Arturo Balderas Rodríguez
Ahora que el tema de la migración se ha puesto de moda en las campañas presidenciales, la lección que se puede tomar de los últimos debates de los precandidatos de uno y otro partido es que –con excepción del inefable señor Tancredo, cuya enfermiza reacción pavloviana a la palabra migración es bien conocida– ninguno tiene una idea clara de la forma en que se puede resolver el problema. Las contradicciones entre los cuatro precandidatos que encabezan las preferencias de los electores son un ejemplo.
La semana pasada en uno de los debates entre precandidatos demócratas, a la senadora Hillary Clinton se le preguntó si apoyaba el plan para otorgar licencias a los indocumentados. Su respuesta fue tal, que ella misma quedó confundida sobre lo que intentó decir. También, el senador Barak Obama tropezó dejando en Babia a todos los que escucharon su respuesta. A fin de cuentas, independientemente de que la primera se opone y el segundo está de acuerdo con el plan, sus posiciones con respecto a la migración (documentada o no) parecen no tener nada que ver con lo que hagan en caso de llegar a la presidencia. Una muestra es que ambos votaron en el Senado por una reforma migratoria integral que incluyera alguna forma de regularización para los millones de indocumentados.
Lo mismo sucede con los republicanos. Mitt Romney entregó becas a hijos de trabajadores indocumentados cuando gobernó Massachusetts y ahora está en contra, con el argumento de que es injusto otorgárselas a ellos y no a los estadunidenses. Rudy Guiliani, cuando fue alcalde de Nueva York, dijo que en los hospitales se atendería a todo el que llegara solicitando servicios, independientemente de su calidad migratoria y ahora se opone. El hecho es que ambos dirigieron estados y ciudades considerados santuarios para los “sin papeles”.
Todos parecen actuar en función del momento y el lugar en el que emiten sus comentarios: lo que importa es ganar adeptos en estados cuya población es conservadora. Para ello es necesario expresarse según la audiencia. Ya se verá si tienen la misma actitud en estados costeros de Estatos Unidos, donde la audiencia es más liberal y la sensibilidad sobre el tema migratorio es diferente. El problema es que con el “uso” coyuntural del tema migratorio exasperan el ambiente xenófobo que prevalece en muchos sectores de la sociedad estadunidense y ponen contra la pared a quienes no tienen los mismos foros ni recursos para defenderse de las hostilidades provenientes de esos sectores.
El voto hispano no ha sido determinante anteriormente, no obstante que millones tienen el derecho de acudir a las urnas, pero no lo hacen por apatía o incredulidad en los procesos democráticos. Desperdician el potencial que pudiera llevarlos a un primer plano político en EU. Por lo pronto, hay una campaña nacional para lograr que los votos de este sector aumenten, por lo menos, en un millón. Ya se verá si la fuerza de voto de los hispanos es suficiente para que el futuro presidente tenga una política menos vacilante sobre temas decisivos para su bienestar.
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