viernes, abril 24, 2009
Del Estado fallido al Estado autoritario
Así como Felipe Calderón ha utilizado la guerra contra el narco para revestirse, ante propios y extraños, de una legitimidad de la que carece de origen, bien puede ahora –ese peligro entrañan sus últimas iniciativas enviadas al Congreso– aprovechar la coyuntura para sentar las bases de un nuevo régimen autoritario. Una cosa es romper la inercia criminal del foxismo, que complaciente y cínico entregó parte del territorio nacional a los criminales, y otra muy distinta es instalar al Ejército, so pretexto de la ineficiencia y corrupción de los cuerpos policiales, de manera permanente en nuestras calles y, además, con facultades extraordinarias.
Ante ese peligro nos hallamos. Conspiran en esa dirección la violencia brutal del crimen organizado, el miedo y la incertidumbre de la ciudadanía a la que una promesa de mano dura siempre –en condiciones como ésta– resulta atractiva; la orientación ideológica de Calderón y su partido, a los que su carga genética y voracidad electoral empuja, y la proclividad de nuestros vecinos del norte –pese a su nuevo discurso de corresponsabilidad– a resolver todos los problemas a balazos, sobre todo, cuando las guerras se libran fuera de su territorio y los muertos los ponen otros.
Muy pronto cambiaron su discurso sobre el “Estado fallido” los norteamericanos. Esas y otras expresiones que hablaban de la falta de gobernabilidad y control en distintas zonas del país, han desaparecido de manera tan concertada como surgieron, del vocabulario de los funcionarios de la nueva administración, aunque siguen muy presentes –la presión no cesa– en los medios masivos estadunidenses que, diariamente, cuentan historias sobre la violencia en nuestro país.
Diera la impresión que la nueva administración utilizó y utiliza ese discurso para ablandar el terreno. La migración, el TLC, la asimetría económica, la responsabilidad de los aparatos financieros norteamericanos en la crisis económica global, han pasado a un segundo plano. Entre México y Estados Unidos hoy sólo se habla del narco y su combate, de la Iniciativa Mérida y las armas, y los dólares que ya tardan en llegar.
Lo cierto es que a los norteamericanos les preocupa sobre todo su seguridad interna y hoy somos una amenaza real y presente para la misma. Para cumplir con el “Yes we can”, con el que rubricó su discurso frente a Obama, Felipe Calderón debe asumir una actitud cada vez más beligerante frente al narco, aunque eso pueda entrañar riesgos para nuestras libertades democráticas. A los norteamericanos, ya lo dijo Hillary Clinton, lo que les urge es que “eliminemos” a los narcos. Lo triste del asunto es que ningún esfuerzo aquí tendrá resultados por más sangre que corra, si ellos, en su territorio, no actúan contra sus cárteles con la misma decisión que nos exigen.
Por otro lado no puede negarse que la guerra contra el narco –una guerra necesaria– es la principal bandera electoral para el PAN, que capitaliza el caudal de elogios de Washington. Que Elliot Ness-Calderón esté sentado en la silla presidencial, que según los propios norteamericanos “haya cambiado la historia” con su “decisión, heroísmo y valentía en el combate al crimen organizado”, ha terminado por resultar sumamente rentable para el partido en el gobierno y tanto, que los oscuros barrancos electorales a los que, según las encuestas parecía condenado, se han venido nivelando.
Maestros además del “haiga sido como haiga sido”, los panistas han desatado la guerra sucia contra el PRI. Atacado en su flanco más vulnerable, pues la coexistencia e incluso la complicidad entre gobierno y crimen organizado eran uno de los pilares del antiguo régimen, el Revolucionario Institucional, batiéndose en retirada, se ha visto obligado a falta de otros argumentos, a recordar a Calderón que le debe a sus “buenos oficios” la Presidencia y que hay otros que aún le siguen considerando “espurio”. De poco, sin embargo, le han valido sus bravuconadas. Las diatribas de Germán Martínez en la red, han calado en el electorado.
En estas condiciones lo previsible es que Calderón y su gobierno, ayunos de resultados en casi todo lo demás, se concentren por un lado en la sobrexplotación mediática de la lucha contra el crimen organizado –la que, insisto, no puede ni debe suspenderse– y por el otro avancen en la creación de un marco legislativo que les libere totalmente de ataduras. Lo peligroso del asunto es que, liberados ellos para actuar, los que podemos resultar encadenados somos los ciudadanos.
Menuda responsabilidad tienen los legisladores, peor todavía en tiempo de elecciones, cuando cualquiera puede ser fulminado con una acusación de complicidad con el crimen organizado. Ojalá que quienes reciben las iniciativas las discutan, las acoten, las enmienden y voten teniendo en cuenta al país y no los votos que pueden perder. Del Estado fallido al Estado autoritario hay sólo un paso.
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