Entrevista con el jesuita estadounidense Joseph Mulligan, impulsor de actos de desobediencia civil
Ainara Lertxundi
Sus acciones de desobediencia civil le han valido más de una noche en prisión, pero a él eso nunca le ha importado. Su condición de jesuita tampoco le ha impedido participar en múltiples actos de denuncia contra la guerra de Vietnam, la Escuela de las Américas o la invasión de Irak.
«Estamos asistiendo a una declaración de independencia y dignidad de algunos países latinoamericanos contra la dominación histórica de Estados Unidos, que mantiene la misma política en Oriente Medio», afirma el jesuita estadounidense Joseph Mulligan al analizar los nuevos gobiernos y aires que corren por América Latina. Desde hace más de dos décadas reside en Nicaragua. La pasada semana visitó Donostia para participar en las VI Jornadas sobre Noviolencia Activa organizada por Bidea Helburu y hablar sobre su experiencia en actos de desobediencia civil.
¿Qué le ha empujado a la desobediencia civil?
Es una manera de denunciar una guerra, una política o una injusticia no sólo con palabras, que son muy baratas, sino con acciones simbólicas y hechos concretos. Se trata de mostrar la seriedad del problema y el compromiso de los grupos y también de aceptar las consecuencias que pueden ir desde una multa a pasar unos días o meses en prisión. Estas acciones están orientadas a cambiar la opinión pública, a tocar el corazón de la gente. Primero, llamando su atención sobre el problema y luego, logrando su apoyo.
¿Qué respuesta han tenido este tipo de movilizaciones?
Siempre hemos tratado de hacer cosas eficaces con el fin de comunicarnos con el público, ganar su simpatía y, por medio de ese apoyo, influir la política del país. Durante la guerra de Vietnam tuvimos un movimiento masivo, en parte debido al servicio militar obligatorio porque eso afectaba a todos los hombres y sus familias. Los universitarios tenían licencia durante los años de sus estudios pero todos sabían que, al graduarse, iban a tener que enfrentar la cuestión de la guerra y el servicio militar obligatorio. Fue un factor importante en la salida de Vietnam.
Durante la Administración de Reagan hubo muchas manifestaciones de solidaridad con América Latina y contra la intervención de Estados Unidos o el apoyo militar al régimen de El Salvador, especialmente, a raíz del asesinato de los seis jesuitas y dos mujeres.
Con la de Bush también hay manifestaciones, aunque no tan masivas como en el caso de Vietnam. No obstante, él sigue adelante con su guerra.
Como cada año por estas fechas, nos manifestaremos ante la Escuela de las Américas para exigir su cierre, pedir cambios en la política exterior de Washington y denunciar la muerte de los jesuitas. En 1996, el Pentágono tuvo que admitir que en esta escuela se habían utilizado manuales de tortura.
¿Recuerda alguna protesta en especial?
En relación con la masacre de los jesuitas en San Salvador el 16 de noviembre de 1989, unas seis semanas después, hicimos una protesta frente a la Casa Blanca en Washington. Echamos sangre al portón para demostrar que este derramamiento de sangre fue, en buena parte, responsabilidad de Estados Unidos.
De los 26 soldados del batallón que entró en la casa de los jesuitas y los masacró en el jardín, 19 habían recibido entrenamiento militar en la Escuela de las Américas. El Ejército salvadoreño estaba entrenado y financiado por EEUU.
Fue un acto un poco dramático; del jardín donde fueron asesinados sacamos un poco de tierra que mezclamos con nuestra sangre. Este martirio llamó la atención del mundo y pensamos que tuvo un papel en la aceleración del proceso de paz.
Junto a unos seis jesuitas fui desde Managua al funeral. Decidí no volver a Nicaragua sino ir a Washington para organizar algún acto de denuncia. Hablé con amigos y algunos organismos y preparamos esa protesta para el 5 de enero de 1990. Pasé una noche en prisión.
Como norteamericano que soy siempre siento un poco de responsabilidad por esas acciones de mi Gobierno.
¿Qué papel desempeña la Escuela de las Américas?
Es una manera de influenciar y controlar los ejércitos de América Latina que históricamente han jugado un papel muy negativo en el desarrollo de los pueblos, han practicado la tortura, asesinado y dado golpes militares para mantener el status quo.
En 2003, un grupo de treinta personas entramos y caminamos unos metros sobre la base. En 2004, nos juzgaron y tuve que pasar tres meses en prisión en el Estado de Georgia. Ahora, algunos gobiernos de América Latina han decidido no enviar a sus soldados a esta escuela. Hace poco perdimos por seis votos una votación en la Cámara de Representantes de Estados Unidos para cerrar este centro o suspender sus actividades mientras una comisión independiente la investiga.
Residente en Nicaragua, ¿cómo vive los nuevos aires que corren por América Latina?
