Carta a la dirigencia perredista
Epigmenio Ibarra
Profesionales como son de la derrota, lograron ustedes al fin su cometido: se hundieron en el fango facilitándole la labor al adversario, cediéndole el terreno. Interesados sólo en el reparto del botín, de la nómina, de los cargos internos, de las posiciones de poder y la atención de las diferentes clientelas, terminaron todos por quedarse con las manos vacías. No importa quién de ustedes gane. Al final perdieron, perdimos todos. Perdió el país.
En efecto, perdió el país, pero ésta nos es la batalla final. Quién piense que con esta pérdida acabó todo, no sabe de los procesos históricos en los que triunfos y derrotas se alternan para ir avanzando... aunque sea a cuenta gotas.
Es pues el suyo, señores dirigentes de tribus, facciones, corrientes del PRD, un crimen, largamente anunciado, de lesa democracia. No pudieron en su proceso electoral interno hacer valer los principios que dieron origen y razón de ser a su partido. No sólo traicionaron con sus mañas la lucha de decenas de miles de mexicanos, muchos de quienes entregaron sus vidas por esa causa, sino que se convirtieron en un remedo, en un subproducto del antiguo régimen al que debían combatir, asimilando sus peores vicios. Son hoy, todos ustedes, sólo una lamentable caricatura del caciquismo priista. ¿Cómo se atreverán luego de esto a tildarse de demócratas y además revolucionarios?
No tuvieron ustedes, inmersos como están en sus luchas clandestinas, la visión de país, el compromiso con sus compatriotas, la integridad moral que demanda una lucha desde la izquierda y con la izquierda para defender los intereses de las grandes mayorías. Tampoco tuvieron el coraje, la dignidad, el valor de preservar un capital político que no les pertenece y que es vital para el futuro del país.
Ese capital político, el que han dilapidado tan miserablemente, nos pertenece a los 15 millones de mexicanos que con nuestros votos los hemos puesto donde están, disfrutando un estipendio, haciendo uso de prerrogativas que pagamos todos. En cargos públicos para los que nosotros los elegimos y por los cuales sólo a nosotros los votantes deben rendirnos cuentas. Un capital político en el que muchos ciframos la esperanza de arrancar al gobierno, a su partido, a los representantes del antiguo régimen, cambios estructurales profundos que son, a fin de cuentas, la única garantía de una paz, que sin justicia ni desarrollo no tiene futuro.
En efecto, se ha dilapidado, pero no hay razón para pensar que no se puede volver a recuperar.
Indigna saber que, como la derecha lo había previsto, no lograron ustedes comportarse con pulcritud y decoro. Hemos sido defraudados —hablo de los que votamos por ustedes— por individuos incapaces de anteponer a sus mezquinos intereses, los intereses de una nación sedienta de transformaciones. ¿Quién se encargará hoy de las mismas? ¿En quién confiar para que conduzca con solvencia moral, con cohesión orgánica, con eficiencia política el proceso? ¿Para qué se desgañitan en la plaza o rasgan sus vestiduras en la tribuna prometiendo defender a toda costa principios y valores que en su propia casa son incapaces de sostener?
También puede indignar que alguien de izquierda le dé la razón a la derecha porque en este y casi todos los casos sus "razonamientos" no están sustentados en premisas reales sino en propaganda fascista de tal forma su "acierto" es sólo aparente, no fue el resultado de un proceso lógico del pensamiento sino del odio que le tienen a los principios de la izquierda y su deseo de que ésta fracase.
Todos ustedes —habrán de disculpar que cuelgue a todos el pecado—, por acción u omisión, jugaron sucio. Unos conveniente y públicamente se hicieron al margen del proceso electoral y se mostraron sin candidato ni preferencia abierta, mientras en la oscuridad maniobraban a favor de uno o contra otro.
Otros condenaron con tibieza las malas mañas pero fueron incapaces de crear una corriente moral de rechazo a las prácticas fraudulentas. Más bien se pusieron al pairo, esperando ser beneficiados o por la turbulencia o por el viento a favor de un candidato determinado.
Otros más metieron las manos hasta el fondo en defensa de su candidato y fueron desde un apoyo público decisivo pero indebido, que rozaba, sólo rozaba, la ilegalidad hasta la manipulación del padrón o los más sucios trucos el día de los comicios.
Desde el omiso al que robó las urnas. Desde el que desde su posición de liderazgo moral se abstuvo, al que mandaba cartas. Desde el que a pesar de su indignación se quedó callado y se dejó llevar, hasta el que, sin ninguna posibilidad de triunfo, se presentó como candidato o se sumó a una candidatura perdida de antemano sólo para ganar una posición más favorable en la negociación que se avecina. Todos cargan con el peso de una responsabilidad histórica.
La historia no acaba de escribirse nunca...
No hay nadie entre ustedes, señores de la dirigencia, que quede limpio. Que conste que en su partido militan mexicanas y mexicanos de excepción a los que ustedes antes que a nadie les han fallado. Todos son, sin importar la tribu a la que pertenecen, protagonistas, autores de esta debacle.
Lástima que no sea sólo de ustedes la debacle. Lástima que con su fracaso nos arrastren a todos. Lástima que den así la razón a quienes, empeñados en el linchamiento mediático de la izquierda, le cierran el paso a las transformaciones que el país necesita y que sólo con el impulso ético de una izquierda comprometida y limpia pueden conseguirse. Lástima que pierdan —como segunda fuerza política— su oportunidad histórica. Otros habrá, estoy seguro, que no seguirán sus pasos, que no habrán de encajar en el patrón de corrupción de nuestro sistema político tradicional.
Muy bien el jalón de orejas de Epigmenio pero creo que es fatalista y que no da lugar a la rectificación lo cuál es muy grave. Los fracasos pueden convertirse en triunfos cuando se detectan los errores y se corrigen. Las oportunidades que se pierden pueden volverse a generar para aprovecharlas así que no todo está perdido, está la posibilidad de corregirse, tomar mayor conciencia y seguir la lucha. Tal pareciera que baja el telón para que todos nos pongamos a llorar, nada de eso, debemos seguir adelante, reconocer las fallas, combatir a los corruptos, componer lo que haya que componer, cuestiones que la derecha no hace justamente porque su plataforma es conservadora y la nuestra es y será siempre de cambio hacia un mundo mejor. Está bien indignarse y enojarse, pero después hay que tomarlo como un reto y tomar fuerza para seguir luchando y conseguir la victoria. Ni modo que ahora salgamos con que la derecha tiene razón y que mejor sean ellos, peor de corruptos y sin posibilidades de reconocer sus inmoralidades como ya hemos visto, quienes sigan al frente y llevando al país a la debacle. No se debe contribuir a la depresión, a la apatía y a perder las ganas de luchar, ¡alerta!
Suscribirse a:
Comentarios de la entrada (Atom)
No hay comentarios.:
Publicar un comentario