Octavio Rodríguez Araujo
Durante muchos años, décadas, he dedicado parte de mis esfuerzos a defender a las izquierdas, sobre todo en México. Es probable que no pocas veces me equivocara al respaldar a las izquierdas radicales en lugar de apoyar a las reformistas, normalmente con el argumento de que éstas más que intentar cambiar el estado de cosas han tratado de parcharlo sin ir “a la raíz de los problemas” que padecemos en la dinámica del capitalismo, cada vez más brutal e inhumano. O tal vez no me equivoqué, no lo sé.
Lo que sí sé es que los planteamientos radicales, con frecuencia maximalistas y a menudo excluyentes para muchos, no han tenido la aceptación masiva que a menudo –por razones más subjetivas que objetivas– imaginamos o quisimos que tuvieran. Con muy pocas excepciones en el mundo, las izquierdas radicales e intransigentes (en el sentido positivo del término) se han reducido en número, cuando no han terminado por desaparecer o por marginarse al nivel de sectas. Esto es una lástima, pues esas izquierdas han servido, por lo menos (aunque mucho más), para marcar pautas de lucha y definición de objetivos a las izquierdas no radicales (las reformistas). Los mejores momentos para las izquierdas radicales fueron, relativamente, aquellos en los que todavía se pensaba que las revoluciones sociales eran no sólo posibles sino que podrían triunfar para llevar a los pueblos a un nivel de vida superior y de plena realización del ser humano. Hoy en día, pese a mis utopías personales (que íntimamente quisiera conservar), veo difícil –si no imposible– que eso ocurra. Pero no quiero ser agorero, ni siquiera intentarlo.
Desde antes de que se desvelara la mentira del socialismo “realmente existente” de la Unión Soviética y de los países del este europeo, falsedad apoyada sin ninguna crítica por millones de personas, ya existía entre las izquierdas un proyecto de democratización que terminó siendo, por desgracia, reducido al ámbito electoral. Cuando las izquierdas no radicales asumieron como propia la ecuación democracia igual a elecciones, que era un argumento histórico de las derechas liberales desde el siglo XIX, cayeron en una trampa y se les escapó de las manos su propia identidad. El eurocomunismo, surgido 15 años antes de que fuera derrumbado el muro de Berlín, fue el inicio de esa dinámica que lo llevó, ni más ni menos, a su propia destrucción: muchos partidos comunistas desaparecieron o cambiaron de nombre, incluso con poca imaginación. Quisieron parecerse a la socialdemocracia y sólo excepcional y parcialmente lo consiguieron… en algunos países.
Cuando digo “socialdemocracia” me refiero a la que tuvo como matriz ideológica a personajes como Eduard Bernstein desde finales del siglo antepasado, para mencionar a un autor representativo y conocido, y a la corriente del socialismo gradualista (por elecciones) que a mediados del siglo pasado formara mundialmente la Internacional Socialista. Es decir, la socialdemocracia que ha postulado como objetivo el socialismo sin proponerse afectar sustancialmente el capitalismo, sólo buscando que éste sea “humano” y “democrático”. Fue así que la socialdemocratización de muchos partidos de izquierda (unos más radicales que otros, o si se prefiere más intransigentes que otros) los llevó a desdibujarse ideológicamente para poder participar electoralmente con posibilidades de ser competitivos.
Quienes estábamos con las izquierdas radicales tuvimos que aceptar la nueva realidad: partidos menos izquierdistas, incluso no socialistas, que representaban a la izquierda (ahora sí) realmente existente (sin comillas). Estas izquierdas devinieron electorales y, como todo mundo sabe, para ganar votos se debe ser incluyente (contrario a excluyente) y, por lo mismo, de tendencias al centro político e ideológico. Algo es algo, se dijo, y mucha gente votó por ellas. En el caso de México por el Partido Comunista Mexicano (eurocomunista desde 1979), luego por el Socialista Unificado (más reformista que su antecesor), posteriormente por el Mexicano Socialista (al que le quedaba grande el apellido “socialista”) y finalmente por el Partido de la Revolución Democrática (PRD), que ha omitido incluso la expresión “socialista” de su vocabulario. (El Partido Revolucionario de los Trabajadores –trotskista– no transigió y fue perdiendo votos hasta desaparecer como partido electoral, comprobando la hipótesis de que los partidos electorales no pueden ser, en general y para competir realmente, de izquierda radical; no en estos tiempos.)
El PRD, que nació como partido electoral (y nada más), ha tenido dos grandes problemas, uno que ha sido su salvación por 18 años y le ha permitido crecer, y otro que lo ha llevado a una crisis de tal magnitud que difícilmente se conservará como una opción de izquierda en el futuro inmediato. El primero de sus problemas, que –repito– le ha sido benéfico por momentos, ha sido su subordinación a dos personalidades: Cuauhtémoc Cárdenas Solórzano y Andrés Manuel López Obrador. A estos líderes se les podrá criticar, pero no se puede negar que le han dado una enorme proyección a su partido, cada uno en su momento, pero sin fortalecerlo como tal, como una organización a prueba de personalismos.
El segundo problema es el que ha sido muy negativo para el partido: su división interna, ahora polarizada como nunca antes, y que ha destruido su organización hipotecando su futuro por mezquindades de grupos y de personalidades que por sus ansias de poder (de podercito, en realidad) nos están dejando sin izquierda, incluso sin una izquierda que es tal sólo con los buenos ojos con los que la queremos ver (la realmente existente, que está en vía de ser inexistente).
Así las cosas, lo cierto es que el PRD nos ha desarmado, o por lo menos a mí, pues ya no podemos (no puedo) defender a las organizaciones de izquierda (contra la derecha dominante), pues son un caos y hasta una broma de mal gusto. Aun quienes no somos militantes de la izquierda partidaria, pero que hemos defendido a las izquierdas, vemos que el PRD con su crisis interna y Marcos con el fracaso de su otra campaña nos han desarmado. ¿Qué vamos a defender ahora? Nos la ponen difícil.
jueves, mayo 08, 2008
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