Todos los líderes y los partidos políticos en México le arrebatan a la gente la posibilidad de creer en líderes morales Tenemos en las manos el periódico, ante nuestros ojos un despliegue de desesperanza: militares que en aras de abatir el narcotráfico asesinan a civiles y, acompañados de agentes de Migración, violan a mujeres centroamericanas. Multimillonarios y banqueros coludidos con políticos compran los parques nacionales de Tulum y Puerto Morelos sin empachos de generar una crisis del ecosistema en Quintana Roo. Los diputados y senadores que propusieron la Ley antitabaco fuman dentro del recinto legislativo. Un ala poderosa de la Iglesia católica defiende a los narcos porque les otorga diezmos multimillonarios, y rezan antes de entregar el dinero ensangrentado. El líder de la organización de gasolineras entrega pruebas de cómo se ha favorecido a la familia de Mouriño, el secretario de Gobernación, con permisos exprés para sus gasolineras. Parece que lo mejor que muestran los diarios son los nuevos libros, la moda primavera-verano y la ropa inteligente para bebés. Un hombre se deprime por el desamor y el abandono. Una mujer llora porque ha perdido el trabajo; pero unos días después él saldrá con nuevos bríos a buscar a otra pareja y ella a pedir un nuevo empleo. Sin embargo, ¿qué hace una sociedad que se percibe abandonada y traicionada por quienes determinan su destino? El PAN avala el tráfico de influencias, esconde bajo su manto a los Bribiesca y negocia los derechos humanos. El PRI protege a sus gobernantes asesinos y aliados del crimen organizado. El PRD se entrampa en un auto-fraude electoral, mientras Alternativa muestra cómo el poder corrompe a mujeres y hombres por igual. Todos arrebatan a la gente la posibilidad de creer en líderes morales. La depresión colectiva no es cosa menor, y nunca debe subestimarse. La bancarrota moral en la que se encuentra México genera cotidianamente sentimientos de inseguridad, desasosiego e indefensión. Cuando la gente se sabe abandonada por sus líderes, cuando le teme a la policía y al Ejército todopoderoso, no tiene más que comprar doble cerradura para su puerta, y rezar para que las autoridades federales y el Ejército no le asesinen a mansalva por una confusión. Cuando no hay sentimiento de colectividad, las y los individuos tienden a justificar su egoísmo, el aislamiento favorece y alimenta la doble moral. “Para mí: la justicia, aunque sea comprada; para mi prójimo: la cárcel, aunque no la merezca”, parecen decir millones de personas incrédulas del sistema. Está claro que la esperanza se nutre de una vida amorosa y de un desarrollo espiritual individual; pero no podemos ignorar el impacto que la mala política tiene en nuestra vida cotidiana. La corrupción del poder público pone a prueba la entereza de cada persona. Las noticias ponen a prueba nuestra capacidad para el optimismo; es decir, para hacer lo óptimo y enseñar a las próximas generaciones a desarrollar otras formas de ejercer el poder. La única salida es vigilar, exigir, protestar ante la injusticia, solidarizarnos con las víctimas y señalar a los victimarios. El espacio privado es un refugio, pero un falso refugio, porque eventualmente la descomposición del espacio público terminará irrumpiendo en nuestras vidas privadas. www.lydiacacho.net
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