadura en tal o cual país, sean de Televisa o ahora de la poderosa empresa española Prisa, cuya responsabilidad social corporativa dice que es “la defensa de la libertad de expresión y del rigor informativo [como su] mayor aportación al desarrollo de la sociedad democrática”, como lo demostró con Carmen Aristegui, para citar un ejemplo actual de censura.
Todo el que cree tener poder o quienes tienen el poder, en diferentes ámbitos y niveles, censuran o tienden a censurar. La cuestión es conservar su poder y servir a quienes lo tienen en mayor medida. Muchos de los que se autocensuran lo hacen precisamente por esto último: para servir o tratar de servir a quienes tienen poder o, más simple, para ser funcionales a los poderes a los que aspiran pertenecer. Es el caso de quienes quieren ser cooptados o comprados, que es lo mismo a final de cuentas.
La censura es tan antigua, tan extendida y en ocasiones tan sutil que a veces no nos damos cuenta de que existe, pero ahí está: como espada suspendida sobre una o varias cabezas, o como espada que cayó sobre una o varias cabezas. Normalmente nos percatamos de ella cuando la espada ya cayó sobre alguien, pero ahí está y estará mientras alguien tenga poder y éste no se base en la democracia en su sentido más profundo. En otros términos, la censura se ejercerá si los que no podemos (o no queremos) practicarla la permitimos, la aceptamos en lugar de exigir su desaparición y de condenar a quienes la llevan a cabo al margen de reglas establecidas y socialmente aceptadas.
El gran problema es siempre el límite entre el ejercicio de la censura y el de la contracensura, pues ambas pueden ser, con enorme facilidad, expresiones de intolerancia, como suelen ser los fenómenos de linchamiento moral o real (ambos siempre temibles por sus efectos). Cero prohibiciones es también muy peligroso, pues equivale a la negación de reglas de convivencia, y si cada quien hace lo que quiere, peor estaríamos. ¿Es censurable, por ejemplo, la pornografía infantil? Yo pienso que sí, aunque alguien alegue que es su derecho. Y así por el estilo muchos temas más.
Es un asunto espinoso, con muchas aristas y muy difíciles equilibrios, que dependerá en buena medida del marco axiológico en el que nos movamos y que, como todo, cambia con el tiempo y con la adquisición de nuevos valores.
A riesgo de simplificar demasiado, pienso que, en general, debemos oponernos a cualquier manifestación de intolerancia y de censura si no es social y democráticamente aceptada, como es el caso común en la censura que practican las más importantes expresiones de poder político y económico.
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