Lisandro Otero
El incidente ocurrido en la Cumbre Presidencial de Chile es insólito y desconcertante. Nunca antes un Jefe de Estado se atrevió a regañar a otro como si fuera un párvulo, con evidente descortesía y ordinariez. Fue una actitud de zafiedad, aspereza y chabacanería que a todos sorprendió. Hasta ahora Juan Carlos se había caracterizado por su actitud cordial, su buen humor, su afabilidad que trataba de limar enconos y buscar un clima de concordia en el campo diplomático. Súbitamente se le vio descontrolado, irascible, frenético. ¿Qué fue lo que desató su intemperancia?
El presidente Chávez acusó a Aznar de fascista, lo cual ha sido admitido hasta por el propio líder del Partido Popular, un legado histórico de la Falange Tradicionalista de Franco. Chávez no insultó a nadie, no le faltó el respeto a ninguno, simplemente realizó una definición realista y verdadera: Aznar es un fascista; eso lo saben todos. Al irritarse el Rey demostró su solidaridad con el franquismo y sus sucesores: Aznar y compañía.
El compromiso de Aznar con el gobierno de Bush, su envío de tropas a la bestial guerra neocolonial en Irak por el petróleo del Oriente Medio, contribuyó a su desprestigio. Aznar se empeñó en desconocer la voluntad del 90% de los españoles que desaprobaban su aventura guerrerista, su entrega al servilismo más indigno.
El vasallaje de Aznar a Bush lo llevó hasta a organizar giras de reclutamiento por México y Centroamérica para engrosar las tropas de ocupación yanqui en Irak y fomentar el sometimiento al imperio. Significativa fue la negativa de Aznar a responder la definición que le solicitaba el diputado Llamazares sobre su postura ante el franquismo y el alzamiento falangista de 1936. Tácitamente confesó su adhesión ideológica a la dictadura que ensangrentó España con un millón de cadáveres. Cuando el país gallego recibió la catástrofe ecológica de la marea negra con el naufragio del vapor Prestige, Aznar se desentendió del calamitoso desastre. Ni siquiera accedió a visitar de inmediato las áreas afectadas. La arrogancia nepotista de Aznar le llevó a postular a su mujer para un cargo público y esa misma soberbia insolente le condujo a celebrar la boda de su hija en la capilla real del palacio del Escorial, queriendo con ese gesto prepotente igualarse a la monarquía a la cual sirve. Juan Carlos tampoco está lejos del franquismo. Su padre, el pretendiente Don Juan, tras la Guerra Civil, se entrevistó en tres ocasiones con Franco. La primera, en 1948, fue para la vuelta del entonces príncipe Juan Carlos a España; la segunda, en 1954, para discutir los estudios militares, y la tercera, en 1960, para los estudios civiles del actual Rey. Franco designó a Juan Carlos como su sucesor y lo preparó ideológicamente para desempeñar ese papel. Juan Carlos, se percató que solamente una monarquía parlamentaria tendría posibilidades de sobrevivir en un país agotado tras tantos años de dictadura pero nunca se alejó de la base absolutista del falangismo.
Ahora el pueblo español está dando señales de creciente republicanismo. Los retratos del rey son quemados en las calles. La vida regalada de sus hijos es denigrada en caricaturas y chistes. Hasta se está produciendo una crisis familiar: su hija Elena de separa de su marido, el “souteneur” Marichalar. Es lógico que todo eso esté desestabilizando a Juan Carlos hasta hacerle perder los controles y atreverse a mandar a callar a un Jefe de Estado en una reunión internacional.
Lo más sorprendente es que la prensa española ha elogiado la incivil actitud del Rey y destacan la cumbre como un éxito de España, en lugar de analizar el descrédito en que se ha sumido la jefatura del Estado. Chávez ha logrado despertar las expectativas populares y ha acumulado votaciones extraordinarias en diez elecciones sucesivas que indican el inmenso respaldo con que cuentan sus proyectos revolucionarios y de beneficio social El poder del pueblo está consolidado. En nuestro continente prevalece una extendida simpatía hacia la república bolivariana, su pueblo y su gobierno. El gobierno español ha sido incapaz de comprender esto, como tampoco entiende el cambio radical que se está operando en América Latina y cree que sus antiguas colonias constituyen aún el traspatio servil de Estados Unidos.
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