María Teresa Jardí
Dictadura imperfecta, por aquello de que el PRI ya había logrado por sí solo establecer la perfecta, como bien señalara Vargas Llosa en uno de los momentos lúcidos de ese gran novelista, sin embargo, tan proclive también, en otros momentos, a ser aliado de la derecha. Aliado, de mala manera, porque no tendría porqué dar al traste con la inteligencia, hombre inteligente que es Vargas Llosa, el ser de derecha. Si no fuera inteligente no habría podido escribir "La tía Julia y el escribidor" ni "La Casa Verde" ni "Conversación en la Catedral" ni tantas otras novelas de imprescindible lectura en los años lejanos de nuestra juventud llena de sueños y esperanzas en un futuro que ni siquiera nos importaba ver. Futuro el que nos conformábamos con construir para las generaciones venideras. Años en los que era impensable soñar, ni en medio de la peor de las pesadillas, que el mundo recularía hasta llegar al extremo de tolerar campos de concentración como Guantánamo, por poner un ejemplo, porque no es que sean menos perversas las cárceles de alta seguridad que en México nacieron para cobijar a los narcos y que sólo sirven para mantener enjaulados, también aquí como en el Perú de Vargas Llosa, a los luchadores sociales, o para cobrar las venganzas de los que detentan el poder a pesar de que salta a la vista que también ellos merecen ser inquilinos de esos inhumanos centros de reclusión y a pesar de que, como bien declara el gobierno vasco, presidido por Juan José Ibarretxe, a raíz de las brutales torturas propiciadas por la policía española a dos presuntos militantes de ETA: "no se combate achicando la democracia, sino cumpliendo y respetando todos los derechos humanos". Los narcos libres transitan por México como los aliados de los que desde el poder, a veces como hoy en México usurpado, dictan todas las reglas del juego de la dictadura imperfecta en que se va convirtiendo México de manera acelerada.
Dictadura al más puro estilo de la que en el Cono Sur, sufrieron países hermanos en las décadas de los setenta y ochenta, no tardará demasiado en ser la nuestra. Basta con que los diputados a modo, del que hasta "parece un pato", aprueben nuevamente la reforma penal que les fuera regresada por sus símiles, a los que también mantenemos con vidas plenas de lujos regalados, desde el Senado a final del periodo pasado, para que se implante aquí el horror que traerá aparejado, que nadie lo dude, el legalizar y, peor aún, el constitucionalizar la violación de las garantías individuales.
Es falso que el problema de Los Zetas, por poner un ejemplo dadas las muchas ejecuciones de ayer, se vaya a combatir exterminando la Constitución. Los señores diputados tendrían más bien que preguntarse qué es lo que lleva a un hombre a convertirse en un mercenario al servicio del sistema. ¡Ah!, claro, no pueden hacerse esa pregunta porque ellos también son mercenarios del sistema y el confrontar las motivaciones de los otros los llevaría a verse retratados como iguales.
Y no lo digo metafóricamente. La militarización del país para luchar contra aquello a lo que el sistema se alía desde la cabeza misma que habita en Los Pinos convertida en la principal beneficiada por el narcotráfico y por resto de delitos de lo que se conoce como crimen organizado que también propician ríos de oro, bienvenidos por usurpadores sin valores ni principios, concretiza la crónica que se anunciaba con la reunión de Calderón y Bush, en la hacienda de Hernández, en Yucatán el año pasado.
No cabe más que esperar, aunque sin hacernos demasiadas ilusiones, un ejército confesional, en todos sentidos, es un peligro para la nación que sea; sobran los ejemplos que van de la España franquista a la dictadura Argentina. No cabe más que esperar que no olvide el Ejército Nacional la afrenta a la que lo sometió la derecha prianista al supeditarlo, también en Yucatán, al ejército gringo.
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