Jorge Eugenio Ortiz Gallegos
La universidad es el punto más vulnerable de nuestro sistema social; sus estructuras son en extremo frágiles y la ausencia de homogeneidad en el medio universitario no le permite resistir una oposición organizada.
La universidad es la encrucijada donde se encuentran todas las contradicciones de nuestro sistema. Hace alarde de un liberalismo fundamental, pero es incapaz de enfrentarse a la oposición violenta sin renunciar a estos mismos principios.
El resto de los fenómenos y de los hechos de la sociedad moderna, tienden a ignorar aquella rebelión contra el tedio memorizante de la Universidad de París del siglo XII, encabezada por Abelardo y Eloísa con su emblema: “UNIVERSITAS VUESTRA”.
El invento de la democracia a partir del siglo XVII ha convertido al hombre en un sujeto pasivo, presa de las maniobras de un pretendido parlamentarismo de las dinastías políticas que gobiernan los partidos y los congresos. Hay una complicidad manifiesta entre los medios electrónicos y la constante presencia de una tal democracia, que está siempre al principio de una iniciación.
La democracia moderna para ser tal, ha de estar sujeta a las condiciones culturales. La democracia ha tenido una trayectoria histórica. La primera democracia en el mundo, en la antigüedad de Grecia, fue operada por simples grupos de ciudadanos y hasta nuestros días la democracia es un deseo que está en la conciencia de los hombres, pero maltrecha y oprimida por los poderosos del dinero y de la publicidad.
Hay que recordar que las naciones se mueven con lentitud y que apenas la técnica del siglo XIX aceleró la marcha de la sociedad, cuando corrieron los ferrocarriles y los aviones cruzaron el espacio con el símbolo aquel de Chesterton: El avión es una cruz que vuela.
En el pensamiento universitario, la democracia no es la condenación de la libertad cuando hace la crítica de las instituciones y de las malformaciones históricas, que se pudren en la corrupción.
Cierto es que la familia mexicana vive una intensa lealtad a la unión ética y es cierto también que ésta es la mejor manera frente a la maldad de los políticos y de los publicistas.
Volvamos a reflexionar que México vive su tercera centuria. La independencia nos separó de la España imperial, pero el siglo XIX fue para nosotros una subsistencia de la vanidad y del burocratismo. Por lo tanto, vivimos una centuria de frustraciones, de caudillos y rebeliones.
Cierto es que en el siglo XIX las dictaduras de tipo porfiriano estimularon el desarrollo nacional y la presencia de las inversiones extranjeras.
Pero nuestra segunda centuria barrió las huellas de la mansedumbre del pueblo y fue un trasunto de modernización política con Madero y una tendencia a la economía y al desarrollo con Calles.
Pero el siglo XXI arrastra sus orígenes desde el zapatismo y la revuelta de los grupos guerrilleros que pululan en la sombra de todas las selvas y de todos los barrios de las ciudades.
Idealicemos el pensamiento de aquel cura privilegiado, Pedro Velásquez, fundador del Secretariado Social Mexicano en la mitad del siglo pasado: “En México hay muchas tinieblas, pero también hay mucha luz. En México luchan el mal y el bien, pero el águila devorará a la serpiente”.
e-mail: jodeortiz@gmail.com
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