La elección de Evo Morales en Bolivia, Rafael Correa en Ecuador... es una fuente de esperanza y una señal de que los pueblos se están dando cuenta de que el modelo neoliberal supone la eliminación casi total del Estado y de los derechos sociales.
El capitalismo salvaje, la estrategia de beneficiar a las grandes corporaciones y a las élites ha fracasado. Además, no ha producido beneficios para la mayoría de la gente. Hay una reacción popular en contra de ese modelo neoliberal.
Algunos países de América del Sur son muy ricos en recursos naturales, especialmente, Venezuela, Bolivia y Ecuador. Los gobiernos quieren tener más beneficios para su pueblo y no tanto para las corporaciones extranjeras.
En Nicaragua, Daniel Ortega ha puesto en marcha el programa «Cero hambre» destinado a entre 30.000 y 40.000 familias campesinas. Consiste en conseguir animales, pollos, semillas, pesticidas o préstamos de hasta 2.000 dólares en términos muy favorables para ellos. Es un paso pero esperamos más cambios en la educación, en la salud pública y en beneficio del pueblo.
Uno de los grandes problemas del país es la dramática inflación por el aumento del precio del petróleo. Es especialmente crítica para Nicaragua porque los salarios son los más bajos de América Latina; 100, 120 dólares al mes para profesores, enfermeros, algunas personas que trabajan en fábricas... Ganar 100 dólares y tener que pagar un dólar por una libra de frijol crea una situación muy difícil.
¿Considera que existe el peligro de que Estados Unidos quiera atajar estos cambios, tal y como hizo en décadas anteriores?
Sí, es posible. Ahora que está muy ocupado política y militarmente en Oriente Medio, no va a meterse demasiado en América Latina. Pero está muy preocupado por estos cambios que acabo de mencionar. Hace poco, un jefe del comando sur (el Ejército de EEUU para América Latina con base en Miami) advirtió del «peligro del populismo radical» y consideró una amenaza para los intereses de Estados Unidos.
Estamos asistiendo a una declaración de independencia y de dignidad de algunos países latinoamericanos contra la dominación histórica de EEUU, que mantiene la misma política en Oriente Medio. El ex secretario de Estado Collin Powel ya dijo que lo que pretenden es establecer «un área de libre comercio» en Oriente Medio.
En la década de los 70, vivió en un barrio latino de Chicago. Tres décadas después, los inmigrantes indocumentados se enfrentan a la deportación.
El peligro para ellos ha crecido. Este Gobierno es más represivo, está deteniendo a muchos y en grupos grandes, realiza allanamientos en fábricas y fincas donde trabajan. Las redadas han aumentado. Es otra contradicción porque algunos sectores de la economía necesitan de la mano de obra de los inmigrantes.
«Bush quiere controlar el gas y petróleo»
¿Cuál es el estado de los derechos humanos en EEUU?
Hay dos categorías de derechos humanos, una relacionada con los derechos sociales y económicos, y otra con los civiles y políticos. Desde la filosofía de occidente ponemos un mayor énfasis en esta última, pero la mayoría de la población piensa más en la primera. En EEUU hay 40 millones de personas sin seguro médico. En caso de emergencia pueden ir al servicio de urgencias de un hospital público, pero luego éste tratará de recuperar ese dinero. En la segunda categoría, hablamos del espionaje de las comunicaciones y de que bajo la «ley antiterrorista», el Gobierno puede detener a cualquier persona y llamarla «combatiente ilegal».
Con este Gobierno, hay una diferencia sustancial. El ex fiscal general Alberto González llegó a justificar la tortura. Los abusos a presos no son algo nuevo, pero sí que un fiscal general justifique abiertamente la tortura. Algunos fiscales fueron despedidos porque no colaboraban con la Casa Blanca en términos de represalias contra políticos demócratas. Incluso Bush llegó a la Casa Blanca como resultado de muchas irregularidades en los comicios de 2000. Este Gobierno ha llegado a unos extremos nunca vistos.
¿Qué cree que pasará con Irak?
Bush va a tratar de mantener la situación como hasta ahora. Espero que con otro Gobierno se pueda resolver de alguna manera, pero es difícil de predecir. El de ahora ha construido en Irak algunas bases que tienen apariencia de ser permanentes. Su estrategia es la de controlar los recursos de gas y petróleo y, como decía, establecer un área de libre comercio. Existe también el peligro de que Bush vaya a bombardear Irán como parte de una estrategia electoral. Muchos presidentes piensan que es mejor para su partido estar en guerra durante la campaña para que el pueblo le apoye y no piense en cambiar de partido. Es una hipocresía que diga que no puede permitir que Irán desarrolle energía nuclear cuando financia investigaciones para fabricar nuevas bombas atómicas y renovar las que existen. De hecho, EEUU es el único país que la ha usado.
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