Alonso Urrutia y René Alberto López (Enviado y corresponsal)
Villahermosa, Tab., 11 de noviembre. La mujer remueve con avidez la envoltura enlodada. Revisa minuciosamente si, a pesar de todo, el cinturón aún sirve, aunque por ahora apeste por tanto tiempo de haber estado en el agua. Era nuevo, y eso la convence de que será útil y lo mete en una bolsa. Y sigue en la pepena, en busca de zapatos, ropa y mercancías –valuadas en millones de pesos– convertidas en desperdicio para los comerciantes del centro de la ciudad.
El agua ha dejado por fin las calles del centro, con lo cual se revela la nueva realidad que el desastre deja por herencia. De los comercios salen toneladas de desperdicios, pérdidas irreparables para sus propietarios, que los colocan en las calles. Entre esos montones, muchos malolientes, realizan la pepena damnificados del otro lado del Grijalva, la colonia popular Las Gaviotas, que aún está anegada.
Centenares de trabajadores han retornado a sus empleos, aunque por ahora sus funciones se reduzcan a una interminable limpieza de los negocios, sin tener la certeza de sus salarios.
Algunos están advertidos de que no recibirán pago alguno por la semana que el centro estuvo bajo el agua. Otros asumen que sus salarios, de por sí bajos, les serán reducidos a la mitad; pocos saben que sus percepciones deben mantenerse inalterables incluso los días de contingencia.
Este domingo ha sido de inusual actividad en el primer cuadro de la ciudad. Ricardo Hernández, propietario de la tienda de electrónica La Bocina, aventura en primera instancia una pérdida de 400 mil pesos, que es en lo que valúa 40 por ciento de mercancía que se llevó el agua.
Formado en la larga fila para vacunarse en el parque Juárez, vaticina días muy difíciles en lo inmediato, pues no está asegurado el negocio, del cual dependen ocho trabajadores. Sus dudas sobre la viabilidad de mantener la nómina actual son grandes, aunque sólo sean 7 mil pesos semanales.
“Esta semana vamos a mantener a todos los trabajadores, y hasta donde se pueda. A ver si aguanta hasta que lleguen los apoyos, porque no hay ventas ni nada.”
Otros comerciantes tienen sus dudas de que lo que dice el gobierno se haga realidad. Eugenio Cruz, propietario del restaurante Viva Tabasco, calcula en casi un millón de pesos las pérdidas, y asevera que “los anuncios son pura demagogia. Eso dijeron en 1999, cuando llegaron las otras inundaciones, pero finalmente no nos dieron nada del dinero que aseguraron nos darían”.
La diversidad de los comercios en el centro es grande. Hay hoteles que prácticamente están por terminar la limpieza y anuncian que en un par de días reabrirán. Sólo falta que algún turista se anime a llegar a esta zona de desastre, en medio de tanta basura, lodo y miles de costales que se utilizaron inútilmente para detener la corriente del Grijalva.
Pero no todos son grandes negocios. Hay pequeños propietarios a quienes la inundación dejó al borde de la ruina. Víctor Llergo tiene un pequeño estanquillo donde vende artesanías, dulces típicos, playeras y gorras. Como todos aquí, selecciona la mercancía que tal vez aún podrá vender, que no será más de 40 por ciento. Pero su mala suerte no se detiene ahí. Su casa se inundó por completo, con los enseres domésticos y sus reservas de mercancía almacenados.
Mientras los propietarios hacen el recuento de los daños y vislumbran una parálisis económica que tardará en revertirse, los trabajadores, que ahora se dedican intensamente a limpiar, no saben cuánto más podrán mantener el empleo.
En el Viva Tabasco admitieron ya de entrada una reducción salarial de 50 por ciento a cambio de mantener la planta laboral. Si ya de por sí los sueldos eran en promedio de 80 pesos diarios, la reducción los convierte en raquíticos.
“Aún no hablamos de eso”, dice una trabajadora de La Mexicana, quien añade que ya están informados de que la semana de contingencia en el centro no les será remunerada, lo que le implicará perder 600 pesos que, “como están las cosas, es demasiado”.
La incertidumbre domina aún más a quienes laboran en los restaurantes. Será difícil que pronto sean reabiertos, admite José Reyes, quien no tiene idea de cuándo regresarán los clientes a comer, debido al entorno contaminado.
Tan insalubre es la zona, que hay una gran brigada de salud en el parque Juárez. Hay largas filas de comerciantes y muchos más de trabajadores que en medio de sus labores de limpieza hacen un espacio para aplicarse las vacunas que reduzcan los riesgos de realizar sus faenas.
Gran parte de quienes ahora limpian los negocios aún habitan en albergues, porque sus viviendas siguen inundadas. Ni para dónde hacerse. Lo único que les queda es esperar que, por lo menos, les mantegan el empleo y, si es posible, el mismo salario.
Si la condición de quienes laboran en esta zona siniestrada es difícil, hay para quienes la condición es crítica y por ahora mitigan su desesperación con la pepena abierta entre los montones de basura.
¿Qué pasará cuando el flujo de despensas concluya? ¿Cuando la comida gratuita de los albergues desaparezca? Son dudas que comienzan a rondar en medio de la incertidumbre del empleo y el salario.
La emergencia parece haber concluido en una parte de Villahermosa. Comienza lo más difícil.
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